Hay
otros amantes. Los que se buscan en la mirada como preámbulo para encontrarse
en sus bocas. Los que recorren la piel sin prisa, esbozando los trazos de las
espirales del placer.
Aquellos
que dibujan en esa misma piel senderos de ida y vuelta para hacer brotar
manantiales y transformarlos en embravecidos mares. Cuando los muslos son
puertos donde atracan los cuerpos y la carne es posada para las caricias diestras.
El horizonte es el otro y no hay distancia porque los dos son uno.
La
música de fondo son el susurro entrecortado y las palabras gemidas que no
necesitan traducción para ser entendidas. Las mismas palabras que enmudecen por
la presión de los labios y se pierden entre las lenguas y la saliva.
Los
besos acortan el espacio y el tiempo lo marca el ritmo de las caderas en cada
envite, que caprichosas adelantan o atrasan como las manecillas del reloj. Desprovistos
espacio y tiempo de valor, los amantes son dueños de sus certezas, ajenos a lo
provisional y lo innecesario de las mismas entre las cuatros paredes.
Esperan
revivir la primera vez, aquella en la que no hay lugar para la rutina. Y ansían
el nuevo encuentro, para calmar la adicción incrementada por la espera. En la
despedida, al cruzarse de nuevo las miradas, sienten el miedo alimentado por la
duda de haber gozado del otro por última vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario