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miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Hermitage en el Prado y una necesaria pedagogía del arte

Ofrece el Museo Nacional del Prado hasta el 25 de marzo de 2012 una muestra del arte del Museo Estatal de Hermitage. Primero fue el museo ruso con nombre francés¹ el que ofreció en San Petersburgo una selección de las obras del museo de Madrid, “El Prado en el Hermitage”, coincidiendo con la celebración del Año Dual España-Rusia en 2011, y por la que pasaron más de 630.000 visitantes, del 25 de febrero al 29 de mayo de este año.
Ahora, en el turno español, “El Hermitage en el Prado”, pueden contemplarse en la pinacoteca madrileña alrededor de 180 obras de arte: piezas de arqueología, joyas, artes decorativas, pinturas y esculturas, desde el siglo V a.C. hasta el siglo XX; de autores como Durero, Velázquez, Tiziano, Caravaggio, Rembrandt, Ingres, Monet, Picasso, Kandinsky, Rubens, Ribera, Malevich, Bernini, Canova o Rodin.
Visité esta exposición en El Prado el último fin de semana de noviembre, y al margen de las obras expuestas, que agotarían los adjetivos para calificarlas, me llamaron la atención dos cuestiones: la ausencia de niños y jóvenes en las dos salas donde se exponían los obras del Hermitage y la aglomeración de público frente a las obras más conocidas o promocionadas, como Tañedor de laúd, de Caravaggio (elegida como imagen de la exposición en Madrid), El estanque en Motgeron, de Monet, o El almuerzo, de Velázquez, mientras que otras como San Sebastián curado por las santas mujeres, de José de Ribera, Retrato de un estudioso, de Rembrandt, o El cuadrado negro, de Malevich, apenas concitaban interés. Del mismo modo, me llamó la atención el interés y los comentarios generados por las joyas, excepcionales sin duda, y la poca atención que se prestaba a las esculturas presentes en la exposición, por otra parte también excepcionales.
Ambas cuestiones me llevaron a plantearme nuestras carencias educativas. Afirma Francisco Calvo Serraller, en su Breve historia del Museo del Prado², que “la clave distintiva de nuestros museos, respecto a todos los precedentes de los siglos anteriores, consiste no sólo en su carácter público, sino, consecuentemente, en su finalidad educativa”. También subraya que “el nuevo Estado consideraba la educación y la cultura instrumentos primordiales para combatir la desigualdad social heredada, por lo que trató de que se universalizasen empleando todos los medios a su alcance”. Y añade que “aunque las obras de arte, por su naturaleza suntuaria, resultaban comparativamente más difíciles de democratizar, los poderes públicos también se empeñaron en su promoción social a través precisamente de los museos”.
Es indudable que el Museo del Prado, así como otros museos situados en distintos puntos de la geografía española, cumplen sobradamente esa finalidad educativa, incluso con programas específicos destinados a acercar el arte a niños y jóvenes. Por lo que esa carencia hay que situarla estrictamente en los ámbitos de la educación y la enseñanza o lo que es lo mismo, en los hogares y las escuelas.
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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Deambular artístico

Escher, en el Parque de las Ciencias de Granada. Delacroix, en CaixaForum de Madrid. Y el Hermitage, en el Museo del Prado. En 8 días, un recorrido de ensueño. Mejorable, por supuesto. Pero irrepetible, también.
Los gatos somos de deambular, aunque también nos gusta tumbarnos al sol y con los ojos entreabiertos o semicerrados observar a nuestro alrededor. Y, cómo no, somos criaturas de la noche. No gustamos a mucha gente. Hay quien cree que no somos de fiar, solitarios, huraños… Prefieren a los perros.
Que nadie se engañe. Rara vez he visto a un perro deambular entre obras de arte y mucho menos, disfrutar con ello. Miran, babean y quizás, si hay suerte, se abstengan de dejar un recuerdo en el piso o de regar el pedestal de una estatua.
En cambio para un gato, un museo es un magnífico lugar por el que deambular, donde deslizarse entre la gente y observar, incluso con descaro, porque las pinturas, esculturas o cualquier otra obra expuesta atraen la atención de los visitantes, casi de forma hipnótica, y no reparan en el gato ni siquiera cuando les roza al pasar.
Conocía las composiciones geométricas de Escher, sus escaleras imposibles y su peculiar perspectiva, pero desconocía su primera obra, sus paisajes de rincones italianos y sus miradas nocturnas sobre esos paisajes. Me cautivó un nocturno del Coliseo.
Delacroix no me apasiona, pero es un privilegio contemplar una centena de sus obras. Sus alegorías, la influencia de otros artistas en su obra y su marcado carácter romántico. Me llamaron la atención sobremanera un par de acuarelas.
El Hermitage, y en el Prado, es sencillamente un lujo. Me quedé con ganas de más. Y aún así, al terminar de deambular por la exposición subí al claustro, me senté en un banco, rodeado de esculturas de bronce y mármol, y repasé mentalmente lo que había contemplado hacía unos minutos. Las pinturas, las joyas y, especialmente, las esculturas, como las de Canova y Rodin.
Hay quién dice que no pisa un museo o una galería porque no entiende de arte. Imagínense lo que puede entender un gato. Pero no creo que nadie sea inmune a los sentimientos y emociones que nos transmiten una pintura, una escultura o cualquier otra expresión artística, con independencia de la intención de su autor al crearla. Sumar a esos sentimientos y a esas emociones además el conocimiento es uno de nuestros retos pendientes como sociedad. Aprendamos y demos la oportunidad a los que vienen detrás para que también aprendan. Pero mientras, no renuncien a deambular como un gato por los salones de una pinacoteca o por cualquier sala de exposiciones.