Mostrando entradas con la etiqueta éxito. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta éxito. Mostrar todas las entradas

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Árboles caídos

Hay demasiados árboles caídos. Ídolos con pies de barro. Víctimas de triunfos mal digeridos y éxitos cegadores. Protagonistas de un presente luminoso y un futuro de apagones. Héroes de un hoy de gloria y un mañana de rentas caducas. 
Y al final, la tragedia. Vidas rotas. Caminos sin retorno. Explicaciones y justificaciones tardías. Soluciones extemporáneas. Miradas atrás que calibran el peso del recuerdo. Dolor para envolver la pérdida. Y las ausencias y presencias que marcan la línea entre el ayer y el ahora. 
Aún así, la fórmula se repite. Promesas para alcanzar lo más alto y la conversión en una estrella. El reparto de las etiquetas de los elegidos. El brillo compartido de la codicia en los ojos. Y un final sin escribir. Sin advertencias sobre la fugacidad de algunas estrellas o sobre el impacto al caer desde lo más alto. Sin noticias de lo efímero. 
Queda la soledad. Cuando se apagan los focos y cuando desaparecen los flashes. La soledad incluso entre la gente; la que mezcla admiración y envidia en la mirada, la que vendería su alma al diablo por estar en tu pellejo, la que sueña con un minuto de gloria, la que no ve más allá del papel couché y las letras de molde. 
Y perviven los recuerdos. En volúmenes de fotos desgastadas, en grabaciones copiadas en nuevos formatos que sin embargo no logran disimular el paso del tiempo, en la memoria de los que contribuyeron a forjar la leyenda y en un póstumo informativo de un medio de comunicación.

lunes, 25 de mayo de 2015

El paso adelante del poeta

Cuando todo parece perdido y no se vislumbra esperanza es cuando se golpean las puertas de aquellos que conciben la política desde las filas de atrás, aquellos cuyo proyecto es el ideal colectivo en el que lo individual es secundario, casi residual. 
Es una llamada desde el borde del abismo, cuando el viento sopla de forma engañosa con el único fin de arrastrar al vacío. Y es una llamada con trampa, fruto de la desesperación y del fracaso, que sitúa al elegido entre la espada y la pared, a sabiendas de que dará el paso adelante a riesgo de sentir el acero en la carne. Sin armadura o parapeto.
Algunos son marea, pero otros son islas tendiendo puentes para edificar un futuro transparente, de manos abiertas y verbo certero. Como el poeta, que deja momentáneamente huérfano el papel y da el paso adelante para entregarse a la causa perdida; la misma en la que ha militado desde el compromiso y la utopía en tiempos que parecían mejores pero que no acabaron de florecer.
Por ello no es extraño que en el nuevo tiempo, la primavera vuelva a pasar de largo y la noche electoral se vista de otoño como preludio a un frío invierno. 
Abogaba el filósofo Emilio Lledó por la recuperación de la decencia, "votar por ello, sería una bendición que nos ayudaría a cortar el paso al engaño, la falsedad, resultaría toda una venganza contra los prepotentes" (El País, 21 de mayo de 2015).
Hemos votado y hemos adquirido la certeza de que la decencia no es patrimonio del éxito o la derrota, sino de las personas y del camino recorrido para lograr una u otra. La decencia está en el éxito electoral de Manuela Carmena y esa misma decencia se halla en la derrota de Luis García Montero.
Recuerda Lledó que para Aristóteles quienes se dedicaban a la política debían considerarla como un servicio público, "una tarea para hombres decentes". Obviamente, es tarea de hombres y mujeres decentes. Pero necesitamos que abandonen las filas de atrás y den un paso adelante. Aunque sea para perder, por dignidad y compromiso. Para recuperar la decencia. Como el poeta. 

domingo, 9 de enero de 2011

Dopping

Andan revueltos los oros, las platas y los bronces. Y el podio tiende a transformarse en un tobogán. Los deportistas españoles más laureados están en entredicho. Algunos sancionados por dopaje, otros a la espera de confirmarse sanción y un número indeterminado bajo el paraguas de la sospecha. La presunción de inocencia comienza a ser algo tan imperceptible como los segundos que separan la gloria del fracaso. Así que habrá víctimas inocentes, cuyos cadáveres ya están expuestos en la plaza pública y que en el futuro tendrán que compaginar sacrificio y esfuerzo con el estigma del fullero. Siempre hay víctimas inocentes y el deporte no es una excepción. Cualquier victoria despertará la duda y cualquier medalla parecerá de plomo.
Descubrimos, aunque más bien es una confirmación, que algunos hacían trampa; se dopaban para triunfar. Y eso es difícil de comprender en una sociedad que se dopa para vivir. Sin distinciones entre galgos y podencos, liebres y tortugas o cigarras y hormigas; y también sin aspiraciones de retar al viento o coronarnos con laurel. Sólo para sobrellevar el día a día o para acompañar el tiempo de ocio. Dopaje con sustancias legales, fáciles de adquirir en la tienda de la esquina o en la misma esquina. Las mismas que en ocasiones nos hacen acariciar el éxito y en otras, desnudan nuestra derrota.
Quizás sea cierto el cuento sobre aquel tipo que se dopaba para crear y fue devorado por sus propias creaciones. Aunque yo me creo más éste de otros tipos que buscan la gloria por encima de la ley y a través de atajos para garantizar patrocinadores y espectáculo. Universal y común, reconocible incluso más allá del deporte.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Share

Descubro, puede que con algo de asombro, estupor o perplejidad, que algunos necesitan de público (y no me refiero al diario del mismo nombre) para sus manifestaciones privadas y públicas.
Hasta ahora pensaba que esa demanda de audiencia pertenecía a otros ámbitos como los medios de comunicación o los espectáculos de cualquier índole, especialmente los deportivos y los culturales. Pero ignoraba que los ciudadanos anónimos anhelan su propio share.
Comprendo que el espejismo del éxito se ha instalado en esta sociedad, impulsado por televisiones sin complejos, que emulando al Dr. Frankenstein crean sus propios monstruos y los exhiben hora tras hora y cuantos más días mejor a través de la pantalla del televisor.
Entiendo que las cabezas erguidas se deslumbran con el sol y no alcanzan a ver los pies de barro de esos ídolos prefabricados, cuya caída es estruendosa, pero que rápidamente son sustituidos por otros becerros de oro con la misma fragilidad en los remos.
Necio de mí. Cuando surgió El Callejón del Gato sólo fue una tabla a la que asirse en mitad del oleaje. Un papel en blanco en la pantalla del ordenador que me permitía abrir el baúl de las palabras y dejar que se airearan. No pensé, ni por un instante, que al nacer el blog, su alumbramiento, su gateo, sus primeros pasos… estarían expuestos en la Red al alcance de cualquiera que entrara en el callejón. No pensé en la posibilidad de que alguien leyera lo ahí escrito, porque me apremiaba la necesidad de escribir.
Ese apremio, mi egoísmo, sólo me permitió ser consciente de que mis maullidos serían inevitablemente una fusión de lo personal y lo profesional, y me llevó a ignorar la figura de lector y su posible existencia.
Ahora descubro que algunos cuentan y recuentan. Lo propio y lo ajeno. Lo escrito y lo comentado. E incluso se cuestionan la rentabilidad de la página que nos da cobijo. Demasiado para quien se limita a mantener abierto el callejón, a deambular y maullar a su libre albedrío.
No soy gato persa que gusta ser exhibido y necesita ser admirado. Y tampoco macaco predispuesto a las monerías en función del público concitado y la posible recompensa. Soy gato de callejón, y si hay amenaza de cierre por desidia o ausencia de concurrencia, maullaré desde tapia o tejado.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Éxito o fracaso

Hoy es el día en que todos se obsesionan con medir el éxito o el fracaso. Cómo si pudiera medirse objetivamente. Cómo si no hubiéramos fracasado ya, como país, como sociedad e incluso individualmente.

Y si todo fuera mentira. Esta huelga que no se parece a una huelga, convocada como si fuera unas nupcias, con mucha antelación y casi con petición de confirmación a los padres de la criatura. Una huelga general que parece una huelga particular. Una pantomima en la que gobierno, sindicatos de clase y oposición, una vez más y ya he perdido la cuenta de cuántas, no saben ni pueden estar a la altura de lo que demandan los ciudadanos. Cultivan y alimentan la desafección y luego se lamentan, pero ninguno de ellos engrosa la lista del desempleo o guarda turno en la fila de los desheredados, ninguno padece la angustia de la incertidumbre económica, ninguno tendrá que abandonar la casa por embargo o por no poder afrontar el alquiler como tantos jóvenes obligados ahora a regresar al domicilio familiar y gracias.

Dicen que se acabó la fiesta y ahora toca pagar. Algunos lo hacen a desgana, y sin problema; pero la mayoría entre subsidios, recortes del salario a tanto por ciento, subida de impuestos y falta de laboro dudan de aquello del que aprieta y no ahoga. Se vive con el miedo en el cuerpo por la amenaza de perder empleo, vivienda… aquello que se consideraba un derecho y que de repente descubrimos un privilegio. Trabajar para pagar. Y en el horizonte, una reforma laboral que se asemeja a una lapida.

Todos somos culpables. Pero unos más que otros. Abrazamos el sueño de El Dorado, en su versión dinero fácil y barato. Consuma y sea feliz. Nos entregamos al capitalismo y éste, disfrazado de gallina de huevos de oro, ha dejado de poner y nos ha devorado como Saturno a sus hijos. Explotó la burbuja, descubrimos que las hipotecas además de usura también eran basura y ni siquiera hemos sido capaces de matar a la gallina para hacer pepitoria; y en lugar de sacrificarla, vamos en su auxilio con el dinero público. Al rescate de la gallina, sin pensar en los polluelos.

Y aún así la preocupación es medir el éxito o el fracaso. Se pueden contar las veces que uno cae y aquellas en que logra levantarse. Se puede recordar el dolor al apretar los dientes y las uñas clavándose en las palmas de la mano. Pero más allá de ese pretendido éxito o fracaso y de su improbable medición, me parece una cuestión de supervivencia.

Hoy me he borrado. No me cuenten que no estoy. No me midan en términos de éxito o fracaso. No me busquen como cómplice del apoyo o del rechazo. Soy un hombre sin fe; el gato que labra su propia esperanza.