Mostrando entradas con la etiqueta triunfo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta triunfo. Mostrar todas las entradas

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Árboles caídos

Hay demasiados árboles caídos. Ídolos con pies de barro. Víctimas de triunfos mal digeridos y éxitos cegadores. Protagonistas de un presente luminoso y un futuro de apagones. Héroes de un hoy de gloria y un mañana de rentas caducas. 
Y al final, la tragedia. Vidas rotas. Caminos sin retorno. Explicaciones y justificaciones tardías. Soluciones extemporáneas. Miradas atrás que calibran el peso del recuerdo. Dolor para envolver la pérdida. Y las ausencias y presencias que marcan la línea entre el ayer y el ahora. 
Aún así, la fórmula se repite. Promesas para alcanzar lo más alto y la conversión en una estrella. El reparto de las etiquetas de los elegidos. El brillo compartido de la codicia en los ojos. Y un final sin escribir. Sin advertencias sobre la fugacidad de algunas estrellas o sobre el impacto al caer desde lo más alto. Sin noticias de lo efímero. 
Queda la soledad. Cuando se apagan los focos y cuando desaparecen los flashes. La soledad incluso entre la gente; la que mezcla admiración y envidia en la mirada, la que vendería su alma al diablo por estar en tu pellejo, la que sueña con un minuto de gloria, la que no ve más allá del papel couché y las letras de molde. 
Y perviven los recuerdos. En volúmenes de fotos desgastadas, en grabaciones copiadas en nuevos formatos que sin embargo no logran disimular el paso del tiempo, en la memoria de los que contribuyeron a forjar la leyenda y en un póstumo informativo de un medio de comunicación.

martes, 29 de octubre de 2013

Diez años de ausencia



Siempre retornamos. Como el asesino a la escena del crimen o las aves en estío. Volvemos a lo conocido, a lo que nos es familiar. Y uno de esos regresos para mí es ineludiblemente Manuel Vázquez Montalbán.
Se cumplen ahora 10 años de su ausencia y coincidiendo con tal efemérides la Revista Mercurio dedica el cuerpo principal de su número de noviembre al escritor barcelonés, con artículos de su hijo, Daniel Vázquez Sallés, Maruja Torres, Lorenzo Silva y Manuel Rico. Imagino que no será el único homenaje que reciba con motivo de ese decenio.
A veces creo que retornamos porque en el fondo nunca nos fuimos. Como si estableciéramos un vínculo invisible, pero férreo, que nos ancla a lugares, personas, objetos…
Vázquez Montalbán se despidió desde la lejanía, en el aeropuerto de esa Tailandia de sus pájaros. Nos privó del análisis de la actualidad en sus columnas de prensa, las últimas en El País (del que creo que como tantos otros, ante la deriva del diario, se habría marchado para arribar a otros puertos de papel o digitales de compromiso y libertad); precedidas por otras, como sus colaboraciones en Triunfo, bajo la firma de Sixto Cámara, que leí con años de retraso. Y pienso en lo que escribiría ahora y lo que diría de estos otros pájaros más cercanos que sobrevuelan nuestras cabezas, aleteando para avanzar hacia atrás.
Muertos él y Carvalho, desaparecido Biscúter, nos queda el refugio en las páginas ya escritas, en las obras que no perecen y que de algún modo prolongan la existencia del autor y dotan a sus personajes de la capacidad de resurrección a través de la relectura.
Si a Bogart y a la Bergman siempre les quedará París, aquella ciudad perdida y recuperada en las arenas del Magreb, a mí siempre me quedará la Barcelona de papel, aquella que pervive en la literatura de Juan Marsé, de Eduardo Mendoza y por supuesto, de Vázquez Montalbán.
Me quedará una rareza como el relato “El matarife”, que iniciaba a mediados de los 80 la colección ‘Textos tímidos’, de ediciones Almarabu; 3 clásicos para periodistas como “Informe sobre la información”, “Historia y comunicación social” y “El libro gris de la TVE”, y siempre, la novela “El pianista”; Barcelona y París, Rosell y Doria, el éxito y el fracaso, lo antagónico y lo complementario.
Y conservaré en el recuerdo su anécdota de cruzar siempre de acera, para evitar pasar por la puerta de aquella comisaría de Vía Laietana.
Comunista, sin miedos ni vergüenzas, desprovisto de cuernos y rabo, y que se sepa hasta la fecha, de parentesco con el diablo; republicano y amante y gran gourmet de los placeres de la vida.
Como añoro su lucidez e ironía en estos momentos de superpoblación, con perdón, para honrar la denominación de su manifiesto. 


Foto.- Casa Leopoldo (Barcelona), mayo 1997. De izquierda a derecha: Maruja Torres, Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán y Juan Marsé. (Foto Artur Lleó). Tomada del blog http://www.vespito.net/

domingo, 9 de enero de 2011

Dopping

Andan revueltos los oros, las platas y los bronces. Y el podio tiende a transformarse en un tobogán. Los deportistas españoles más laureados están en entredicho. Algunos sancionados por dopaje, otros a la espera de confirmarse sanción y un número indeterminado bajo el paraguas de la sospecha. La presunción de inocencia comienza a ser algo tan imperceptible como los segundos que separan la gloria del fracaso. Así que habrá víctimas inocentes, cuyos cadáveres ya están expuestos en la plaza pública y que en el futuro tendrán que compaginar sacrificio y esfuerzo con el estigma del fullero. Siempre hay víctimas inocentes y el deporte no es una excepción. Cualquier victoria despertará la duda y cualquier medalla parecerá de plomo.
Descubrimos, aunque más bien es una confirmación, que algunos hacían trampa; se dopaban para triunfar. Y eso es difícil de comprender en una sociedad que se dopa para vivir. Sin distinciones entre galgos y podencos, liebres y tortugas o cigarras y hormigas; y también sin aspiraciones de retar al viento o coronarnos con laurel. Sólo para sobrellevar el día a día o para acompañar el tiempo de ocio. Dopaje con sustancias legales, fáciles de adquirir en la tienda de la esquina o en la misma esquina. Las mismas que en ocasiones nos hacen acariciar el éxito y en otras, desnudan nuestra derrota.
Quizás sea cierto el cuento sobre aquel tipo que se dopaba para crear y fue devorado por sus propias creaciones. Aunque yo me creo más éste de otros tipos que buscan la gloria por encima de la ley y a través de atajos para garantizar patrocinadores y espectáculo. Universal y común, reconocible incluso más allá del deporte.