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sábado, 24 de octubre de 2015

Putney bridge

Algo se barruntaba en los últimos tiempos en Granada. Como el murmullo que precede al agua. Y los ecos llegaron hasta aquí. Pero no era más que eso, el runrún. El ruido que no ahoga el silencio. No había confirmación. Hasta ahora, cuando primero el Ideal y después El Independiente de Granada anuncian el regreso de 091. 
El retorno del grupo que pudo ser. El que cosechó menos de lo que merecía, a pesar de ser una de las grandes bandas de rock de España. 
Vuelven tras 20 años de su disolución y habiéndonos dejado en herencia a Lagartija Nick o la carrera en solitario de José Ignacio Lapido. 
Y ese regreso nos pilla también con dos décadas más a nuestras espaldas. Es en cierto modo, como aquella novia que tienes a los veinte y que el tiempo te devuelve años más tarde, siendo la misma chica pero convertida en otra persona. Los años han pasado por los dos, pero tú miras a la chica de ahora esperando ver a la de entonces. Quizás perdiendo la perspectiva de que tú tampoco eres ya aquel tipo que movía los pies en un concierto de los 091 con la vida por delante, cuando Granada-Jaén-Madrid estaban más cerca que ahora, las barras de bar eran hospitalarias, las noches no morían hasta el amanecer y esa vida tenía una banda sonora. 
Ahora, como Borges, darías cualquier cosa por saber qué se ve en el espejo. Consciente de que siempre es menos arriesgado enfrentarse a lo que está tras el cristal y por supuesto, que a través de él se contempla la vida con una cómoda distancia. 
La otra tarde la pasé laborando y escuchando a los 091. Puede que tuviera algo de premonitorio, pero también e innegablemente es una forma de volver a lo vivido. Como un ejercicio de recuperación de lo conocido, a sabiendas de que la memoria te devuelve una recreación tramposa. 
No todo está mal. Burning celebra sus 40 años en los escenarios, aunque aún no hayamos logrado descifrar que hacía una chica como aquella en un lugar como ese. Los Ilegales de Jorge Martínez presentaron nuevo disco. Y se anuncia el retorno de 091. 
Pero nos falta Strummer. Y solo nos queda subir a la Torre de la Vela o dejar Putney bridge atrás. 

lunes, 14 de abril de 2014

14 de abril

En el territorio independiente que habito, las cuatro paredes de mi casa, hay senderos y veredas, caminos y carreteras que cruzan y comunican los mundos paralelos de la realidad y los sueños.
Hay un barco de palabras que navega en océanos de agua y mares de olivos. Y un abril de pensamientos y memoria floridos, de rosas y claveles; de nardos ensangrentados.
Hay callejones, calles y avenidas; como esta avenida de luz, anhelo del retorno de aquellas alamedas en las que una vez pasearon los hombres y las mujeres libres.


lunes, 10 de enero de 2011

Principio y fin

Echaba de menos mis piedras. Y también mi capricho gatuno en forma de paseo matutino entre ellas. Es difícil explicarlo, y es probable que tampoco sea fácil comprender que se pueda hallar tanto sosiego simplemente con contemplarlas; alzando la vista en busca de la torre de la antigua Universidad y de la siempre vigilante aguja de la Catedral y recorriendo con la mirada sus muros.
Hoy he retornado, tras algo más de dos semanas de ausencia, cerrando el círculo del año finalizado y del que comienza. Y a pesar de los bancos de niebla que escondían el camino, el cielo de Baeza aparecía inusualmente despejado a modo de bienvenida. Ofreciendo la ciudad de intramuros en su plenitud. La senda del poeta.
El relente de la temprana mañana refrescaba mi rostro y hacía desaparecer cualquier rastro de somnolencia; aunque los mesurados pasos pareciesen un síntoma de sopor, contrarrestado por la viveza de mi mirada confirmando el reencuentro.
En un momento, apenas un instante, sólo somos esas piedras y yo. Como si el tiempo existiera y más aún, como si pudiera detenerse.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Una de terror

Las secuelas de algunas películas de determinados géneros cinematográficos solían titularse como “El regreso de….”. Era habitual en películas de capa y espada, del oeste o de terror, en muchas de serie B e incluso en las de Tarzán o las de Fumanchú.
Era obvio el deseo de retorno en todas ellas, pero no quedaba claro si esa necesidad de regresar correspondía al director, al hombre mono o a los zombies o simplemente era una “brillante y original” propuesta de los estudios o un alarde de los traductores.
El paso del tiempo ha traído avances tecnológicos y mucho dinero para la producción y realización de nuevas películas, pero en el trayecto no se perdieron las ganas de retornar ni la originalidad de los títulos y muchos siguieron regresando. De modo que parecía que no se hubieran ido nunca.
Y aunque es cierto que ese regreso creaba expectación, no es menos cierto que en la mayoría de las ocasiones nunca se cubrían las expectativas y la secuela era previsible y prescindible.
Crecimos viendo esas películas, inconscientes de que la realidad supera a la ficción y de que lo terrible no es que regresen Godzilla o el abominable Hombre de las Nieves, sino la amenaza de que lo hagan aquellos que creíamos mutados en jarrones chinos y por tanto, en apariencia inofensivos.
Ahora descubrimos que además de la llamada de la selva suena poderoso el imaginario grito de demanda de la patria. Inconscientes. Hemos estado en un tris de pasar de disfrutar viendo La leyenda del indomable a estremecernos con El regreso del innombrable.

viernes, 9 de abril de 2010

Entre sueños y pesadillas

El río de mierda que nos envuelve en esta rutina diaria vomitada por radios, televisiones y periódicos abotarga nuestros sentidos hasta tal punto que pudiera parecer nos niega la posibilidad de retorno.
Y en esa negación nos sentimos asfixiados por ese hedor desprendido de la realidad diaria y atemorizados por la nada desdeñable posibilidad de que ese río se desborde y arrase cuerpos y mentes y hasta ese imaginario El Dorado que adoptamos y convertimos en nuestro new life’s style.
En este escenario en que nos movemos por voluntad más ajena que propia y en el que sin embargo todos llevamos nuestra pequeña o gran carga de triunfos y fracasos, de acciones y omisiones, de culpa y complicidad, aún cabe la posibilidad de retornar a través de las pequeñas cosas, menospreciadas y minusvaloradas en tiempos de opulencia y que sin embargo pueden darnos la pausa necesaria para volver a caminar con los pies en el suelo.
Cantaba La Lupe que “la vida es puro teatro” y olvidamos que el teatro era un mundo de sueños para transformarlo en un espacio de pesadillas. Pasamos de disfrutar con la interpretación de los papeles asignados a padecer en cualquier actuación, incluso en aquella en la que sólo éramos figurantes. Y hasta el pequeño éxito que suponía lograr una aparición con frase se convirtió en el mayor de los fracasos y en la excusa perfecta para abandonar, como si la función fuera a parar por nosotros.
Quizás sea momento de volver a sueños como aquellos de libertad, fraternidad e igualdad y de renunciar a pesadillas revestidas de sueños en las que alcanzábamos la cima del mundo. Ya no es tiempo de posar junto al emperador en ranchos e islas para la posteridad, cuando algunos eran tan implacables que creyeron que la correa adornaba su cuello y tan infalibles que no quisieron ver como les estrangulaba.
Todos en mayor o menor medida tocamos con los dedos esa cima. Renunciamos a los sueños para abrazar ese new life’s style y ahora al contemplar ese río de mierda debemos aceptar que para cruzarlo o para que no se desborde hay que mancharse la ropa.