martes, 7 de abril de 2020
Escapar
lunes, 22 de julio de 2019
Sin palabras
sábado, 8 de septiembre de 2018
La fuente
jueves, 30 de junio de 2016
La voz de cera
lunes, 18 de enero de 2016
La soledad del náufrago
miércoles, 13 de enero de 2016
La palabra exacta
No es extraño pues que en estos “poemas de la consumación” (dixit Anson), Santiago Castelo revele ese camino de búsqueda, una aventura que dura toda una vida.
sábado, 21 de noviembre de 2015
La oscuridad de las palabras
Sobre el quizás se sustenta la esperanza que lleva a la desesperanza y se levantan los sueños que saben a fracaso. Y el todavía ya es ayer, para hacer de la prudencia la máscara del idiota y de la paciencia la señal de la indiferencia.
viernes, 25 de septiembre de 2015
Los muros de cristal
lunes, 29 de agosto de 2011
Ladridos
Dicen que el silencio es obligado, o debería serlo, para quien no tiene qué decir. Y sin embargo, rara vez se refugian en él aquellos que estarían mejor callados y sí lo hacen quienes merecen ser escuchados y aquellos otros de los que se espera que no callen.
Es refugio voluntario, al que se acude en ocasiones por la necesidad de la reflexión. En un proceso de búsqueda que no siempre se culmina con éxito. Una travesía que lleva a la orfandad a aquellos habituados a escuchar al que voluntariamente ha callado y que sumido en esa búsqueda permanece ajeno a ese desamparo.
Hasta que se rompe el silencio. Y de nuevo brotan las palabras, sin que en apariencia se conozcan las causas del refugio en el silencio y de su posterior ruptura.
Conocedores sólo de que oír de nuevo al otrora silencioso nos llena de sosiego y de que su voz apaga los ladridos que cada vez con más frecuencia sustituyen a las palabras.
viernes, 7 de enero de 2011
Agoreros
No hay tregua. Rechazan la existencia del ave fénix, a la par que por si acaso pisotean las cenizas, mientras engalanan a buitres y cuervos con las plumas del águila real y jalean al mirlo blanco como poseedor de la solución universal a nuestros problemas.
Ni ellos mismos se lo creen, salvo los extraviados sin remedio. Y aún conscientes de que se les acaba el tiempo, persisten en su negra letanía de lo venidero como método infalible para llenar las arcas y emular el sueño del poder.
Presumen de notarios de la realidad, pero no pueden esconder o disimular su semejanza con la pitonisa de barraca de feria, ni ese aire de adictos a la guija. Y sin embargo, suman adeptos que esparcen la semilla del Apocalipsis como papagayos.
Maestros de todo, elaboran en la rebotica de la razón la fórmula magistral para librarnos de la ‘maldad’ con nombres y apellidos, pero tienen la precaución de no ingerirla porque saben que están los primeros en la lista del desalojo.
Vociferan. Con la esperanza de que confundamos sus gritos con la melodía, porque inútiles para cantar el futuro, graznan para ensombrecerlo. Enemigos declarados de la pausa y prófugos del silencio. Si al menos se mordieran la lengua.
martes, 14 de diciembre de 2010
Llanto por Enrique Morente
Hablar de Enrique Morente o de Miguel Ríos en Granada son palabras mayores, pues se reparten cumplidos como artistas y como personas. Y hoy del Sacromonte al Generalife, del Paseo del Darro a la Plaza Bib-Rambla el aire sopla la mala nueva y deja en los labios una plegaria, a sabiendas de que ha mermado la sal de la tierra.
Ciego el sol, las nubes tapan esta noche la Alhambra y la luna esconde la cara en los neveros de Sierra Nevada, quizás buscando el quejío que ya no traerá el alba.
Morente se ha ido de forma prematura y todo apunta a impericia profesional, aunque la muerte no entiende de las estaciones de los hombres. Llega y te lleva, con anuncio previo o sin aviso. De frente o a traición. Irremediablemente nos silencia.
Descansa el maestro. Llora Granada. Enmudecen las voces búlgaras. Se para el tiempo de los gitanos. Y la aflicción es ahora el visible patrimonio del flamenco. El llanto augura el duelo. Y después, el silencio.
viernes, 26 de noviembre de 2010
Cicatrices
Esas cicatrices a pesar de no ser visibles se reflejan en ocasiones en el rostro, en los gestos y hasta en el andar. Creo que tienen cura, pero ignoro el tiempo necesario para cerrarlas y se que tienden a abrirse más de lo deseado. Puede que algunas devoren una vida para ser sanadas y por tomar distancia con el optimismo reconozco que algunas probablemente no se cierren nunca. Por eso muchas personas aprenden a vivir con ellas.
Las heridas que las produjeron son profundas y dolorosas. Tanto como la sima del miedo cuya puerta abrieron a las víctimas. Y sí, son necesarias manos y escalas a las que asirse para no ahogarse en esas profundidades. Y también es necesario romper el silencio. Y aún así no hay más juez o más médico que el tiempo.
De nada o de muy poco sirve el día señalado en el calendario una vez al año o el voceo del catálogo de los horrores, cuando el parlamento no alcanza para soluciones y hay conformidad simplemente con plasmar el momento; dejando huérfano el calvario de los 364 días restantes y apenas aplicando un bálsamo en las cicatrices de la piel, en esos costurones agarrados a ella como un ciempiés, y contribuyendo a la invisibilidad de las restantes.
Individualmente no somos responsables. Sólo lo es el que hiere, golpea, maltrata y asesina. Pero colectivamente participamos en colocar las piezas de ese puzzle cuya imagen completada nos degrada como sociedad; porque entre esas piezas están las de la justificación, las del silencio, las de las excusas, las de mirar a otro lado, las de la broma simpática y dañina… incluso las de hurgar en la herida, las que la abren y la hacen sangrar de nuevo.
Cuentan que hay quien gusta de no borrar las cicatrices del rostro porque imprimen carácter o por ser la marca externa de una estancia en el infierno, pero nunca escuché a alguien que confiara en construir el futuro con las cicatrices del alma. Quizás porque más que aprender a lamernos las heridas, deberíamos apostar por educarnos para que no se produzcan. Nunca hubo cicatrices sin heridas.
martes, 2 de febrero de 2010
La parábola del mudo
Y sin embargo, en ocasiones a pesar de lo deseable del silencio hay que hablar. Hay que pronunciarse y no recurrir a la táctica del avestruz y esconder la cabeza en un imaginario agujero. Por cierto, uno de esos agujeros lo patentó Jordi Pujol, el honorable, con aquello de “No toca”. Y ahora con menos talento e imaginación, y también con escasez de honorabilidad, se recurre a la convocatoria sin preguntas ante la prensa (con el beneplácito de medios de comunicación y periodistas, que con su silencio otorgan) o al “no va a hacer declaraciones”.
Alguien puede sucumbir a la tentación de justificar el silencio con el hipotético manejo de los tiempos, dispar y cada vez más alejado de la demanda ciudadana. Como si comprásemos los relojes en distintos comercios y el ajuste horario fuese un desajuste. Nada más alejado de la realidad, el silencio evidencia carencias, desnuda al mudo y lo inhabilita ante la opinión pública, y más cuando se esperan palabras y sobre todo hechos y se obtienen parálisis y la callada por respuesta.
En esas ocasiones el silencio implica debilidad o incapacidad, máxime cuando previamente se ha aderezado con el reconocimiento de la carencia de criterio y con la asunción del vínculo hereditario padre-hijo como factor determinante en la línea sucesoria de tu sucursal política provincial (un hecho a todas luces impropio del siglo XXI que nos retrotrae en el tiempo al siglo XIX). Y debilidad e incapacidad son malas credenciales para un aspirante y elementos distantes de la administración del tiempo, la prudencia o el análisis.
Había una vez un tipo que se hacía pasar por mudo y a fuerza de no articular palabra se olvidó de hablar. Cuando quiso hablar, sólo logró emitir unos incomprensibles sonidos guturales, de modo que además de mudo, pensaron que era lerdo.
Sí un aspirante enmudece, se esconde en el silencio y renuncia a la palabra puede ocurrir que también le tomen por lerdo, que otros hablen por él o que cuando decida hablar no haya alguien dispuesto a escucharle.