El
agua se abre paso como lengua entre labios de tierra que son las orillas.
Quizás buscando otras lenguas con las que fundirse. Abriendo un surco en la
tierra, profundo como un beso, sin renunciar a nuevos labios que flanqueen su
camino.
Juega
el agua. Zigzaguea para perderse y volver a aparecer. Se esconde a la mirada y
dibuja una senda finita, que sin embargo no parece tener fin. En cada recodo
ofrece un guiño, una invitación a perseguirla sabiendo que no puede ser
atrapada.
Traviesa
abre los labios. Tentando al viajero. Y ofrece la lengua su caricia, como un
trofeo a quien no va más allá de la mirada, para perderse entre montes y
olivos, cuyas raíces se engarzan como piernas.
Desde
el castillo de Baños de la Encina se otea el horizonte y se traza imaginariamente
con el dedo esa lengua de agua con forma de serpiente. Un reptil cuya estela
moja los labios y cuyo veneno endulza los sentidos, incita como el cuerpo en la
vigilia y alimenta el deseo del hambriento.
Y
mientras sueña el viajero con manantiales de agua clara, fluye la lengua entre
los labios en busca de nuevos labios y anhelando otras lenguas.
Foto.- Cola del embalse del Rumblar, desde el castillo de Baños de la Encina (Jaén).
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