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viernes, 2 de marzo de 2012

Falta de público

La desaparición de un medio de comunicación, con independencia de su línea editorial, siempre es una mala noticia en una sociedad democrática. No sólo por lo que supone de incremento de las listas del desempleo con los profesionales que trabajaban en ese medio, sino por lo que implica de pérdida de pluralidad informativa y en algunos casos, de ausencia de altavoces para las minorías.
El cierre de la edición en papel de diario Público no es una excepción, y en su caso corrobora esa pérdida de pluralidad informativa y evidencia el desequilibrio existente en España entre medios de comunicación con una línea editorial progresista y aquellos que mantienen una apuesta conservadora; en particular, en prensa y televisión.
Las fusiones de las televisiones privadas (Cuatro y Tele 5, La Sexta y Antena 3) constatan en la práctica la absorción de canales de orientación progresista como Cuatro y La Sexta por otros, Tele 5 y Antena 3, inclinados hacia posiciones más conservadoras. Y si se amplía el espectro a la TDT, la influencia y afluencia de medios conservadores y de extrema derecha son demoledoras, en especial tras la desaparición de CNN+ y la más que probable reconversión de la televisión pública que deja en suspenso el futuro del canal 24 horas y que ya está dando muestras de la injerencia del gobierno del PP en su línea y contenidos informativos.
Si miramos a la prensa, la situación no es mejor. La desaparición de Público supone que sólo El País se mantenga aparentemente como una publicación periódica generalista de tirada nacional de ámbito progresista, frente a publicaciones conservadoras como ABC, La Razón o El Mundo o extremas como La Gaceta.
Este desequilibrio y la consiguiente pérdida de pluralidad informativa además de mostrar con nitidez la involución que estamos viviendo en distintos órdenes, constatan la disminución de garantías para los ciudadanos en su derecho a ser informados verazmente. Un derecho que debía estar salvaguardado por los poderes públicos a través de los medios de comunicación públicos, pero que, con la excepción de RTVE (Televisión Española y Radio Nacional de España) durante la etapa de los gobiernos de Rodríguez Zapatero, carece de salvaguarda porque esos medios públicos en lugar de estar al servicio de los ciudadanos actúan como correa de transmisión de los partidos que sustentan los gobiernos de turno, ya sean estatal o autonómicos.

miércoles, 30 de marzo de 2011

El público del cine español

Desde la guerra de Irak ha sido habitual y recurrente en determinados sectores políticos y periodísticos de este país atacar a los directores y actores más representativos del cine español y a éste en su conjunto.
Un ataque sistemático, hasta el punto de que algunos de los responsables de estos ataques reconocían no consumir cine español (sic), cuyo origen se hallaba en la oposición de algunos de estos actores y directores a la guerra de Irak y al papel del gobierno español, entonces presidido por Aznar, en esa guerra, más que en la propia industria cinematográfica española y sus películas.
Por citar a algunos, en la mente de la mayoría, la familia Bardem, Willy Toledo o Pedro Almodóvar; cuyo pecado fue sumarse al 90 por ciento de la sociedad española, contraria a esa guerra y a la participación activa de España en el desencadenamiento de la misma y en su posterior desarrollo.
En esta crítica destructiva se han obviado aspectos tan determinantes como la cuota de pantalla del cine español en las salas españolas, en clara desventaja con las producciones foráneas, particularmente estadounidenses, y se han cargado las tintas en otros como la recaudación de las cintas españolas, condicionada directamente por esa cuota de pantalla. Y por supuesto, poco importaba el reconocimiento internacional del sector cinematográfico a actores, directores, guionistas, fotógrafos, músicos y películas españolas en festivales y certámenes europeos o estadounidenses.
Daba igual que en el cine español, como en cualquier disciplina artística, coexistieran obras de calidad con las que carecen de ella y todo se reducía al coste de la película, a las subvenciones recibidas y a su recaudación en taquilla.
Ahora, y tras una semana de exhibición en los salas, la cuarta entrega de Torrente, saga creada y dirigida por Santiago Segura que no pasará a la historia del cine por su excelencia, ha disparado un 134 por ciento la recaudación en taquilla del cine español respecto al mismo periodo del año anterior, según los datos aportados por la Federación de Asociaciones de Productores Audiovisuales Españoles (FAPAE).
Un éxito que según los parámetros referidos llevaría a los detractores habituales del cine español a sustituir la crítica por la loa. Y que desde un análisis más serio conduciría irremediablemente a una reflexión sobre el público español. Sobre los gustos y valores de un público que llena las salas para ver una película cuyo protagonista es un tipo repugnante, a través del cual Segura satiriza convicciones y comportamientos peligrosamente vigentes en algunos sectores e individuos de esa sociedad.
Se habla y escribe sobre el cine español, cuestionando su calidad, el proceso creativo, la financiación, la exhibición o la distribución y situándolo permanentemente en crisis. Pero se hace sin rigor, con disparidad de criterios y renunciando sin disimulo a considerar cada uno de los elementos que determinan el estado real de la industria cinematográfica española y sus resultados. Entre ellos, ese público que con el visionado de las películas garantiza el éxito comercial de una cinta, pero nunca será aval de la calidad artística de la misma.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Share

Descubro, puede que con algo de asombro, estupor o perplejidad, que algunos necesitan de público (y no me refiero al diario del mismo nombre) para sus manifestaciones privadas y públicas.
Hasta ahora pensaba que esa demanda de audiencia pertenecía a otros ámbitos como los medios de comunicación o los espectáculos de cualquier índole, especialmente los deportivos y los culturales. Pero ignoraba que los ciudadanos anónimos anhelan su propio share.
Comprendo que el espejismo del éxito se ha instalado en esta sociedad, impulsado por televisiones sin complejos, que emulando al Dr. Frankenstein crean sus propios monstruos y los exhiben hora tras hora y cuantos más días mejor a través de la pantalla del televisor.
Entiendo que las cabezas erguidas se deslumbran con el sol y no alcanzan a ver los pies de barro de esos ídolos prefabricados, cuya caída es estruendosa, pero que rápidamente son sustituidos por otros becerros de oro con la misma fragilidad en los remos.
Necio de mí. Cuando surgió El Callejón del Gato sólo fue una tabla a la que asirse en mitad del oleaje. Un papel en blanco en la pantalla del ordenador que me permitía abrir el baúl de las palabras y dejar que se airearan. No pensé, ni por un instante, que al nacer el blog, su alumbramiento, su gateo, sus primeros pasos… estarían expuestos en la Red al alcance de cualquiera que entrara en el callejón. No pensé en la posibilidad de que alguien leyera lo ahí escrito, porque me apremiaba la necesidad de escribir.
Ese apremio, mi egoísmo, sólo me permitió ser consciente de que mis maullidos serían inevitablemente una fusión de lo personal y lo profesional, y me llevó a ignorar la figura de lector y su posible existencia.
Ahora descubro que algunos cuentan y recuentan. Lo propio y lo ajeno. Lo escrito y lo comentado. E incluso se cuestionan la rentabilidad de la página que nos da cobijo. Demasiado para quien se limita a mantener abierto el callejón, a deambular y maullar a su libre albedrío.
No soy gato persa que gusta ser exhibido y necesita ser admirado. Y tampoco macaco predispuesto a las monerías en función del público concitado y la posible recompensa. Soy gato de callejón, y si hay amenaza de cierre por desidia o ausencia de concurrencia, maullaré desde tapia o tejado.

martes, 14 de septiembre de 2010

Gratis total

Tengo un amigo con mando en plaza que entona el mea culpa, porque a su entender, que comparto, las instituciones han cometido el error de acostumbrar al respetable al gratis total. Aboga por cobrar un precio simbólico, una cantidad mínima que actúe como elemento disuasorio para alejar a aquellos que piensan que la gratuidad conlleva también el derecho a la falta de respeto, el pataleo y el portazo.

La otra noche asistí a un espectáculo de danza “(espérame despierto)”, durante el cual una parte del público, que había accedido al teatro gratis como todos los presentes, mostrando una desconsideración absoluta hacia los dos bailarines, chico y chica, que se deslizaban por el escenario y hacia el resto del público, abandonó la sala trotando como bestias y dando portazos como auténticos energúmenos. Desgraciadamente no es la primera vez que asisto a una demostración de civismo de esta naturaleza.

Reconozco que no me apasiona la danza, pero ese es un hecho secundario, ya que asistir a un espectáculo donde el comportamiento de una parte del público causa bochorno y vergüenza relega al espectáculo a un segundo plano y devalúa el tiempo dedicado al ocio.

Soy consciente de que el gratis total cuenta con una legión de adeptos en las sociedades occidentales actuales; en especial, entre los más jóvenes; aunque no fueran precisamente éstos los protagonistas del lamentable comportamiento del que fui testigo en el teatro. Comprendo la tentación que supone no tener que pagar y lo fácil que es habituarse a ello.

Sin embargo, y reconociendo también el derecho del público a expresar su aprobación o rechazo hacia cualquier expresión artística, tengo la creencia de que las muestras de desaprobación son menores cuando se ha pagado una entrada y que además, en caso de producirse, se realizan al finalizar la función.

martes, 21 de julio de 2009

Lecciones de periodismo

Matar al mensajero. Frente a la presunta comisión de un delito, en lugar de pedir explicaciones a sus militantes y cargos públicos y si procede la asunción de responsabilidades, el PP opta de nuevo por disparar al muñeco. Tras el juez Garzón, la Policía, el Gobierno de Zapatero… ahora le toca el turno a la prensa. Pero sólo, y eso es bastante curioso, al grupo Prisa. Se ve que el PP no lee Público o que todavía no le da la relevancia a Roures y compañía que ZP y el propio Roures y sus compañeros de viaje si creen tener.
No contento con matar al mensajero, el PP también osa impartir lecciones de Periodismo. Y sin pudor alguno alude a la libertad de expresión y a la deontología profesional de los periodistas y de los medios de comunicación del grupo Prisa, por si éste no tuviera bastante con su delicada situación económica. No recuerdo clases magistrales de Periodismo del PP cuando El Mundo publicaba informaciones que ponían al Gobierno de González en la picota o cuando sus informaciones coincidían con la teoría de la conspiración del 11-M, secundada por el PP desde el mismo día del atentado, con el papelón estelar del entonces ministro Acebes.
En esto, como en tantas otras cosas, se trata de ser un demócrata; de asumir principios y valores democráticos. Y en este sistema de gobierno, según dicen el menos malo, la prensa es un pilar fundamental. Y por supuesto, la libertad de prensa. Me da igual que sea el PP, el PSOE o cualquier otro partido democrático al que le disguste el papel de la prensa cuando denuncia comportamientos irregulares o delictivos protagonizados por sus dirigentes, militantes o cargos públicos.
La prensa tan denostada, siempre en entredicho por sus servidumbres, sus excesos y su vedettismo es imprescindible, guste o no, en una sociedad democrática. Dicen que no nos enteramos de las cosas o que nos enteramos de pocas; sin la prensa seguro que no nos enteraríamos de nada.

jueves, 16 de abril de 2009

Carné de periodista

No conozco curandero alguno que haya solicitado el carné de médico. Y tampoco organización profesional médica que dé carné de médico a curanderos. Normal, me dirán, cómo van a dar un carné de médico a quien no es médico. Pues esta normalidad evidente no es válida cuando en lugar de hablar de médicos, hablamos de periodistas.
La precariedad laboral y el intrusismo son las dos principales lacras del periodismo en España. En 2008, según el observatorio de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), unos 1.800 periodistas perdieron el trabajo, aunque la cifra real bien puede rondar los 3.000 empleos perdidos. Las previsiones para 2009, lejos de mejorar, apuntan a una pérdida en el sector de entre 3.000 y 5.000 puestos de trabajo.
Ante esta realidad y este panorama a algunos lo que les preocupa es que a varios intrusos en la profesión la citada FAPE les haya denegado el carné de periodista. Es decir que, como por desgracia han hecho numerosas asociaciones de prensa provinciales, en lugar de denunciar el intrusismo profesional se consolida la condición del intruso con un carné de periodista que a todas luces no debería recibir. Como casi siempre el hecho adquiere más relevancia cuando los intrusos son familiares de… o trabajan en potentes grupos de comunicación, como en los casos de Ignacio Escolar (ex director de Público) y Borja Bergareche (grupo Vocento), [según recoge el portal prnoticias], dos personas que han trabajado y trabajan como periodistas sin tener la titulación de periodista y a los que ha sido denegado el carné. Si no fuese por la situación del sector hasta resultaría gracioso que el principal argumento esgrimido en su favor sea su dilatada trayectoria en los medios de comunicación, es decir, tratar de consolidar su condición de intruso por el tiempo que llevan aprovechando esa condición de intrusismo profesional.
La gama de intrusos es muy variada, desde los licenciados en otras disciplinas que por la circunstancia que sea han decidido ejercer la profesión de periodista sin la titulación correspondiente, a personas sin cualificación o formación alguna o personas con una determinada categoría profesional, como por ejemplo los locutores en RTVE, que tras modificaciones en la empresa acababan convirtiéndose en supuestos periodistas, porque de facto realizaban las funciones que competen a éstos. Conscientemente voy a dejar al margen a todo ese batiburrillo de opinadores y nuevas estrellas de la televisión, producto en muchos casos de sus 3 minutos de gloria televisiva por asuntos ajenos al periodismo.
Es cierto que las facultades de Periodismo colocan en el mercado más periodistas de los que éste puede absorber. Y éste si es un asunto serio que deberían abordar las organizaciones profesionales de periodistas. Pero también es cierto que mientras muchos jóvenes emplean 5 años de su vida para obtener la titulación que ‘en teoría’ debería garantizarles el acceso a la profesión periodística, realizan prácticas y cursan estudios de postgrado, otros acceden a la profesión por la puerta de atrás, sin la cualificación adecuada y ocupando esos puestos de trabajo que por titulación corresponden o deberían corresponder a los periodistas. No imagino a ningún estudiante de Medicina en la facultad o realizando el MIR preocupado porque su puesto lo vaya a ocupar un curandero.
No estaría de más que reflexionemos sobre porqué acudimos al médico en lugar de a un matasanos y sin embargo, no parece preocuparnos que nuestro derecho a la información (rigurosa, veraz…) esté en ocasiones en manos de aficionados y no de periodistas.