Con permiso de Pablo Milanés, amo esa isla, pero no soy del Caribe. De haber podido elegir, no hubiera dudado en optar por La Habana de los años 40-50 y disfrutar de alguna de aquellas descargas que los músicos improvisaban hasta el amanecer, aderezadas con tabaco y ron.
El sábado, mis peques, por influencia santera (de mi santa), me regalaron una joya de esas que de vez en cuando arroja el talento de tipos como Javier Mariscal, Fernando Trueba y Bebo Valdés: una edición especial de la banda sonora de su última obra, la película de animación Chico y Rita.
Un libro con dibujos de Javier Mariscal sobre diversos procesos de la película, un dvd con algunas interioridades de las grabaciones musicales y un cd con la banda sonora; un sincero homenaje a los fundamentos del legado musical cubano, que como colofón añade la interpretación del tema principal, Lily, por Estrella Morente.
Como es fácil imaginar, la habitación se inundó de vientos, cuerdas y percusión y cerrando los ojos me trasladé a aquella Habana de night-club y noches eternas y como en aquellas filmaciones clásicas, disfruté de una pieza interpretada por una Big band en blanco y negro.
Saboreo un Daiquirí frappé, enciendo un Montecristo nº 3 y contemplo a una trigueña de curvas inabarcables y piernas largas, larguísimas, mientras espero ese solo de metal que rasgará la noche y enmudecerá cualquier otra voz.
Aquellas noches habaneras del pasado son una ilusión del presente. Una evocación de la que quisiera no despertar. Bastaría con no abrir los ojos y seguir los acordes, pero no es más que un sueño que ese legado musical mantiene para que ocasionalmente me traslade a La Isla sin abandonar mi habitación. Como aquel otro viaje que la música realizaba de La Habana a Nueva York para retornar de la Gran Manzana al Malecón y despertar los pies en alguna sala de Europa.
Sueño en blanco y negro, incluso al contemplar los dibujos en color de Mariscal. Y aún así soy incapaz de olvidar la luz de La Habana, sus atardeceres y sus calles llenas de esa luz y de sueños rotos. Historias de otros Chicos y Ritas, fracasos huérfanos de banda sonora.
Imagen: Póster de la película (http://chicoandrita.com/wallpapers.html).
Un libro con dibujos de Javier Mariscal sobre diversos procesos de la película, un dvd con algunas interioridades de las grabaciones musicales y un cd con la banda sonora; un sincero homenaje a los fundamentos del legado musical cubano, que como colofón añade la interpretación del tema principal, Lily, por Estrella Morente.
Como es fácil imaginar, la habitación se inundó de vientos, cuerdas y percusión y cerrando los ojos me trasladé a aquella Habana de night-club y noches eternas y como en aquellas filmaciones clásicas, disfruté de una pieza interpretada por una Big band en blanco y negro.
Saboreo un Daiquirí frappé, enciendo un Montecristo nº 3 y contemplo a una trigueña de curvas inabarcables y piernas largas, larguísimas, mientras espero ese solo de metal que rasgará la noche y enmudecerá cualquier otra voz.
Aquellas noches habaneras del pasado son una ilusión del presente. Una evocación de la que quisiera no despertar. Bastaría con no abrir los ojos y seguir los acordes, pero no es más que un sueño que ese legado musical mantiene para que ocasionalmente me traslade a La Isla sin abandonar mi habitación. Como aquel otro viaje que la música realizaba de La Habana a Nueva York para retornar de la Gran Manzana al Malecón y despertar los pies en alguna sala de Europa.
Sueño en blanco y negro, incluso al contemplar los dibujos en color de Mariscal. Y aún así soy incapaz de olvidar la luz de La Habana, sus atardeceres y sus calles llenas de esa luz y de sueños rotos. Historias de otros Chicos y Ritas, fracasos huérfanos de banda sonora.
Imagen: Póster de la película (http://chicoandrita.com/wallpapers.html).
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