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martes, 17 de julio de 2012

Con la cabeza alta

Hay quien confunde el poder deambular por la vida con la testa alta con el envaramiento. Y no distingue entre aquellos que caminan sin que nada de su conducta y comportamiento pueda avergonzarles y esos otros por naturaleza y actos siesos, distantes y responsables de decisiones que atropellan al prójimo.
Por ello no es extraño que saquen pecho ante auditorios entregados y haciendo gala de la osadía del necio arenguen a la concurrencia incitándola a la altivez. Marcan líneas divisorias en invisibles mapas para distanciarse de la generosidad y evitar ser humildes frente al atropellado y construyen cavernas apuntaladas en la sinrazón y la egolatría.
Poco les importa el sufrimiento ajeno, que en demasía ellos mismos provocan. De igual manera que con sus actos se alejan y en cierta medida reniegan de la fe que presumen profesar. Alardean de buena educación, pero desconocen los más elementales tratados de cortesía y cuando son cogidos en un renuncio y aparecen retratados en su propio exabrupto, miran a otro lado, culpan al más cercano y exhiben el dedo corazón a la envarada manera de su testa, para dejar constancia del dinero malgastado por sus progenitores en prestigiosos centros de enseñanza.
Su conducta, reflejo de su miseria, sería excusa para la chanza, de no ser por la desmesurada lista de damnificados que genera. Y de producirse en otro tiempo, menos crispado e incierto, hallaría al instante la respuesta adecuada, incluso de parientes y allegados.
Pero con las coartadas reales y las artificiales campan a sus anchas, sin importarles pisotear escenarios o instituciones, exhortando con lengua de serpiente y recolectando la aprobación de sus parejos incondicionales.
Conviene recordarles que con la cabeza alta han deambulado los mineros, en esa marcha sin esperanza desde las cuencas hasta Madrid. Y que para dar muestra de envaramiento basta con ser un hijo de fabra, que según cuentan por la tierra sureña que habito son legión frente a los botellines de cerveza.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Hermitage en el Prado y una necesaria pedagogía del arte

Ofrece el Museo Nacional del Prado hasta el 25 de marzo de 2012 una muestra del arte del Museo Estatal de Hermitage. Primero fue el museo ruso con nombre francés¹ el que ofreció en San Petersburgo una selección de las obras del museo de Madrid, “El Prado en el Hermitage”, coincidiendo con la celebración del Año Dual España-Rusia en 2011, y por la que pasaron más de 630.000 visitantes, del 25 de febrero al 29 de mayo de este año.
Ahora, en el turno español, “El Hermitage en el Prado”, pueden contemplarse en la pinacoteca madrileña alrededor de 180 obras de arte: piezas de arqueología, joyas, artes decorativas, pinturas y esculturas, desde el siglo V a.C. hasta el siglo XX; de autores como Durero, Velázquez, Tiziano, Caravaggio, Rembrandt, Ingres, Monet, Picasso, Kandinsky, Rubens, Ribera, Malevich, Bernini, Canova o Rodin.
Visité esta exposición en El Prado el último fin de semana de noviembre, y al margen de las obras expuestas, que agotarían los adjetivos para calificarlas, me llamaron la atención dos cuestiones: la ausencia de niños y jóvenes en las dos salas donde se exponían los obras del Hermitage y la aglomeración de público frente a las obras más conocidas o promocionadas, como Tañedor de laúd, de Caravaggio (elegida como imagen de la exposición en Madrid), El estanque en Motgeron, de Monet, o El almuerzo, de Velázquez, mientras que otras como San Sebastián curado por las santas mujeres, de José de Ribera, Retrato de un estudioso, de Rembrandt, o El cuadrado negro, de Malevich, apenas concitaban interés. Del mismo modo, me llamó la atención el interés y los comentarios generados por las joyas, excepcionales sin duda, y la poca atención que se prestaba a las esculturas presentes en la exposición, por otra parte también excepcionales.
Ambas cuestiones me llevaron a plantearme nuestras carencias educativas. Afirma Francisco Calvo Serraller, en su Breve historia del Museo del Prado², que “la clave distintiva de nuestros museos, respecto a todos los precedentes de los siglos anteriores, consiste no sólo en su carácter público, sino, consecuentemente, en su finalidad educativa”. También subraya que “el nuevo Estado consideraba la educación y la cultura instrumentos primordiales para combatir la desigualdad social heredada, por lo que trató de que se universalizasen empleando todos los medios a su alcance”. Y añade que “aunque las obras de arte, por su naturaleza suntuaria, resultaban comparativamente más difíciles de democratizar, los poderes públicos también se empeñaron en su promoción social a través precisamente de los museos”.
Es indudable que el Museo del Prado, así como otros museos situados en distintos puntos de la geografía española, cumplen sobradamente esa finalidad educativa, incluso con programas específicos destinados a acercar el arte a niños y jóvenes. Por lo que esa carencia hay que situarla estrictamente en los ámbitos de la educación y la enseñanza o lo que es lo mismo, en los hogares y las escuelas.
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jueves, 2 de abril de 2009

Capucha y mantel

Mis hijos trajeron ayer del colegio la silueta de un nazareno, recortada en papel, pintada por ellos y con sus respectivos nombres. Como no saben lo que es un nazareno uno de ellos decidió que era un hombre con capucha, mantel y una vela. Yo le expliqué que era un nazareno y él me respondió que un nazareno, con capucha y mantel. Así que lo de la túnica lo dejé para mejor momento, ya que para él seguía siendo un mantel.
Van a un colegio público, tan denostado en otros lares, y es a ello a lo que debo, imagino, que los nazarenos no portaran también un lazo blanco, es decir, la ausencia de adoctrinamiento. Yo lo agradezco, porque entiendo que al colegio deben ir a aprender y a convivir con otros peques y que la educación y el adoctrinamiento deben quedar en casa. Aunque si me apuran yo intentaré ahondar en lo de la educación, de forma que no necesiten ser adoctrinados ni por sus padres ni por nadie. Se que es tarea ardua, pero al menos mi santa y yo lo intentaremos.
Son pequeños, sólo 3 años, pero al vivir en el Sur ya han visto procesiones. El año pasado se asustaron cuando vieron a los nazarenos, pero no pudieron escapar al influjo de cornetas y tambores, de modo que para ellos las procesiones son tambores y trompetas; y me temo que, al menos para uno, cuando vea este año a los nazarenos, serán hombres con capucha y mantel.
Apenas saben lo que son las vacaciones, pero ya tienen muy claro que los sábados y los domingos no hay cole, o sea que lo de la Semana Santa aún les viene grande. No importa. Ya tendrán tiempo de conocer lo que es y lo que representa. La tradición, el componente religioso, el artístico... Eso sí, espero que sean más prudentes, más sensatos y también más sabios que los representantes de algunas hermandades y cofradías andaluzas. Espero que conozcan su tierra lo suficiente para saber que la Semana Santa, las hermandades y las cofradías reúnen a gente de cualquier credo y condición, a creyentes y paganos, a residentes y visitantes, y que en estas fechas conviven el recogimiento con el júbilo y la devoción con la algarabía.
A última hora ha atisbado la sabiduría y parece que, al menos mayoritariamente, las procesiones en Andalucía no dejarán de ser procesiones, pese al intento de algunos de convertirlas en otra cosa.
Menos mal, porque si no imagínense el espectáculo, por un lado nazarenos con lazo blanco y por otro, nazarenos con una pegatina de salvemos al lince. ¿Y qué hacemos con los soldados romanos?