Siempre retornamos. Como el asesino a la escena del crimen o las aves en estío. Volvemos a lo conocido, a lo que nos es familiar. Y uno de esos regresos para mí es ineludiblemente Manuel Vázquez Montalbán.
Se
cumplen ahora 10 años de su ausencia y coincidiendo con tal efemérides la Revista Mercurio dedica el cuerpo
principal de su número de noviembre al escritor barcelonés, con artículos de su
hijo, Daniel Vázquez Sallés, Maruja Torres, Lorenzo Silva y Manuel Rico. Imagino
que no será el único homenaje que reciba con motivo de ese decenio.
A
veces creo que retornamos porque en el fondo nunca nos fuimos. Como si
estableciéramos un vínculo invisible, pero férreo, que nos ancla a lugares,
personas, objetos…
Vázquez
Montalbán se despidió desde la lejanía, en el aeropuerto de esa Tailandia de
sus pájaros. Nos privó del análisis de la actualidad en sus columnas de prensa,
las últimas en El País (del que creo que como tantos otros, ante la deriva del
diario, se habría marchado para arribar a otros puertos de papel o digitales de
compromiso y libertad); precedidas por otras, como sus colaboraciones en Triunfo,
bajo la firma de Sixto Cámara, que leí con años de retraso. Y pienso en lo que
escribiría ahora y lo que diría de estos otros pájaros más cercanos que
sobrevuelan nuestras cabezas, aleteando para avanzar hacia atrás.
Muertos
él y Carvalho, desaparecido Biscúter, nos queda el refugio en las páginas ya
escritas, en las obras que no perecen y que de algún modo prolongan la
existencia del autor y dotan a sus personajes de la capacidad de resurrección a
través de la relectura.
Si
a Bogart y a la Bergman siempre les quedará París, aquella ciudad perdida y
recuperada en las arenas del Magreb, a mí siempre me quedará la Barcelona de
papel, aquella que pervive en la literatura de Juan Marsé, de Eduardo Mendoza y
por supuesto, de Vázquez Montalbán.
Me
quedará una rareza como el relato “El matarife”, que iniciaba a mediados de los
80 la colección ‘Textos tímidos’, de ediciones Almarabu; 3 clásicos para
periodistas como “Informe sobre la información”, “Historia y comunicación
social” y “El libro gris de la TVE”, y siempre, la novela “El pianista”;
Barcelona y París, Rosell y Doria, el éxito y el fracaso, lo antagónico y lo
complementario.
Y
conservaré en el recuerdo su anécdota de cruzar siempre de acera, para evitar
pasar por la puerta de aquella comisaría de Vía Laietana.
Comunista,
sin miedos ni vergüenzas, desprovisto de cuernos y rabo, y que se sepa hasta la
fecha, de parentesco con el diablo; republicano y amante y gran gourmet de los
placeres de la vida.
Como
añoro su lucidez e ironía en estos momentos de superpoblación, con perdón,
para honrar la denominación de su manifiesto.
Foto.- Casa Leopoldo (Barcelona), mayo 1997. De izquierda a derecha: Maruja Torres, Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán y Juan Marsé. (Foto Artur Lleó). Tomada del blog http://www.vespito.net/
Foto.- Casa Leopoldo (Barcelona), mayo 1997. De izquierda a derecha: Maruja Torres, Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán y Juan Marsé. (Foto Artur Lleó). Tomada del blog http://www.vespito.net/
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