sábado, 16 de noviembre de 2013

A la antigua usanza

Esta mañana he ido a comprar a un antiguo colmado de la ciudad que habito. Tienda de ultramarinos a la vieja usanza, personal con bata gris, mostrador de madera, estanterías repletas de conservas y botellas y las semillas a granel. Precios acordes a la calidad, alguna oferta que merece la pena no dejar escapar y asesoría gratuita sobre el producto a adquirir.
Algunos de los dependientes llevan allí casi una vida, la suya, y parte de la nuestra. De modo que han cambiado algunos productos, principalmente el packaging, se han ausentado involuntaria y permanentemente algunos clientes y lo esencial se mantiene.
Cuando me ha llegado el turno he pedido un cuarto de almendras crudas y peladas y en escasos minutos ha aparecido el dependiente con el ‘paquetillo” de papel de estraza gris, doblado por los picos como un pañuelo, a modo de sobre en la parte superior, para no dejar escapar el producto.
Y ¡claro! no he podido evitarlo. He sentido como retrocedía en el tiempo. Cuando era pequeño y acudía a comprar a este mismo colmado, Almacenes El Pósito, o a las pequeñas tiendas de barrio donde se podía comprar de casi todo y a casi todas las horas. O al mercado de abastos, al que aquí siempre se le ha llamado La Plaza.
Daba igual que compraras garbanzos, pimentón o frutos secos, siempre el mismo papel de estraza gris y siempre la misma manera de envolverlos, con los picos doblados y el cierre en la parte superior.
He recordado que hubo un tiempo en el que las bolsas de plástico no eran una extensión de nuestras manos; en el que las compras se acomodaban en cestos o bolsas de rafia y en el que comprar era algo más que un trueque de productos por dinero, donde la conversación era tan importante o más que el hecho de comprar, el dinero de plástico era impensable y los únicos billetes que no eran de verdad eran los del Monopoly.
En aquellos tiempos las pelotas se hacían con papel, algún plástico y mucho celofán. Y la calle era campo de fútbol, circuito de carreras y salón de juegos.
No digo que fueran mejores o peores tiempos. Pero creo que conviene no olvidar que existieron.   

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