Desde la guerra de Irak ha sido habitual y recurrente en determinados sectores políticos y periodísticos de este país atacar a los directores y actores más representativos del cine español y a éste en su conjunto.
Un ataque sistemático, hasta el punto de que algunos de los responsables de estos ataques reconocían no consumir cine español (sic), cuyo origen se hallaba en la oposición de algunos de estos actores y directores a la guerra de Irak y al papel del gobierno español, entonces presidido por Aznar, en esa guerra, más que en la propia industria cinematográfica española y sus películas.
Por citar a algunos, en la mente de la mayoría, la familia Bardem, Willy Toledo o Pedro Almodóvar; cuyo pecado fue sumarse al 90 por ciento de la sociedad española, contraria a esa guerra y a la participación activa de España en el desencadenamiento de la misma y en su posterior desarrollo.
En esta crítica destructiva se han obviado aspectos tan determinantes como la cuota de pantalla del cine español en las salas españolas, en clara desventaja con las producciones foráneas, particularmente estadounidenses, y se han cargado las tintas en otros como la recaudación de las cintas españolas, condicionada directamente por esa cuota de pantalla. Y por supuesto, poco importaba el reconocimiento internacional del sector cinematográfico a actores, directores, guionistas, fotógrafos, músicos y películas españolas en festivales y certámenes europeos o estadounidenses.
Daba igual que en el cine español, como en cualquier disciplina artística, coexistieran obras de calidad con las que carecen de ella y todo se reducía al coste de la película, a las subvenciones recibidas y a su recaudación en taquilla.
Ahora, y tras una semana de exhibición en los salas, la cuarta entrega de Torrente, saga creada y dirigida por Santiago Segura que no pasará a la historia del cine por su excelencia, ha disparado un 134 por ciento la recaudación en taquilla del cine español respecto al mismo periodo del año anterior, según los datos aportados por la Federación de Asociaciones de Productores Audiovisuales Españoles (FAPAE).
Un éxito que según los parámetros referidos llevaría a los detractores habituales del cine español a sustituir la crítica por la loa. Y que desde un análisis más serio conduciría irremediablemente a una reflexión sobre el público español. Sobre los gustos y valores de un público que llena las salas para ver una película cuyo protagonista es un tipo repugnante, a través del cual Segura satiriza convicciones y comportamientos peligrosamente vigentes en algunos sectores e individuos de esa sociedad.
Se habla y escribe sobre el cine español, cuestionando su calidad, el proceso creativo, la financiación, la exhibición o la distribución y situándolo permanentemente en crisis. Pero se hace sin rigor, con disparidad de criterios y renunciando sin disimulo a considerar cada uno de los elementos que determinan el estado real de la industria cinematográfica española y sus resultados. Entre ellos, ese público que con el visionado de las películas garantiza el éxito comercial de una cinta, pero nunca será aval de la calidad artística de la misma.
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