No creo en superhéroes, más allá de la ficción, pero estoy dispuesto a creer que en estos tiempos estamos necesitados de comportamientos heroicos. De sucesos que se salen de la rutina y que nos muestran grandeza y miseria a partes iguales. Y también nuestra fragilidad y vulnerabilidad.
Ha ocurrido esta semana. En la isla de Alborán, frente a la costa andaluza. De nuevo una patera y una vez más, la Guardia Civil del Mar. Nada que ver con lugares exóticos o interplanetarios, naves con últimas tecnologías y velocidades de vértigo o superhéroes de vestimentas imposibles y superpoderes.
Menores y mujeres embarazadas a bordo y un bebé recién nacido. La nave a la deriva y frente a ella, rocas de aristas afiladas como finos dientes dispuestos a morder su presa. Y como única esperanza, una embarcación de salvamento y un puñado de guardias civiles.
Parece de película, pero es real. Un guardia civil, Carlos Trujillo, que se arroja al agua con un cabo de cuerda y nada hasta la embarcación de goma, sin gasolina y con 33 personas a bordo. Primero, los niños y luego, las mujeres. Y por último, los hombres.
En ese orden establecido sobre las aguas son rescatados uno a uno. La primera en abandonar la patera será la pequeña recién nacida, casi 4 kilos de peso y claros síntomas de hipotermia. Otro guardia civil, Carlos Puche, recoge a la pequeña, inmóvil y amoratada, y la pega a su pecho para darle calor. Un abrigo de dos horas, lo que dura la travesía hasta la costa, que mantiene con vida a la pequeña.
Esta vez hubo un final feliz. Todos a salvo. La pequeña por decisión de sus padres, ambos viajaban a bordo de la patera, se llamará Happiness (Felicidad). Aunque también podía haberse llamado Hope (Esperanza) o Lucky (Suerte).
Ignoro si habrá condecoración o reconocimiento oficial para el comportamiento heroico de estos guardias civiles. Lo merecen. Puede que ellos piensen que sólo hacían su trabajo, que cumplían con su deber; algo que en los tiempos que corren y trasladado a otros ámbitos de poder y representación parece una excepción.
También me gustaría pensar que esta hija del agua tendrá un futuro alejado de la miseria y de la falta de oportunidades y que algún día podrá contar que ya no existen viajes al paraíso convertidos en un infierno. Porque Occidente comprendió que era mejor invertir en vida, que clavar las tapas de los ataúdes.
Ha ocurrido esta semana. En la isla de Alborán, frente a la costa andaluza. De nuevo una patera y una vez más, la Guardia Civil del Mar. Nada que ver con lugares exóticos o interplanetarios, naves con últimas tecnologías y velocidades de vértigo o superhéroes de vestimentas imposibles y superpoderes.
Menores y mujeres embarazadas a bordo y un bebé recién nacido. La nave a la deriva y frente a ella, rocas de aristas afiladas como finos dientes dispuestos a morder su presa. Y como única esperanza, una embarcación de salvamento y un puñado de guardias civiles.
Parece de película, pero es real. Un guardia civil, Carlos Trujillo, que se arroja al agua con un cabo de cuerda y nada hasta la embarcación de goma, sin gasolina y con 33 personas a bordo. Primero, los niños y luego, las mujeres. Y por último, los hombres.
En ese orden establecido sobre las aguas son rescatados uno a uno. La primera en abandonar la patera será la pequeña recién nacida, casi 4 kilos de peso y claros síntomas de hipotermia. Otro guardia civil, Carlos Puche, recoge a la pequeña, inmóvil y amoratada, y la pega a su pecho para darle calor. Un abrigo de dos horas, lo que dura la travesía hasta la costa, que mantiene con vida a la pequeña.
Esta vez hubo un final feliz. Todos a salvo. La pequeña por decisión de sus padres, ambos viajaban a bordo de la patera, se llamará Happiness (Felicidad). Aunque también podía haberse llamado Hope (Esperanza) o Lucky (Suerte).
Ignoro si habrá condecoración o reconocimiento oficial para el comportamiento heroico de estos guardias civiles. Lo merecen. Puede que ellos piensen que sólo hacían su trabajo, que cumplían con su deber; algo que en los tiempos que corren y trasladado a otros ámbitos de poder y representación parece una excepción.
También me gustaría pensar que esta hija del agua tendrá un futuro alejado de la miseria y de la falta de oportunidades y que algún día podrá contar que ya no existen viajes al paraíso convertidos en un infierno. Porque Occidente comprendió que era mejor invertir en vida, que clavar las tapas de los ataúdes.
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