Mostrando entradas con la etiqueta miseria. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta miseria. Mostrar todas las entradas

martes, 17 de julio de 2012

Con la cabeza alta

Hay quien confunde el poder deambular por la vida con la testa alta con el envaramiento. Y no distingue entre aquellos que caminan sin que nada de su conducta y comportamiento pueda avergonzarles y esos otros por naturaleza y actos siesos, distantes y responsables de decisiones que atropellan al prójimo.
Por ello no es extraño que saquen pecho ante auditorios entregados y haciendo gala de la osadía del necio arenguen a la concurrencia incitándola a la altivez. Marcan líneas divisorias en invisibles mapas para distanciarse de la generosidad y evitar ser humildes frente al atropellado y construyen cavernas apuntaladas en la sinrazón y la egolatría.
Poco les importa el sufrimiento ajeno, que en demasía ellos mismos provocan. De igual manera que con sus actos se alejan y en cierta medida reniegan de la fe que presumen profesar. Alardean de buena educación, pero desconocen los más elementales tratados de cortesía y cuando son cogidos en un renuncio y aparecen retratados en su propio exabrupto, miran a otro lado, culpan al más cercano y exhiben el dedo corazón a la envarada manera de su testa, para dejar constancia del dinero malgastado por sus progenitores en prestigiosos centros de enseñanza.
Su conducta, reflejo de su miseria, sería excusa para la chanza, de no ser por la desmesurada lista de damnificados que genera. Y de producirse en otro tiempo, menos crispado e incierto, hallaría al instante la respuesta adecuada, incluso de parientes y allegados.
Pero con las coartadas reales y las artificiales campan a sus anchas, sin importarles pisotear escenarios o instituciones, exhortando con lengua de serpiente y recolectando la aprobación de sus parejos incondicionales.
Conviene recordarles que con la cabeza alta han deambulado los mineros, en esa marcha sin esperanza desde las cuencas hasta Madrid. Y que para dar muestra de envaramiento basta con ser un hijo de fabra, que según cuentan por la tierra sureña que habito son legión frente a los botellines de cerveza.

sábado, 18 de diciembre de 2010

La hija del agua

No creo en superhéroes, más allá de la ficción, pero estoy dispuesto a creer que en estos tiempos estamos necesitados de comportamientos heroicos. De sucesos que se salen de la rutina y que nos muestran grandeza y miseria a partes iguales. Y también nuestra fragilidad y vulnerabilidad.
Ha ocurrido esta semana. En la isla de Alborán, frente a la costa andaluza. De nuevo una patera y una vez más, la Guardia Civil del Mar. Nada que ver con lugares exóticos o interplanetarios, naves con últimas tecnologías y velocidades de vértigo o superhéroes de vestimentas imposibles y superpoderes.
Menores y mujeres embarazadas a bordo y un bebé recién nacido. La nave a la deriva y frente a ella, rocas de aristas afiladas como finos dientes dispuestos a morder su presa. Y como única esperanza, una embarcación de salvamento y un puñado de guardias civiles.
Parece de película, pero es real. Un guardia civil, Carlos Trujillo, que se arroja al agua con un cabo de cuerda y nada hasta la embarcación de goma, sin gasolina y con 33 personas a bordo. Primero, los niños y luego, las mujeres. Y por último, los hombres.
En ese orden establecido sobre las aguas son rescatados uno a uno. La primera en abandonar la patera será la pequeña recién nacida, casi 4 kilos de peso y claros síntomas de hipotermia. Otro guardia civil, Carlos Puche, recoge a la pequeña, inmóvil y amoratada, y la pega a su pecho para darle calor. Un abrigo de dos horas, lo que dura la travesía hasta la costa, que mantiene con vida a la pequeña.
Esta vez hubo un final feliz. Todos a salvo. La pequeña por decisión de sus padres, ambos viajaban a bordo de la patera, se llamará Happiness (Felicidad). Aunque también podía haberse llamado Hope (Esperanza) o Lucky (Suerte).
Ignoro si habrá condecoración o reconocimiento oficial para el comportamiento heroico de estos guardias civiles. Lo merecen. Puede que ellos piensen que sólo hacían su trabajo, que cumplían con su deber; algo que en los tiempos que corren y trasladado a otros ámbitos de poder y representación parece una excepción.
También me gustaría pensar que esta hija del agua tendrá un futuro alejado de la miseria y de la falta de oportunidades y que algún día podrá contar que ya no existen viajes al paraíso convertidos en un infierno. Porque Occidente comprendió que era mejor invertir en vida, que clavar las tapas de los ataúdes.