Hay
quien se concede títulos y se otorga una condición que solo es producto de la
ignorancia. Y aún así es insuficiente y tiene la necesidad de proclamarlo, como
si el hecho de darle pública difusión avalara el pretendido don o condición.
La
osadía del ignorante conduce al propio convencimiento y la convicción se
transforma en dogma. De modo que se asume la cualidad proclamada como innata y
como elemento identificador y diferenciador respecto al otro.
No
voy a referirme a los autodenominados demócratas, cuya trayectoria y creencias
son suficientes argumentos para desechar tal condición, aunque no tengan pelos
en la lengua para clamar que son ‘demócratas de toda la vida’. Es sabido que la
intolerancia, el radicalismo y demás ‘delicatesen mentales’ son patrimonio de
ese otro y que aquellas camisas pardas, negras o azules, que más que una segunda
piel eran la propia piel, hoy son devaneo o moda juvenil si existe prueba
gráfica y producto de las habladurías de envidiosos si son indemostrables.
Y
tampoco voy a centrarme en los pacíficos de nuevo cuño, los no violentos que
duermen con la pistola debajo de la almohada y guardan un arsenal en los
armarios, mientras los archivos de su ordenador serían algo más que un indicio
para llevarlos ante el juez. Anhelan ese nuevo amanecer que les brinde la
oportunidad de sacar las viejas enseñas del cajón y de ponerla sobre la mesa
para ver quién la tiene más larga.
Ya
sé que es artificio y aunque afirme no mencionarlos en el propio desdén reside
la alusión. Pero quienes hoy me ocupan son los autoproclamados “amantes de la
libertad”. Lo idóneo sería despacharlos con un sic, dibujar una mueca en el
rostro, bufar y como mucho mirarlos de soslayo.
¡Ah,
la tentación! ¿Quién no sucumbe de un modo u otro, tarde o temprano, a ella? Grandilocuente
definición. Irreprochable aspiración. Declaración de intenciones. ¿Amantes de
la libertad? Pagadores de escarceos con la concubina liberal, no distinguen lo
sustantivo de lo aparente. Incapaces de diferenciar la copia del original. Piensan
que amar es poseer, someter e imponer; que la seducción viene precedida de la
fuerza, del pago o de ambas, y que la libertad se mide por la distancia entre
la mano que sujeta la cadena y la argolla que esclaviza al final de ésta.
Sin
complejos. Sin pudor. Se proclaman amantes de la libertad ¡por leer un libelo!
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