Echaba de menos mis piedras. Y también mi capricho gatuno en forma de paseo matutino entre ellas. Es difícil explicarlo, y es probable que tampoco sea fácil comprender que se pueda hallar tanto sosiego simplemente con contemplarlas; alzando la vista en busca de la torre de la antigua Universidad y de la siempre vigilante aguja de la Catedral y recorriendo con la mirada sus muros.
Hoy he retornado, tras algo más de dos semanas de ausencia, cerrando el círculo del año finalizado y del que comienza. Y a pesar de los bancos de niebla que escondían el camino, el cielo de Baeza aparecía inusualmente despejado a modo de bienvenida. Ofreciendo la ciudad de intramuros en su plenitud. La senda del poeta.
El relente de la temprana mañana refrescaba mi rostro y hacía desaparecer cualquier rastro de somnolencia; aunque los mesurados pasos pareciesen un síntoma de sopor, contrarrestado por la viveza de mi mirada confirmando el reencuentro.
En un momento, apenas un instante, sólo somos esas piedras y yo. Como si el tiempo existiera y más aún, como si pudiera detenerse.
Hoy he retornado, tras algo más de dos semanas de ausencia, cerrando el círculo del año finalizado y del que comienza. Y a pesar de los bancos de niebla que escondían el camino, el cielo de Baeza aparecía inusualmente despejado a modo de bienvenida. Ofreciendo la ciudad de intramuros en su plenitud. La senda del poeta.
El relente de la temprana mañana refrescaba mi rostro y hacía desaparecer cualquier rastro de somnolencia; aunque los mesurados pasos pareciesen un síntoma de sopor, contrarrestado por la viveza de mi mirada confirmando el reencuentro.
En un momento, apenas un instante, sólo somos esas piedras y yo. Como si el tiempo existiera y más aún, como si pudiera detenerse.
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