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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los otros amantes

Hay otros amantes. Los que se buscan en la mirada como preámbulo para encontrarse en sus bocas. Los que recorren la piel sin prisa, esbozando los trazos de las espirales del placer.
Aquellos que dibujan en esa misma piel senderos de ida y vuelta para hacer brotar manantiales y transformarlos en embravecidos mares. Cuando los muslos son puertos donde atracan los cuerpos y la carne es posada para las caricias diestras. El horizonte es el otro y no hay distancia porque los dos son uno.
La música de fondo son el susurro entrecortado y las palabras gemidas que no necesitan traducción para ser entendidas. Las mismas palabras que enmudecen por la presión de los labios y se pierden entre las lenguas y la saliva.
Los besos acortan el espacio y el tiempo lo marca el ritmo de las caderas en cada envite, que caprichosas adelantan o atrasan como las manecillas del reloj. Desprovistos espacio y tiempo de valor, los amantes son dueños de sus certezas, ajenos a lo provisional y lo innecesario de las mismas entre las cuatros paredes.
Esperan revivir la primera vez, aquella en la que no hay lugar para la rutina. Y ansían el nuevo encuentro, para calmar la adicción incrementada por la espera. En la despedida, al cruzarse de nuevo las miradas, sienten el miedo alimentado por la duda de haber gozado del otro por última vez.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Amantes de la libertad

Hay quien se concede títulos y se otorga una condición que solo es producto de la ignorancia. Y aún así es insuficiente y tiene la necesidad de proclamarlo, como si el hecho de darle pública difusión avalara el pretendido don o condición.
La osadía del ignorante conduce al propio convencimiento y la convicción se transforma en dogma. De modo que se asume la cualidad proclamada como innata y como elemento identificador y diferenciador respecto al otro.
No voy a referirme a los autodenominados demócratas, cuya trayectoria y creencias son suficientes argumentos para desechar tal condición, aunque no tengan pelos en la lengua para clamar que son ‘demócratas de toda la vida’. Es sabido que la intolerancia, el radicalismo y demás ‘delicatesen mentales’ son patrimonio de ese otro y que aquellas camisas pardas, negras o azules, que más que una segunda piel eran la propia piel, hoy son devaneo o moda juvenil si existe prueba gráfica y producto de las habladurías de envidiosos si son indemostrables.
Y tampoco voy a centrarme en los pacíficos de nuevo cuño, los no violentos que duermen con la pistola debajo de la almohada y guardan un arsenal en los armarios, mientras los archivos de su ordenador serían algo más que un indicio para llevarlos ante el juez. Anhelan ese nuevo amanecer que les brinde la oportunidad de sacar las viejas enseñas del cajón y de ponerla sobre la mesa para ver quién la tiene más larga.
Ya sé que es artificio y aunque afirme no mencionarlos en el propio desdén reside la alusión. Pero quienes hoy me ocupan son los autoproclamados “amantes de la libertad”. Lo idóneo sería despacharlos con un sic, dibujar una mueca en el rostro, bufar y como mucho mirarlos de soslayo.
¡Ah, la tentación! ¿Quién no sucumbe de un modo u otro, tarde o temprano, a ella? Grandilocuente definición. Irreprochable aspiración. Declaración de intenciones. ¿Amantes de la libertad? Pagadores de escarceos con la concubina liberal, no distinguen lo sustantivo de lo aparente. Incapaces de diferenciar la copia del original. Piensan que amar es poseer, someter e imponer; que la seducción viene precedida de la fuerza, del pago o de ambas, y que la libertad se mide por la distancia entre la mano que sujeta la cadena y la argolla que esclaviza al final de ésta.
Sin complejos. Sin pudor. Se proclaman amantes de la libertad ¡por leer un libelo!

martes, 5 de febrero de 2013

Los Amantes Pasajeros


 
Me cuesta creer que alguien de mi generación conserve virginal la mente. De ser así, y aunque de todo hay, los acontecimientos de tiempos recientes habrán contribuido a acabar con tal estado. Y aún consciente de que el paso del blanco inmaculado al negro poluto es el tránsito natural en estas situaciones, no solo reclamaré una parada en matizados grises, sino que defenderé un itinerario de colores.
Hallo ese estallido cromático en el avance de la nueva película de Almodóvar, “Los amantes pasajeros”, que nos devuelve no a un estado mental virginal 20 o 30 años atrás, pues éramos ya por entonces algo canallas, pero si parte de aquel espíritu canalla, bohemio y despreocupado en un país jovial y alegre en el que estábamos prestos a sonreír.
El tráiler me ha recordado a aquel Almodóvar de sus inicios, posterior a sus albores de “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón” y “Laberinto de pasiones”, que culminaría en “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” y “Mujeres al borde un ataque de nervios” y que ya se apuntaba en “La ley del deseo”, “Matador” y sobre todo en la maravillosa “Entre tinieblas” (recuerdo que fui a verla cuando la estrenaron con mi madre y mi abuela y lo bien que se lo pasó mi abuela, ajena a cualquier incompatibilidad entre sus creencias religiosas y sus misas casi de a diario y la propuesta de Almodóvar. Éramos tres generaciones, casi un siglo, en el patio de butacas de una sala de cine madrileña, ya desparecida como tantas otras).
Nada que ver con aquel otro director de “Kika” o “Tacones lejanos” que me apartó de su cine, al que sólo regresé esporádicamente para disfrutar el corto en blanco y negro de “El hombre menguante” en “Hable con ella” y para descubrir la espléndida interpretación de Penélope Cruz y el regreso de Carmen Maura en “Volver”.
En un país que algunos se empeñan en convertir en una película de terror estamos más que nunca necesitados de la comedia. Demandamos recuperar la sonrisa o dibujar en los labios algo parecido a una sonrisa para intentar reiniciar el camino de la carcajada. Por tierra, mar o aire. Aunque sea fugaz; un espejismo atrapado en un reloj de arena.