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martes, 20 de noviembre de 2012

Alas de desesperación

Salgo a la calle y contemplo el cielo, deseando no ver como un ángel con las alas de la desesperación se estrella contra la conciencia. Trato de comprender cómo se llega hasta ese punto en que ya no hay límite y el vacío es solución y destino. Y vuelvo a mirar al cielo, con ira; detestando a los mercaderes que prometen el sueño de Ícaro y fabrican alas sin futuro cargadas de plomo.
Pienso en los embaucadores que ahora pisan alfombras y se dejan caer en cómodos sitiales. Aquellos que renunciaron a los sueños y cambiaron las alas por un viaje en primera clase en líneas comerciales o en jets privados.  
Oradores de manual que fingen conmoción ante el desgarro colectivo y pisan con firmeza el suelo como si comprobaran que permanece bajo sus pies, conocedores de que sigue ahí y de que continuará inamovible mientras las lágrimas emborronen las mentes ajenas.
Ojeo los restos del siniestro y descubro que las bajas son inadmisibles incluso cuando no superan la unidad. Pero no hay engaño posible y a esa primera se suman otras, que se convierten en coartada de los legisladores de medias tintas y en réquiem de quienes confeccionan banderas con palabras nítidas y las izan en mitad de la nada en que se han convertido plazas y calles.
Nuevos aleteos interrumpen mis pasos. Estridentes como trompetas que anuncian la llegada del general victorioso, cuya gloria se cimenta en la sangre de vencedores y vencidos. Miro al cielo en busca de hilos visibles que sostengan el vuelo de esos ángeles con las alas de la desesperación y sólo logro vislumbrar el resplandor del filo de unas tijeras que aceleran la caída. Perfiles de acero que dibujan sombras de rutina para distraer la conciencia.

viernes, 9 de abril de 2010

Entre sueños y pesadillas

El río de mierda que nos envuelve en esta rutina diaria vomitada por radios, televisiones y periódicos abotarga nuestros sentidos hasta tal punto que pudiera parecer nos niega la posibilidad de retorno.
Y en esa negación nos sentimos asfixiados por ese hedor desprendido de la realidad diaria y atemorizados por la nada desdeñable posibilidad de que ese río se desborde y arrase cuerpos y mentes y hasta ese imaginario El Dorado que adoptamos y convertimos en nuestro new life’s style.
En este escenario en que nos movemos por voluntad más ajena que propia y en el que sin embargo todos llevamos nuestra pequeña o gran carga de triunfos y fracasos, de acciones y omisiones, de culpa y complicidad, aún cabe la posibilidad de retornar a través de las pequeñas cosas, menospreciadas y minusvaloradas en tiempos de opulencia y que sin embargo pueden darnos la pausa necesaria para volver a caminar con los pies en el suelo.
Cantaba La Lupe que “la vida es puro teatro” y olvidamos que el teatro era un mundo de sueños para transformarlo en un espacio de pesadillas. Pasamos de disfrutar con la interpretación de los papeles asignados a padecer en cualquier actuación, incluso en aquella en la que sólo éramos figurantes. Y hasta el pequeño éxito que suponía lograr una aparición con frase se convirtió en el mayor de los fracasos y en la excusa perfecta para abandonar, como si la función fuera a parar por nosotros.
Quizás sea momento de volver a sueños como aquellos de libertad, fraternidad e igualdad y de renunciar a pesadillas revestidas de sueños en las que alcanzábamos la cima del mundo. Ya no es tiempo de posar junto al emperador en ranchos e islas para la posteridad, cuando algunos eran tan implacables que creyeron que la correa adornaba su cuello y tan infalibles que no quisieron ver como les estrangulaba.
Todos en mayor o menor medida tocamos con los dedos esa cima. Renunciamos a los sueños para abrazar ese new life’s style y ahora al contemplar ese río de mierda debemos aceptar que para cruzarlo o para que no se desborde hay que mancharse la ropa.