viernes, 25 de febrero de 2011

Funámbulos del engaño

¿Quién no está expuesto a un ataque de sinceridad? ¿Quién está libre de dejar, al menos por un instante, caer la máscara y mostrarse sin artificios? Nadie, evidentemente. Y sin embargo, no es habitual y cuando ocurre es, la mayoría de las veces, algo involuntario.
¿Comodidad? ¿Hábito? Hay abundantes excusas y justificaciones. Quizás demasiadas. Aunque hay quien se engaña permanentemente y exhibe sin rubor y sin pudor su convicción en su naturalidad, como sinónimo de autenticidad, y de paso, como acusadora evidencia de la impostura de los otros. Y también hay quien derrocha maestría para revertir situaciones cuando menos incómodas por los excesos que nos retratan y maniobrar con arte entre aquello de donde dije digo, digo Diego.
Nos movemos mejor en el engaño. En ese camuflaje total o parcial, al gusto del enmascarado, que sólo nos diferencia en la cantidad de afeites o en los artilugios empleados por unos y otros para no mostrarnos en nuestra desnudez. Como en todo, hay virtuosos, avanzados aprendices e indisimulados torpes, pero también eternos aspirantes que caminan sobre alambres tendidos en el vacío, sin saber y sin que el resto sepa si su meta es el engaño o el ataque de sinceridad.
Y en esa farsa, la Red es un paraíso. El territorio donde conviven el tramposo y el ingenuo, sin que se vislumbre el abismo que separa a ambos y donde no importan las líneas trazadas para evitar despeñarnos, porque son invisibles. Así que el funámbulo sin rumbo está predestinado a la incertidumbre, porque sólo la caída despeja la duda de si existe la salvaguarda de la malla para no estamparse contra el suelo. La función ha de continuar. Y pervivimos en la acrobacia.

Imagen: El funámbulo. Óleo, lápiz y acuarela sobre papel con tinta sobre cartulina, de Paul Klee.

2 comentarios:

  1. Me has hecho pensar y dudar sobre cuál es mi farsa, mi vida real o la que escribo en la red.

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  2. Y tú me has hecho sonreír. Gracias, salud.

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