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martes, 1 de octubre de 2024

La ciudad invisible

Quizás haya llegado el momento de alcanzar mi ciudad invisible. He conocido algunas de esas ciudades, pero es probable que no pasara el tiempo necesario en ellas o que la realidad pudiera más que el deseo. 
Es posible que ese paso no fuera otra cosa que el tránsito natural en la vida de un estado de consciencia a otro difícil de calificar. O que en ese equilibrio entre lo visible y lo invisible se impusiera lo contemplado provocando un desequilibrio. 
Ahora recibo de nuevo señales, esas que todos percibimos en algún momento de nuestras vidas, y a las que salvo excepciones no hacemos caso. Recuerdo que una vez sí las escuché y me rebelé contra lo que creía que era el fin. No quería aceptarlo o quizás no estaba preparado para ello. Como si jugara con las bolas del ábaco, con la consciencia de que es una operación cuyo resultado no puedo resolver. 
Las señales son persistentes, pero, dejando a un lado las sensaciones, carezco del manual para descifrarlas. Sólo sé que la ciudad invisible se erige sobre la visible y que lo intangible adquiere la certeza de lo irrealizable. Las incertidumbres siguen ahí, la ausencia de respuestas permanece, y, sin embargo, ahora se impone dejar las cosas en orden antes de que se gaste el tiempo a una velocidad no deseada. Y establecer el orden de las cosas es una tarea compleja. 
Termino la lectura de “El día que murió Kapuscinsky”, de Ramón Lobo. Mi deuda está saldada. Leo su último capítulo escuchando “Land”, de Patti Smith; y no puedo evitar que algo de humedad bañe mis ojos, sin que la tristeza o el dolor sea la causa, sin que esté claro que sea la lectura o la música quien la provoca; tal vez, sólo sea mi estado de ánimo a las puertas de mi ciudad invisible.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Un nuevo tiempo

Otro año que se nos escapa vivo. Aunque para ser más exacto, otro año del que escapamos vivos. Al echar la vista atrás, cuesta pensar en buenos deseos, en que los buenos tiempos volverán y en que lo peor ha pasado. 
Y sin embargo, cada 31 de diciembre hacemos una demostración de generosidad (exceso de filantropía que dirían algunos) y buscamos el horizonte con la mirada limpia, la mente abierta y en cierta medida, conscientes de que ni nosotros, ni el resto, recibiremos una mínima, por aceptable, parte de lo que anhela. Y sí, de lo que merecemos. 
Porque nos han pedido, exigido y arrebatado más de lo que nos corresponde aportar. Porque a muchos les han condenado a un viaje sin retorno de penalidades, de humillación y de indignidad; no la suya, por supuesto, si no la indignidad de los inmorales que expiden los billetes al abismo. Y a una parte significativa del resto, nos han ubicado en la fila de la taquilla, a expensas de que una vuelta de tuerca nos convierta en pasajeros o mercancía de ese convoy.
En una noche de números, 31, 12, 1..., debemos asumir que hace demasiado tiempo que no somos más que eso para los que se empeñan en marcarnos el camino, sin preguntar y si importarles si queremos seguir esa senda.
Demandamos un nuevo Renacimiento, un tiempo en que seamos hombres y mujeres, personas de luz que fijemos el nuevo rumbo. Un tiempo en que la letra equilibre al número. En el que piel, carne y huesos no sean monedas de cambio, ni objeto de la aritmética; ni siquiera desde el imperativo del amaos y reproducíos. 
Seguimos apostando por las uvas de la suerte, pese a que nadie podría reprocharnos tomar las uvas de la ira. Y no es poco creer en que en esos nuevos tiempos que se anuncian, las nubes se apartarán para mostrarnos el sol y seremos capaces de mantener la esperanza. Porque querer debe ser poder. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Lengua de agua


El agua se abre paso como lengua entre labios de tierra que son las orillas. Quizás buscando otras lenguas con las que fundirse. Abriendo un surco en la tierra, profundo como un beso, sin renunciar a nuevos labios que flanqueen su camino.
Juega el agua. Zigzaguea para perderse y volver a aparecer. Se esconde a la mirada y dibuja una senda finita, que sin embargo no parece tener fin. En cada recodo ofrece un guiño, una invitación a perseguirla sabiendo que no puede ser atrapada.
Traviesa abre los labios. Tentando al viajero. Y ofrece la lengua su caricia, como un trofeo a quien no va más allá de la mirada, para perderse entre montes y olivos, cuyas raíces se engarzan como piernas.
Desde el castillo de Baños de la Encina se otea el horizonte y se traza imaginariamente con el dedo esa lengua de agua con forma de serpiente. Un reptil cuya estela moja los labios y cuyo veneno endulza los sentidos, incita como el cuerpo en la vigilia y alimenta el deseo del hambriento.  
Y mientras sueña el viajero con manantiales de agua clara, fluye la lengua entre los labios en busca de nuevos labios y anhelando otras lenguas.
 
Foto.- Cola del embalse del Rumblar, desde el castillo de Baños de la Encina (Jaén).

martes, 4 de septiembre de 2012

Sirenas

Daban testimonio algunos marineros de haber visto entre las aguas hermosas mujeres de largos cabellos y cola de pescado, cuya voz era una irresistible invitación a alcanzarlas. Con semejante historia despertaban la curiosidad y alimentaban los sueños en puertos y ciudades. Homero, Lampedusa y hasta los cuentos de niños contribuyeron a que perdurara la historia de aquellas hermosas mujeres, mitad humana, mitad de pez.
Hoy las sirenas colean en la noche. Apostadas en un rincón, cambiaron la cola de pescado por dos largas piernas y lanzan miradas de red. Reclaman la atención de tipos boqueantes como peces, pero ya no despiertan la curiosidad; aunque alimentan el deseo de los pescadores nocturnos, que atrapados en un suave aleteo de pestañas no son conscientes de haber transitado de depredador a presa.
Cada centímetro de su piel es el cebo que no necesita anzuelo para enganchar la pieza. Y su sonrisa es el preludio de un falso ritual de seducción, al que se presta entregado el amante del artificio, cuyo futuro no abarca más allá del instante.
Atemperan la voz para disfrazar la irresistibilidad de su canto y emular así al jugador de ventaja que esconde un naipe para torcer el destino. Conscientes de que al placer se puede llegar por atajos o dejándose llevar hasta el final.
También hay sirenas de ojos tristes, que sueñan con príncipes de papel. A sabiendas de que es un imposible y de que tan solo habitan en el recuerdo, esbozado con una mixtura de alegría y dolor.
Entre el deseo y el recuerdo, sin opción a elegir, boquean los peces surcando el mar. Y entre ellos y las sirenas siempre subyace el sueño de un gato.

martes, 16 de agosto de 2011

Tiempo de deseo

Había chicas que al calzarse por primera vez los zapatos de tacón de sus madres ya anunciaban que años después serían las reinas del barrio. Romperían más de un corazón y serían las protagonistas del sueño tórrido de los adolescentes.
Cuando se desarrollaban lo hacían antes que nosotros y para nuestra desgracia preferían a los chicos mayores, lo que complicaba aún más nuestras escasas posibilidades de éxito en la asignatura de seducción. Así que nos dedicábamos a suspirar por ellas y contemplarlas con ojos abiertos y una perenne expresión de bobos.
En nuestra defensa diré que nunca bajábamos la guardia y tampoco renunciamos nunca a aquella empresa que era la más importante de nuestras vidas y que consistía en arañar un exiguo botín de besos y caricias.
Soñábamos con ellas. Hasta que descubrimos a sus hermanas mayores. Un territorio vedado en el que apenas lográbamos colarnos con la mirada y que sin embargo se convirtió en el escenario ideal para nuestras fantasías. Seguíamos soñando con ellas, pero nos iniciamos en los placeres solitarios recreándonos en la anatomía de sus hermanas.
Claro que nos decían que era pecado. Y también que nos quedaríamos ciegos y mil disparates más. Y es cierto que existieron momentos de dudas sobre sí habría algo de verdad en alguna de aquellas predicciones. Pero no es menos cierto que el mayor temor respondía al nombre de fimosis y que el gran padre blanco no infundía miedo con su figura enjuta en blanco y negro atrapada en el televisor.
El verano fue siempre tiempo de deseo. La mejor época del año para un adolescente. Incluso hoy. Cuando nos quieren convencer de que la naturaleza ha sucumbido ante la convicción y de que esos jóvenes que inundan estos días las calles de nuestras ciudades son inmunes al deseo y sordos a la llamada de la carne.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Esperanza y más palabras

Esperanza y palabras. Parecen un débil asidero y un escaso anhelo ante el sueño de la muchedumbre, que sopla el cuerno de la abundancia para el inmediato tiempo venidero. Un sueño del que muchos despiertan apenas desaparecen uvas y burbujas por el abismo de la garganta y que otros conservan con el envoltorio del deseo hasta que las hojas del calendario se agotan e invitan de nuevo al sueño. El mismo punto de partida, con distintos dígitos.
No. Definitivamente, no son tiempos de esperanza. Y para muchos las palabras ya están gastadas. Y aún así apuesto por no renunciar a ambas. Deseo esperanza para los desheredados, a sabiendas de que demandan algo más tangible. Y deseo esperanza para aquellos que creen haberla perdido, cuando en realidad lo que han perdido es una razón para tener esperanza.
De igual manera, deseo que conservemos los baúles de las palabras. Que los abramos y extraigamos de ellos aquellas que necesitamos para expresar alegría, desazón... todas las que sean necesarias para comunicarnos. Porque las palabras no se gastan, es la ausencia de hechos que las acompañen lo que nos hace dudar de su utilidad y de su vigencia.
En este tiempo de desencuentros y contradicciones que es la Navidad, cuando 2010 agoniza y 2011 es una caja de incertidumbres, donde caben todo y nada, escribo este mensaje de esperanza y palabras para aquellos que deambulan conmigo; y también para aquellos que nunca pisaron el callejón, pero que contemplan el mar, real o imaginario, esperando esa botella a la deriva, que ni siquiera hoy es necesaria porque la hemos sustituido por la Red, con las palabras escritas por una persona desconocida.
Quizás no se vea el horizonte, pero merece la pena seguir mirando.

martes, 13 de octubre de 2009

Visionarios

El que más y el que menos se ha aventurado a desafiar a las Moiras, y ha exhibido una visión del futuro; aunque ignoro si esa visión tiene su origen en ciertas dotes adivinatorias o son simples manifestaciones del deseo.
El escritor Gore Vidal haciendo alarde de sus dotes adivinatorias o bien exhibiendo un deseo augura el “fin del imperio” en Afganistán, y de paso califica a su país, Estados Unidos, como “una casa de locos que va a acabar con Obama”. Y, simplificando, sitúa las causas del fin en la intelectualidad de Obama y en la corrupción de las personas.
No contaba el escritor con que a los dos días el Comité Nobel Noruego del Parlamento de Noruega (no Suecia) otorgaría el Nobel de la Paz al presidente estadounidense; más por lo que hará que por lo hecho, en un ejercicio de adivinación o de deseo estratosférico.
Cuentan que los emperadores romanos se hacían acompañar de personas que aseguraban ver el futuro en el vuelo o en las vísceras de las aves. Pero no recuerdo que cuenten que alguno de estos adivinos avisara a Julio César de las intenciones de Bruto y los senadores romanos. Como mucho vaticinaban el resultado de una batalla, que en aquella época con el potencial humano y armamentístico romano no supondría siquiera jugársela al 50 por ciento. Y es que los irreductibles galos, con Astérix y Obélix a la cabeza, se limitan a zurrar a las legiones romanas en las páginas del cómic.
Cualquier avezado observador internacional o cualquier analista político se atreverían a predecir sin necesidad de escudriñar a las aves que la decisión del Constitucional italiano de anular la “Ley Alfano”, que permitía la inmunidad del presidente italiano, es el principio del fin de Berlusconi. E incluso podría haber previsto la reacción de il nuovo ducce acusando a jueces, prensa e incluso al jefe del Estado, Giorgio Napolitano, de ser unos “rojos”.
Y sin embargo, tampoco se pude vaticinar que el propio Berlusconi promulgue otra ley de inmunidad para su aprobación e Italia viva su particular Día de la Marmota, para que su presidente gane tiempo y continúe sin pagar su cuenta a la justicia. Eso sí, parece que Fini puede convertirse en el nuevo Bruto.
En España no hace falta bola de cristal, ni lectura de manos o de los posos del té. Aquí, para envidia de los adivinos del Imperio romano, basta con mirar el vuelo de las gaviotas. Y a falta de Bruto, sabemos que contamos con Don Vito Corleone. Aunque puestos a adivinar, me pregunto si alguien es capaz de predecir dónde está el final de la correa.