martes, 4 de septiembre de 2012

Sirenas

Daban testimonio algunos marineros de haber visto entre las aguas hermosas mujeres de largos cabellos y cola de pescado, cuya voz era una irresistible invitación a alcanzarlas. Con semejante historia despertaban la curiosidad y alimentaban los sueños en puertos y ciudades. Homero, Lampedusa y hasta los cuentos de niños contribuyeron a que perdurara la historia de aquellas hermosas mujeres, mitad humana, mitad de pez.
Hoy las sirenas colean en la noche. Apostadas en un rincón, cambiaron la cola de pescado por dos largas piernas y lanzan miradas de red. Reclaman la atención de tipos boqueantes como peces, pero ya no despiertan la curiosidad; aunque alimentan el deseo de los pescadores nocturnos, que atrapados en un suave aleteo de pestañas no son conscientes de haber transitado de depredador a presa.
Cada centímetro de su piel es el cebo que no necesita anzuelo para enganchar la pieza. Y su sonrisa es el preludio de un falso ritual de seducción, al que se presta entregado el amante del artificio, cuyo futuro no abarca más allá del instante.
Atemperan la voz para disfrazar la irresistibilidad de su canto y emular así al jugador de ventaja que esconde un naipe para torcer el destino. Conscientes de que al placer se puede llegar por atajos o dejándose llevar hasta el final.
También hay sirenas de ojos tristes, que sueñan con príncipes de papel. A sabiendas de que es un imposible y de que tan solo habitan en el recuerdo, esbozado con una mixtura de alegría y dolor.
Entre el deseo y el recuerdo, sin opción a elegir, boquean los peces surcando el mar. Y entre ellos y las sirenas siempre subyace el sueño de un gato.

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