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viernes, 6 de septiembre de 2024

Paisaje nocturno

La reja cerrada, la farola dormida y los sueños presos en una caja de cristal. Un gato cruza a la búsqueda de refugio, atravesando los barrotes en una huida preventiva mientras las hienas ríen en la trastienda. Y la noche cubre las carencias y las imperfecciones de aquellos que alguna vez creyeron. 
La luna sigue pastoreando el rebaño de los crédulos. Pero no hay guía para quienes carecen de fe. La noche sólo se rompe con la irrupción del solitario, que en su soledad confunde el canto con la plegaria y se pierde en sus propios pasos. 
Llovió. Y el olor de la tierra mojada recuerda el tiempo del ayer sepultado por un pasado fragmentado entre lo que fue y lo que pudo ser.
El agua moja las piedras, amenazando con borrar la memoria. Como si fuera tan fácil mudar la huella de los siglos. Como si desdibujar el legado del tiempo fuera como un cambio de piel.
Dicen que las piedras guardan la carcajada de aquel que nunca regresó; la mirada perdida de quien interroga al cielo y el semblante del que se alimenta del miedo. Y dicen que mientras se discute sobre sí el que ríe es Dios o el diablo, las campanas recuperan el tañido para tocar a difuntos.
Entonces, el cristal se rompe y se liberan los sueños.

viernes, 26 de mayo de 2023

El último baile

 
En el último baile apenas caben las miradas y son torpes los pasos. Trazas con el dedo una línea en el suelo y donde ya no cabe una vida suena una vieja melodía. Atrapados en una baldosa mueren los sueños y por un instante, bordeando el precipicio, eres quien nunca alcanzaste a ser. 
Frente al abismo, los hilos están en tus manos, pero desvencijadas las extremidades sólo se vislumbra en el rostro el rictus que alguna vez fue sonrisa. Y como tampoco hay ya lugar para el llanto, sólo cabe mirar al horizonte. 
El atardecer anuncia el mañana, pero también es el preámbulo de noches largas. Y esas veladas que una vez fueron la existencia son hoy apenas una invitación al naufragio. 
En la liturgia de los corazones solitarios nunca tuvo cabida el relato de la redención, tampoco el del arrepentimiento. La única comunión fue con el existir y la resurrección se vivía a diario, tan sólo era necesario poner el pie en el suelo al abandonar la cama. 
Ahora escuchas al trovador como si entonara una plegaria y las cuerdas de la guitarra son un ring en el que estás destinado a besar la lona. Un beso de labios áridos que agita recuerdos y reabre heridas que nunca acaban de cerrar. 
Los hilos se escapan entre los dedos, como antes lo hizo la arena o el agua; incluso la plata. Incapaz de asir nada, dejaste volar las cometas sin pararte un instante a contemplarlas en ese mismo cielo que hoy se oscurece sin siquiera ofrecerte agua. 
Aún así es tu baile. Tu último baile. Ese donde los pasos son torpes y apenas caben las miradas. Ese en el que un susurro al oído te hace creer en que hay esperanza, mientras una vez más buscas la luna entre los hielos del vaso.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Marineros

Ya no hay sirenas en el mar de los recuerdos. Y puede que tampoco en el de los anhelos. Apenas se perciben el eco de las risas de cristal, el brillo de unos ojos apagados y el suave aleteo sobre las crestas de las olas donde sobresalen escamas de plata en las que el sol espera encontrar su propio reflejo. 
El viento y la luna siguen siendo la esperanza de los marineros como preámbulo de un nuevo día; aquel en el que el mañana es clon del ayer. Y aún así nadie renuncia a otear el horizonte para poder escupir la palabra atrincherada en la garganta, aquella que no necesita traducción, aquella desgastada hasta en la imaginación y que sin embargo guarda el sonido de las mejores venturas ¡Tierra! 
Nadie pregunta dónde estamos. Porque todos o casi todos lo ignoran o probablemente porque eso sea lo de menos. Los pies están para hundirse en la arena. Y solo la mirada triste y esquiva delata al tritón, cuya única voz es el rugido de la caracola. 
Cuentan los viejos lobos de mar que aquel grito lo obedece el mar. Las olas se alzan y agitan los cascos de las naves iniciando un baile cuyo final no está escrito pero que relata el juego del cazador y su presa. Los marineros veteranos cruzan los dedos y miran primero al mar y luego al cielo para espantar las supersticiones que heredaron de sus mayores y que en muchos casos será el único legado a percibir por los que les precederán. 
La tierra es sinónimo de calma, aunque no sea más que una farsa, una máscara de miedos que diluye los antiguos miedos. Siempre el temor a lo que está por venir, siempre el presagio negro de lo que acontecerá. 
La costa es lo inmediato. Y la playa, la certeza. Lo demás se dirime entre cuentos de tabernas del puerto, la media sonrisa del grumete, el gesto adusto de los oficiales y las cejas arqueadas del marinero que siempre jura que será su último viaje. Los crédulos siempre suman adeptos. Y el incrédulo ni siquiera halla cobijo en el diario del náufrago. 
Siempre hubo otros pies que pisaron antes la arena. Siempre se glosó el triunfo de los miedos. Y siempre habrá quien a pesar del rugido de la caracola oiga el canto de las sirenas. Las risas de cristal, el brillo que da vida a los ojos y la estela en el agua que marca el camino de los que aún sueñan.

lunes, 16 de octubre de 2017

Aquel tiempo

Aún se oye la voz en la calle, alejándose para perderse al doblar la esquina y ofertando sonrisas de esas que alegran el día; de esas que llenan la cara y se brindan al paseante con el que se cruzan los pasos. 
También anuncia un resto de sueños que ni se rompen ni se cumplen, pero se sueñan; una mirada limpia, a medio camino entre el suelo y las estrellas, y una retahíla de palabras que necesitan ser pronunciadas y escuchadas para tener utilidad. 
Como un buhonero anda y desanda las calles pregonando su mercancía. Sin fe pero sin perder la esperanza. 
Mira con la curiosidad de un niño y el conocimiento que dan los años, también con el desencanto que le trajo ese mismo tiempo. Ya no le sorprenden ni le asustan las puertas al cerrarse, ni las cortinas ocultando las siluetas en las ventanas. 
Tampoco le intimidan los pasos acelerados a su espalda, ni los rostros hoscos que contempla al avanzar. 
De vez en cuando mete una mano en su bolsillo y acaricia las tapas gastadas de un libro que guarda una historia cuyo recuerdo se desliza entre sus dedos como la arena en un reloj. Es de aquel mismo tiempo que ya pasó. 
No tiene prisa y el rumbo de sus pasos carece de importancia porque ya nadie le espera. Sin embargo, siempre encuentra la ocasión para detenerse en ese lugar desde donde se escuchan las palabras musicalizadas de aquel poeta que tornó en cantante para volver a ser poeta. 
Quizás…, pero ya no importa. Suena tan lejano y tan vacío ahora un quizás. Como hilo extraviado imposible de recuperar y por tanto, incapaz de enhebrar la aguja; ni siquiera la de la memoria. Aquella a la que a pesar de todo nunca ha renunciado, por no habitar la tierra del olvido, por no admitir la derrota o simplemente porque era la única opción para sobrevivir. 
Los rostros, los nombres, las direcciones y las fechas están ahí. Al menos una gran parte de ellos, pero eso ya también carece de importancia. Pertenecen a aquel mismo tiempo. 
Sin apenas darse cuenta, gastando las suelas de los zapatos, desemboca en una de las calles principales. Al pasar junto a un establecimiento se ve reflejado en el escaparate. Y ahí no hay engaño posible, porque se reconoce en este tiempo. 
Lo que daría por poder adquirir su propia mercancía.

martes, 26 de septiembre de 2017

Los días felices

Todavía sueña con los días felices. Recuerda la aguja recorriendo el vinilo y el sonido cercano de la voz del lejano Lou. Recuerda cuando al abrir la ventana los sueños volaban pero no llegaban a escapar. Y cuando no importaba el cuándo, el cómo o el porqué y el dónde era lo de menos. 
El sueño se tiñe de nostalgia. Y los recuerdos están tan manoseados y borrosos que no son más que la trampa en la que caer y volver a caer. 
Cree estar viendo aquel hilo de humo ascender acompañando la música de Bob, en aquella época que era Bob y no nos podía defraudar. Siente deslizarse en la garganta aquellos tragos largos como un preámbulo de los que vendrían después. Y contempla la habitación poblada con aquellos rostros que hoy no son más que vagos esbozos de quienes un día fueron y ahora no son. 
Suena la tercera de la cara B. Como le gustaba oír a Joe y su banda. Todavía los escucha, incluso ahora cuando Joe hace tiempo que se marchó. 
En su sueño hay chicas de porcelana y cintura de serpiente que ríen tras la última calada a un cigarro. Alguien abre el último número de Star. Las piernas dibujan un círculo en el suelo. Y fuera, en la terraza, se oyen las voces de la que será una última discusión que siempre acaba igual. 
De pronto suena el teléfono. Y es como si se parara el tiempo. Nunca podrá olvidar su cara. La música enmudece. Y ahora el único hilo que asciende en el aire es su voz. 
No podía ser, pero fue. El coche dio dos vueltas antes del impacto. No hubo supervivientes. 
Hoy solo quiere sentir uno de aquellos tragos deslizarse por la garganta, fumar un cigarro y volver a aquella habitación donde suena la música. 
Sueña con días felices. Con la convicción de que existieron alguna vez.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Los pasos perdidos

No hay guijarros ni migas que guíen los pasos. Tampoco hay luciérnagas que iluminen la senda como si fueran la hilera de luces de una pista de aterrizaje. Ni antorchas, ni hogueras en la playa para preceder al faro. Solo está la oscuridad. Y la incertidumbre.
Pero siempre hay quien se esfuerza en creer, en aferrarse a algo para imaginar la esperanza. O para crearla y no renunciar a ella. Soñadores, idealistas...
De igual modo que existen quienes optaron por no creer. Militantes del pesimismo desde un optimismo ilustrado. Frustrados, decepcionados...
Y aún así, la rueda de la vida sigue rodando para todos. Con desigual fortuna. Incrementando el lastre de algunos y aliviando la carga de otros. Dibujando inevitablemente la línea que une el principio con el fin. Fijando el origen, pero entremezclando meta y destino.
A sabiendas de que siempre levantará la cabeza aquel que no quería crecer. Aquel que se veía reflejado en Peter Pan, ignorando que en realidad tan solo era un niño perdido de Nunca Jamás.
Y en ese mundo de sueños, de luz y de sombras perdidas aparecen espejismos que se desvanecen en el extremo de los dedos, pero que conservan el poder y el magnetismo de atraparnos al contemplarlos. En el cautiverio de esos espejismos es cuando adquirimos consciencia de la realidad y paradójicamente cuando es mayor el deseo de extender los brazos y volar.
Entonces suena la música y el haz de luz ilumina el suelo donde un par de zapatos sin dueño marca los pasos del baile de los muertos. Oh yeah.

lunes, 14 de abril de 2014

14 de abril

En el territorio independiente que habito, las cuatro paredes de mi casa, hay senderos y veredas, caminos y carreteras que cruzan y comunican los mundos paralelos de la realidad y los sueños.
Hay un barco de palabras que navega en océanos de agua y mares de olivos. Y un abril de pensamientos y memoria floridos, de rosas y claveles; de nardos ensangrentados.
Hay callejones, calles y avenidas; como esta avenida de luz, anhelo del retorno de aquellas alamedas en las que una vez pasearon los hombres y las mujeres libres.


martes, 10 de septiembre de 2013

El retorno a las alamedas

Permanece el anhelo del retorno a las alamedas, por donde no solo irrumpe libre la brisa. Pero cada 11 de septiembre, la pesadilla vuelve. Y retumba el eco de “las voces acalladas, los miedos y los gritos”. Dura un instante, pero ¿cuál es la duración de un instante?; y de nuevo, La Moneda gira para mostrar el rostro de la traición y los tahúres armados, estandartes de la ignominia, pisan las calles marcando con las botas los pasos del vals de la muerte. Entre baile y baile podaron las alamedas aullando la vieja consigna hueca de ¡Muera la inteligencia! Y buscando como atrapar la brisa para forjar cadenas.
La ciudad, el país, Chile, eran un salón de baile donde sonaba incesante aquel vals de la muerte: tortura, desapariciones, aniquilación, represión… y aun así, aunque forzaron a bailar al soñador, al poeta y al cantautor, no lograron apagar sus voces y las palabras de Salvador Allende, de Pablo Neruda, de Víctor Jara y tantos otros, fueron las mejores brújulas para volver a las alamedas.
Pero apenas quedaban unos árboles y algún pequeño arbusto. Las grandes alamedas se habían instalado en el corazón y en el territorio de los sueños. Todavía hoy siguen siendo el bulevar deseado para el paseo de los hombres y mujeres libres.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Universos paralelos

Existen universos paralelos como vidas que avanzan frente a otras sin llegar a converger. Territorios inalcanzables e inabarcables, a pesar de que algunos estiren los brazos y sólo puedan contemplar como los dedos no dan más de sí y ni siquiera logran rozar levemente esa tierra cuya condición de inalcanzable la hacen aún más lejana.
Aguas intransitables que nunca serán surcadas por nave alguna, salvo excepcionalmente por una nao capitaneada por alguien cuyo horizonte es indescifrable y cuya carta de navegación carece de origen y destino, a quien secunda una tripulación de disperso presente e impredecible futuro que ignora si avanza o retrocede.
Selvas donde no pisa el hombre y sin embargo guardan una huella indeleble de su paso. Como un testigo perenne y una puerta abierta a un retorno cuyo único fin es el saldo de cuentas pretéritas.
Universos paralelos encerrados entre cuatro paredes, cuya extensión puede sobrepasar la superficie terrestre y que en ocasiones permanecen presos en la mente de aquellos que los crearon. Sin opciones de ser compartidos y por tanto, sin esperanza de ser liberados.
Espacios donde realidad y sueños cruzan esa línea que conduce a la confusión y lo percibido sólo adquiere sentido para aquel que busca la complicidad o la comprensión del resto y sólo desiste de la búsqueda al tornarse turbia la visión.
Y es en ese instante en que se bajan los párpados como persianas opacas y se acepta la realidad del paralelismo cuando nace la apetencia por las tangentes.

 

martes, 4 de septiembre de 2012

Sirenas

Daban testimonio algunos marineros de haber visto entre las aguas hermosas mujeres de largos cabellos y cola de pescado, cuya voz era una irresistible invitación a alcanzarlas. Con semejante historia despertaban la curiosidad y alimentaban los sueños en puertos y ciudades. Homero, Lampedusa y hasta los cuentos de niños contribuyeron a que perdurara la historia de aquellas hermosas mujeres, mitad humana, mitad de pez.
Hoy las sirenas colean en la noche. Apostadas en un rincón, cambiaron la cola de pescado por dos largas piernas y lanzan miradas de red. Reclaman la atención de tipos boqueantes como peces, pero ya no despiertan la curiosidad; aunque alimentan el deseo de los pescadores nocturnos, que atrapados en un suave aleteo de pestañas no son conscientes de haber transitado de depredador a presa.
Cada centímetro de su piel es el cebo que no necesita anzuelo para enganchar la pieza. Y su sonrisa es el preludio de un falso ritual de seducción, al que se presta entregado el amante del artificio, cuyo futuro no abarca más allá del instante.
Atemperan la voz para disfrazar la irresistibilidad de su canto y emular así al jugador de ventaja que esconde un naipe para torcer el destino. Conscientes de que al placer se puede llegar por atajos o dejándose llevar hasta el final.
También hay sirenas de ojos tristes, que sueñan con príncipes de papel. A sabiendas de que es un imposible y de que tan solo habitan en el recuerdo, esbozado con una mixtura de alegría y dolor.
Entre el deseo y el recuerdo, sin opción a elegir, boquean los peces surcando el mar. Y entre ellos y las sirenas siempre subyace el sueño de un gato.

domingo, 1 de abril de 2012

El horizonte

El horizonte era una línea que dividía en desiguales partes el cielo y el suelo. Se contemplaba desde un punto lejano con los ojos abiertos o entreabiertos, para evitar el reflejo del sol o su luz directa de forma que no impidiera su contemplación y no tener que utilizar la mano a modo de visera.
Pero además el horizonte era el futuro. Algo que se contemplaba indistintamente con los ojos abiertos o cerrados. Una imagen que tenía que ver más con el mundo de los sueños que con la realidad, aunque en algunos casos ese sueño acabara convirtiéndose en el presente de los ensoñadores.
Aunque nunca faltó quien creyera en el destino y por tanto, en una existencia predestinada, siempre hubo muchos más que dejaron volar imaginación y deseo para soñar aquel tiempo venidero. Y como todo sueño, lo bueno era que cada día se podía vivir uno nuevo, de modo que el futuro estaba por escribir y en él podían imaginarse una y mil vidas o lo que es lo mismo, la posibilidad de desear cada día ser alguien distinto y alcanzar el éxito en tal consecución.
Como cualquier sueño el del futuro no podía ser arrebatado, porque aunque los años y el propio flujo de la vida nos deparara una realidad distinta a la soñada, nadie podía privarnos del momento en que el futuro era soñado.
Hasta hoy, en que los heraldos negros, los salvapatrias y demás especímenes indignos de mención han decidido borrar la línea del horizonte y privarnos de su contemplación con los ojos abiertos o cerrados. Cuando han lanzado una opa hostil desde oscuros y abstractos mercados a la capacidad de soñar y han optado por negarnos el pan y la sal que alimentan el espíritu, con la indisimulada esperanza de encadenar no sólo los cuerpos, sino también las mentes.Miramos sin ver el horizonte. Real o imaginario. Paralizados por el miedo, renunciamos a creer que tras el velo desplegado ante nosotros pueda permanecer ese horizonte tantas veces contemplado. E incluso negamos la posibilidad de que un soñador enarbole un pincel para dibujar una línea horizontal, que separe de nuevo cielo y suelo y nos permita ver, indistintamente, con los ojos abiertos o cerrados.

Imagen: Viñeta de El Roto, publicada el 31 de marzo de 2012 en El País.

jueves, 29 de diciembre de 2011

2012

La tempestad no amaina. Anuncia aguaceros en las lunas venideras. El horizonte de 365 nuevos días se ennegrece. Y hasta las palabras parecen frágiles como refugio. Las mismas palabras dormidas en el interior del baúl, que ni embriagan, ni adormecen, pero servían de asidero contra la desesperanza y permitían tender puentes entre islas pobladas por la soledad, se muestran ahora como oscuras nubes: reajustes, recortes...
Y aún así, permanece el sueño de contemplar el arco iris tras la tormenta. De pintar con palabras, algunas que podrían parecer viejas y gastadas pero no por ello inservibles, ese arco iris, que no deja de ser un puente de colores.
No hay bola de cristal para despejar la incertidumbre, ni telescopio lo suficientemente potente para contemplar ese arco iris que espera tras la tormenta, pero siempre queda un caleidoscopio, en el que se fragmentan los sueños para construir con esos fragmentos un mosaico de nuevos sueños.
Palabras y sueños. Quizás parezcan insignificantes ante esos aguaceros que se anuncian, pero son buenos pilares para sustentar el presente y perfilar el futuro de ese año que amanece. Y los mejores deseos para aquellos que intuyen el arco iris tras la tormenta.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Acianos (2)

Hay flores que asemejan lágrimas. Otras, sonrisas. Algunas parecen soñadas. Quizás porque nacen de la semilla de los sueños. Flores talladas con manos de orfebre. Joyas que colmaron el sueño de zares, para después hacer soñar al pueblo que podía ser el zar. Todo el poder a los soviets. El poder cambiante: zares, mencheviques, bolcheviques, espías y potentados. Y los sueños arrebatados.
Flores azules y espigas doradas. Pétalos sin olor, testigos de la esencia del artesano. La estética de lo sobrio frente a la suntuosidad de los materiales. Los oropeles y los miedos apenas dejan entrever el Palacio de Invierno. Y el vaso, vacío de vodka, se llena con un trozo de la historia.

martes, 16 de agosto de 2011

Tiempo de deseo

Había chicas que al calzarse por primera vez los zapatos de tacón de sus madres ya anunciaban que años después serían las reinas del barrio. Romperían más de un corazón y serían las protagonistas del sueño tórrido de los adolescentes.
Cuando se desarrollaban lo hacían antes que nosotros y para nuestra desgracia preferían a los chicos mayores, lo que complicaba aún más nuestras escasas posibilidades de éxito en la asignatura de seducción. Así que nos dedicábamos a suspirar por ellas y contemplarlas con ojos abiertos y una perenne expresión de bobos.
En nuestra defensa diré que nunca bajábamos la guardia y tampoco renunciamos nunca a aquella empresa que era la más importante de nuestras vidas y que consistía en arañar un exiguo botín de besos y caricias.
Soñábamos con ellas. Hasta que descubrimos a sus hermanas mayores. Un territorio vedado en el que apenas lográbamos colarnos con la mirada y que sin embargo se convirtió en el escenario ideal para nuestras fantasías. Seguíamos soñando con ellas, pero nos iniciamos en los placeres solitarios recreándonos en la anatomía de sus hermanas.
Claro que nos decían que era pecado. Y también que nos quedaríamos ciegos y mil disparates más. Y es cierto que existieron momentos de dudas sobre sí habría algo de verdad en alguna de aquellas predicciones. Pero no es menos cierto que el mayor temor respondía al nombre de fimosis y que el gran padre blanco no infundía miedo con su figura enjuta en blanco y negro atrapada en el televisor.
El verano fue siempre tiempo de deseo. La mejor época del año para un adolescente. Incluso hoy. Cuando nos quieren convencer de que la naturaleza ha sucumbido ante la convicción y de que esos jóvenes que inundan estos días las calles de nuestras ciudades son inmunes al deseo y sordos a la llamada de la carne.

lunes, 11 de abril de 2011

Medusas

Las medusas siempre me han parecido especialmente desagradables. Quizás porque en mi lejana infancia, cruzando la desembocadura del Guadiana en un ferry para alcanzar desde Ayamonte el lado portugués, me mareé por perseguirlas con la mirada y contarlas sobre las olas.
Puede que las medusas no fueran sólo las culpables, porque la memoria me trae otro mareo de la infancia en ferry, esta vez cruzando el Estrecho. Pero si recuerdo con nitidez que eran pequeñas medusas, casi minúsculas, las responsables de aquellas picaduras en diversas partes de nuestros menudos cuerpos durante algunos veranos en la costa almeriense.
Nunca he sabido cuál es su utilidad, si son depredadoras o sirven de alimento a alguna especie marina para garantizar la cadena trófica. Pero su transparencia gelatinosa y su gran cabeza flotando entre las olas siempre se me asemejaron más a una bolsa de plástico a la deriva que a cualquier individuo del reino animal.
En la mitología tampoco salen bien paradas, ya que Medusa poseía la capacidad de convertir en piedra a quien osará mirarla a los ojos; aunque es cierto que los siglos la mutaron de monstruo a hermosa doncella (no por ello menos monstruosa).
Entre el mito y la realidad está el espacio donde se construyen los sueños. Aquel lugar donde cuando niños éramos los protagonistas de innumerables aventuras; un territorio de fantasía que recorríamos con igual familiaridad y conocimiento que nuestra habitación para salir victoriosos frente a cualquier adversidad. La fábrica de sueños visitada en la adolescencia, con el mismo aire triunfal pero con distintos retos. Y el refugio en la edad madura, para no perder la esperanza de vislumbrar un horizonte y para no renunciar a aquella infancia y a esa adolescencia tan lejanas, pero tan presentes en quienes somos y en lo que nunca seremos.
Ahora no persigo medusas con la mirada. Cuando las veo me siguen pareciendo especialmente desagradables. Y entre los monstruos y las hermosas doncellas monstruosas, no hay duda de que los primeros no se valen del engaño y de que de haberme topado con la mitológica Medusa hoy sería un gato de piedra.

viernes, 9 de abril de 2010

Entre sueños y pesadillas

El río de mierda que nos envuelve en esta rutina diaria vomitada por radios, televisiones y periódicos abotarga nuestros sentidos hasta tal punto que pudiera parecer nos niega la posibilidad de retorno.
Y en esa negación nos sentimos asfixiados por ese hedor desprendido de la realidad diaria y atemorizados por la nada desdeñable posibilidad de que ese río se desborde y arrase cuerpos y mentes y hasta ese imaginario El Dorado que adoptamos y convertimos en nuestro new life’s style.
En este escenario en que nos movemos por voluntad más ajena que propia y en el que sin embargo todos llevamos nuestra pequeña o gran carga de triunfos y fracasos, de acciones y omisiones, de culpa y complicidad, aún cabe la posibilidad de retornar a través de las pequeñas cosas, menospreciadas y minusvaloradas en tiempos de opulencia y que sin embargo pueden darnos la pausa necesaria para volver a caminar con los pies en el suelo.
Cantaba La Lupe que “la vida es puro teatro” y olvidamos que el teatro era un mundo de sueños para transformarlo en un espacio de pesadillas. Pasamos de disfrutar con la interpretación de los papeles asignados a padecer en cualquier actuación, incluso en aquella en la que sólo éramos figurantes. Y hasta el pequeño éxito que suponía lograr una aparición con frase se convirtió en el mayor de los fracasos y en la excusa perfecta para abandonar, como si la función fuera a parar por nosotros.
Quizás sea momento de volver a sueños como aquellos de libertad, fraternidad e igualdad y de renunciar a pesadillas revestidas de sueños en las que alcanzábamos la cima del mundo. Ya no es tiempo de posar junto al emperador en ranchos e islas para la posteridad, cuando algunos eran tan implacables que creyeron que la correa adornaba su cuello y tan infalibles que no quisieron ver como les estrangulaba.
Todos en mayor o menor medida tocamos con los dedos esa cima. Renunciamos a los sueños para abrazar ese new life’s style y ahora al contemplar ese río de mierda debemos aceptar que para cruzarlo o para que no se desborde hay que mancharse la ropa.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Al otro lado del amanecer

Corren tiempos de euforia. Días de buenos deseos. Algunos camuflados entre el abeto y las guirnaldas, pero otros abiertos desde el corazón. Hay gente que desea buenaventura al prójimo con boca pequeña, mientras otros, quizás escépticos, anhelan hermosos deseos ilimitados a propios y extraños.
En apenas unas horas, tras extender Papa Noel su manto de regalos a los pies del árbol, la dicha será de los más pequeños. Mis peques encarnan la Navidad, aunque el espíritu, alejado de artificios, habita el corazón de la gente buena.
Tras este oasis. Esta tregua en la vorágine diaria. Volveremos a la rutina. No conviene pues cegarse por las luces llegadas de los territorios de los sueños. Tampoco, aunque es inevitable, alimentar esa euforia que nos permite, momentáneamente, alcanzar los sueños. Pero sería mezquino no vivir el momento. “Beatus ille”, que anunciaba el poeta.
¡Feliz Navidad! Es una frase hecha. Un tópico. Y aún así, al margen de creencias religiosas o convicciones paganas, es como los copos de nieve encerrados en una cápsula de cristal, que lloran desde el cielo por el capricho de un golpe de muñeca. Son dos breves palabras, y sin embargo encierran un sinfín de emociones, sentimientos, deseos, esperanzas… y una complicidad en el dolor de los que sufren ausencias, de las que hacen jirones en el corazón.
La Navidad para mí, siempre, casi siempre, fue espacio de desencuentros. No recuerdo cuando crucé la línea que separaba el país de los sueños del de las cuitas de familia. Y aún así, sigo celebrando ese tiempo para soñar.
Ahora respiro en la tierra de las palabras. Y eso es lo que ofrezco en estas postrimerías del 2009, apenas asomados al año 2010 que se insinúa, palabras que encierran pensamientos, deseos, amistad, afecto, dicha, esperanza, cariño… para mi duende del agua, para mis amigos, casi hermanos, de La Comunidad, y para aquellos que llevo en el corazón y prendidos del recuerdo.
Al otro lado del amanecer, continúa la vida.