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lunes, 22 de julio de 2019

Sin palabras

Recuerdo su mano cogiendo la mía, apretándola; la mirada vidriosa, en parte por la emoción y en parte por la embriaguez, y aquella frase, “sin palabras”. 
Esa escena tuvo lugar muchas veces. Quizás por eso sigue vigente en algún lugar de mi cabeza. No siempre son necesarias las palabras, a veces es suficiente con un gesto o una mirada. 
Me viene a la cabeza ahora cuando la defunción del Manila es real. Ahora cuando ha bajado su persiana metálica y cuando solo queda el hueco donde antes estaba el paradisíaco cartel con su isla y su palmera, tan moderno en su día y tan feote en los nuestros. 
Pienso en aquellas tardes de invierno de los últimos años. Casi siempre sentados en la misma mesa. Junto a la ventana. Y si esa estaba ocupada, en la de al lado, junto a la pared. Yo tomaba un café con leche y él, café solo, café solo y copa o solo copa. 
Afuera ya había anochecido. En ocasiones hacía frío e incluso alguna de aquellas tardes llovió. Podíamos esperar a que escampara, no había prisa. Es una de las pocas ventajas de carecer de empleo, disponer de tiempo. 
Y sin embargo, delante del papel en blanco necesitas palabras. No solo para contarlo, también para pintar los gestos o la mirada. Esos gestos y esa mirada de complicidad, de entendimiento…., ese código no escrito que se elabora a través del tiempo compartido, de vivencias comunes; ese código que no necesita traductores y que es de difícil comprensión para terceros. 
A la mitad del papel en blanco, más o menos, suena en la radio la “Canción triste” de Lou Reed. “Sad song, sad song, sad song...”. El bueno de Lou también necesitaba las palabras, aunque él siempre fue capaz de rellenar los papeles en blanco sin ellas. Apostaría a que nadie le miró a los ojos y apretándole la mano le dijo “sin palabras”. 
Eso es cuando ya está todo o casi todo dicho. O cuando no merece la pena gastar palabras sobre algo que has visto o has oído. Comportamientos, actitudes, comentarios, aseveraciones…, demostraciones públicas que retratan al que tienes enfrente o al lado y que por prudencia o hastío o por ambas cosas y muchas más prefieres obviar. 
Quizás se trate solo de compartir el silencio. De dejar descansar las palabras por un instante. Mirarte a los ojos y valorar lo efímero. Tender un puente con fuertes anclajes en ambos lados. Y cruzarlo. Recorrer el camino en ambos sentidos, consciente de que no hay peligro de caer porque siempre estás asido de su mano.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los otros amantes

Hay otros amantes. Los que se buscan en la mirada como preámbulo para encontrarse en sus bocas. Los que recorren la piel sin prisa, esbozando los trazos de las espirales del placer.
Aquellos que dibujan en esa misma piel senderos de ida y vuelta para hacer brotar manantiales y transformarlos en embravecidos mares. Cuando los muslos son puertos donde atracan los cuerpos y la carne es posada para las caricias diestras. El horizonte es el otro y no hay distancia porque los dos son uno.
La música de fondo son el susurro entrecortado y las palabras gemidas que no necesitan traducción para ser entendidas. Las mismas palabras que enmudecen por la presión de los labios y se pierden entre las lenguas y la saliva.
Los besos acortan el espacio y el tiempo lo marca el ritmo de las caderas en cada envite, que caprichosas adelantan o atrasan como las manecillas del reloj. Desprovistos espacio y tiempo de valor, los amantes son dueños de sus certezas, ajenos a lo provisional y lo innecesario de las mismas entre las cuatros paredes.
Esperan revivir la primera vez, aquella en la que no hay lugar para la rutina. Y ansían el nuevo encuentro, para calmar la adicción incrementada por la espera. En la despedida, al cruzarse de nuevo las miradas, sienten el miedo alimentado por la duda de haber gozado del otro por última vez.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Miradas


Hay quién no ve más allá de lo que le muestran sus ojos y hay quién es capaz de ver incluso lo que éstos parecen no querer mostrar. Asumida la condición de videntes, lo que varía pues es la capacidad de mirar.
La mirada nos abre el horizonte y nos dota de perspectiva. Pero también puede jugarnos malas pasadas en alguna ocasión y hacernos creer que al mirar desde la altura y contemplar como el resto del mundo empequeñece somos superiores. Cuando probablemente no somos más que polifemos.
Y aun así, hasta los cíclopes están dotados de la capacidad de mirar.