Las secuelas de algunas películas de determinados géneros cinematográficos solían titularse como “El regreso de….”. Era habitual en películas de capa y espada, del oeste o de terror, en muchas de serie B e incluso en las de Tarzán o las de Fumanchú.
Era obvio el deseo de retorno en todas ellas, pero no quedaba claro si esa necesidad de regresar correspondía al director, al hombre mono o a los zombies o simplemente era una “brillante y original” propuesta de los estudios o un alarde de los traductores.
El paso del tiempo ha traído avances tecnológicos y mucho dinero para la producción y realización de nuevas películas, pero en el trayecto no se perdieron las ganas de retornar ni la originalidad de los títulos y muchos siguieron regresando. De modo que parecía que no se hubieran ido nunca.
Y aunque es cierto que ese regreso creaba expectación, no es menos cierto que en la mayoría de las ocasiones nunca se cubrían las expectativas y la secuela era previsible y prescindible.
Crecimos viendo esas películas, inconscientes de que la realidad supera a la ficción y de que lo terrible no es que regresen Godzilla o el abominable Hombre de las Nieves, sino la amenaza de que lo hagan aquellos que creíamos mutados en jarrones chinos y por tanto, en apariencia inofensivos.
Ahora descubrimos que además de la llamada de la selva suena poderoso el imaginario grito de demanda de la patria. Inconscientes. Hemos estado en un tris de pasar de disfrutar viendo La leyenda del indomable a estremecernos con El regreso del innombrable.
Era obvio el deseo de retorno en todas ellas, pero no quedaba claro si esa necesidad de regresar correspondía al director, al hombre mono o a los zombies o simplemente era una “brillante y original” propuesta de los estudios o un alarde de los traductores.
El paso del tiempo ha traído avances tecnológicos y mucho dinero para la producción y realización de nuevas películas, pero en el trayecto no se perdieron las ganas de retornar ni la originalidad de los títulos y muchos siguieron regresando. De modo que parecía que no se hubieran ido nunca.
Y aunque es cierto que ese regreso creaba expectación, no es menos cierto que en la mayoría de las ocasiones nunca se cubrían las expectativas y la secuela era previsible y prescindible.
Crecimos viendo esas películas, inconscientes de que la realidad supera a la ficción y de que lo terrible no es que regresen Godzilla o el abominable Hombre de las Nieves, sino la amenaza de que lo hagan aquellos que creíamos mutados en jarrones chinos y por tanto, en apariencia inofensivos.
Ahora descubrimos que además de la llamada de la selva suena poderoso el imaginario grito de demanda de la patria. Inconscientes. Hemos estado en un tris de pasar de disfrutar viendo La leyenda del indomable a estremecernos con El regreso del innombrable.
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