Los agoreros de la caverna siguen empeñados en pintar de negro el porvenir. Dedican el hoy a negarnos un mañana. Y ni siquiera la llegada de un nuevo año o el final de uno difícil de olvidar les permiten abrir las ventanas para al menos decolorar sus negros presagios.
No hay tregua. Rechazan la existencia del ave fénix, a la par que por si acaso pisotean las cenizas, mientras engalanan a buitres y cuervos con las plumas del águila real y jalean al mirlo blanco como poseedor de la solución universal a nuestros problemas.
Ni ellos mismos se lo creen, salvo los extraviados sin remedio. Y aún conscientes de que se les acaba el tiempo, persisten en su negra letanía de lo venidero como método infalible para llenar las arcas y emular el sueño del poder.
Presumen de notarios de la realidad, pero no pueden esconder o disimular su semejanza con la pitonisa de barraca de feria, ni ese aire de adictos a la guija. Y sin embargo, suman adeptos que esparcen la semilla del Apocalipsis como papagayos.
Maestros de todo, elaboran en la rebotica de la razón la fórmula magistral para librarnos de la ‘maldad’ con nombres y apellidos, pero tienen la precaución de no ingerirla porque saben que están los primeros en la lista del desalojo.
Vociferan. Con la esperanza de que confundamos sus gritos con la melodía, porque inútiles para cantar el futuro, graznan para ensombrecerlo. Enemigos declarados de la pausa y prófugos del silencio. Si al menos se mordieran la lengua.
No hay tregua. Rechazan la existencia del ave fénix, a la par que por si acaso pisotean las cenizas, mientras engalanan a buitres y cuervos con las plumas del águila real y jalean al mirlo blanco como poseedor de la solución universal a nuestros problemas.
Ni ellos mismos se lo creen, salvo los extraviados sin remedio. Y aún conscientes de que se les acaba el tiempo, persisten en su negra letanía de lo venidero como método infalible para llenar las arcas y emular el sueño del poder.
Presumen de notarios de la realidad, pero no pueden esconder o disimular su semejanza con la pitonisa de barraca de feria, ni ese aire de adictos a la guija. Y sin embargo, suman adeptos que esparcen la semilla del Apocalipsis como papagayos.
Maestros de todo, elaboran en la rebotica de la razón la fórmula magistral para librarnos de la ‘maldad’ con nombres y apellidos, pero tienen la precaución de no ingerirla porque saben que están los primeros en la lista del desalojo.
Vociferan. Con la esperanza de que confundamos sus gritos con la melodía, porque inútiles para cantar el futuro, graznan para ensombrecerlo. Enemigos declarados de la pausa y prófugos del silencio. Si al menos se mordieran la lengua.
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