El de la libertad de expresión es un viejo debate. La Constitución Española de 1978 la reconoce en su artículo 20, de igual modo que lo hizo con anterioridad y como uno de los derechos fundamentales la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948. Y sin embargo, como en tantos temas objeto de debate, no hay acuerdo y sus límites son una delgada línea cuya marca corresponde a los jueces.
No debería pues causar sorpresa que esa marca sea flexible e incluso inexistente cuando concierne a algunos políticos o a profesionales de la opinión, que parecen disponer de patente de corso para amparados en esa libertad de expresión repartir estopa verbal a diestro y siniestro, adentrándose en territorios colindantes a la calumnia y la injuria. Y que esa flexibilidad desaparezca y la marca se convierta en una gruesa franja cuando se cuestiona el uso de la libertad de expresión en el ámbito de la cultura; en particular, cuando la creación aborda directa o indirectamente asuntos o cuestiones religiosas, ya sea en el terreno de las creencias o en el de los actos de los representantes de esas creencias.
Desde esta perspectiva se puede decir que poco hemos avanzado como sociedad cuando la Iglesia, la Corona y otros estamentos e instituciones siguen siendo o pareciendo intocables, con usos más propios de estados feudales que de sociedades democráticas avanzadas.
Con anterioridad se han visto expuestos en la plaza pública diferentes creadores de la pintura, la escultura, la fotografía, el cine y otras modalidades artísticas, desde el mundo de las letras al de la moda, por el contenido o la temática de sus obras. Y ahora le ha tocado el turno a Leo Bassi, un artista siempre polémico en sus creaciones, ya que la polémica es un elemento indispensable en la obra de aquellos que como él buscan a través de la misma la denuncia social.
Podría afirmarse que Bassi es pantagruélico en sus creaciones y que acude a la provocación como antesala de la reflexión. Incluso puede ser tildado de irreverente. Y aún así, admitir una querella en los tribunales contra el actor y contra el rector de la Universidad de Valladolid, Marcos Sacristán, por una creación de Bassi crítica con la Iglesia Católica es una muestra de desmesura, que desvirtúa y descontextualiza la creación artística y profundiza en una corriente de involución donde el grosor de determinadas líneas se marca con ligereza o con esmerada precisión y contribuye a reforzar esa condición de intocables de determinados estamentos.
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