miércoles, 29 de abril de 2020
Los cerezos en flor
miércoles, 11 de septiembre de 2019
Árboles caídos
sábado, 25 de mayo de 2019
Tierra de promisión
lunes, 18 de enero de 2016
La soledad del náufrago
domingo, 12 de julio de 2015
Náufragos destetados
miércoles, 17 de diciembre de 2014
Miedo escénico
martes, 9 de octubre de 2012
Víctimas de la añoranza
martes, 14 de febrero de 2012
San Valentín
Nadie pasa lista a los corazones solitarios, que sienten la quemazón de la soledad y se lamen las viejas heridas. Y aún así, porque nadie escapa a la machacona propaganda, siempre se abren espacios a la duda o simplemente se alimenta el deseo hacia lo que se carece o la nostalgia de lo que nunca se tuvo.
Triunfa el márketing frente a los sentimientos y si desprecias la hoja del calendario y si no marcaste con rojo carmín ese 14 fatal del mes de los locos te convertirás en el ser estigmatizado, marcado con una equis de negro indeleble que desde el otro lado se encargarán de exhibir.
Pero es peor la mirada que constata la ausencia al pasar lista. Y de pronto parece que pasaran lista también en las floristerías de la ciudad, en las bombonerías y en los grandes almacenes. Y la falta de movimientos del dinero de plástico y el reposo del de papel en la cartera se convierten en dedos acusadores y buscan unos labios que griten al viento que no tienes corazón.
Algunos afirmarán que el descreimiento ronda los límites de la osadía y empuja al cinismo, pero qué listos los que mienten un día para esconder la verdad de los 364 restantes.
lunes, 30 de mayo de 2011
Elogio del abandono
Abrió los ojos. Y recordó que el sábado también había despertado del sueño de la secretaría general. No había podido evitar mirar a Blanco y pensar en Julio César y su “tú también, Bruto”. También vagaría por Ferraz. La soledad y la derrota se dibujaban en la cara de Bambi, cuando sin convicción anunciaba el nombre del sucesor.
La vieja guardia había actuado sin contemplaciones y sin complejos. Había adoptados los modos de sus antagonistas y renunciaba a sus democráticas señas de identidad, alojadas en alguna cápsula del tiempo, para optar por la designación a dedo. A semejanza de un consejo de administración no había dudado en desembarazarse de su presidente, manteniéndolo unos meses más al frente como un hombre de paja y evidenciado que lo primordial era evitar la hemorragia del descenso de la cotización en la “Casa de los Leones”. Las franquicias asumirán la decisión de la empresa matriz. Por si alguien aún tenía dudas, se había renunciado a la ideología. Una vez más, se hurtaba el debate de las ideas y el proyecto se reducía al cartel de la persona.
Como complemento del esperpento, la candidata que no fue tal convocaba a final de semana y a hora intempestiva y con urgencia una rueda de prensa para anunciar que no sería lo que nunca llegó a ser. De modo que mañana martes, el día del anuncio de su participación en las primarias, tampoco será el día que debía haber sido.
Tras la patética y compungida comparecencia, con rostro cariacontecido como si fuera nueva o inmaculada en tareas de gobierno y partido, recibía los elogios de la joven y la vieja guardia, haciéndole creer que en lugar de cavar su tumba y probablemente la fosa común de los hijos de la rosa está escribiendo la intrahistoria del futuro. Paradójico que sitúe a su ahora candidato en el pasado, quien ni siquiera ha querido ser presente.
Cerró de nuevo los ojos. Aterrado descubrió que al despertar de sus sueños, había roto también los sueños de otros. Continuó vagando, a sabiendas de que no es sincero el elogio del abandono.
miércoles, 9 de junio de 2010
El apeadero del tren

Pensaba en un tren como metáfora de la vida. El principio y el final de un viaje. El vagón al que te subes al nacer y que supuestamente no abandonas hasta llegar a la estación de destino. Y digo supuestamente, porque nadie te puede obligar a llegar hasta esa última estación que es la muerte. Aunque la gran paradoja es que el abandono de ese vagón en cualquier parada del trayecto, incluso en marcha, es en sí mismo el acto final.
En otras ocasiones pensaba en los trenes como sinónimo de una última oportunidad. Imaginaba la espera en un andén poblado o en un apeadero solitario; uno de esos apeaderos perdidos en medio del campo, rodeado de olivos y alejado de viviendas y de núcleos rurales y urbanos, cuyas luces se adivinan cercanas, pero a la suficiente distancia como para alimentar esa soledad.
La mirada siguiendo los raíles hasta donde ya la vista no alcanza. Buscando ese tren que no parece llegar. Y evitando reconocer que quizás no llegue nunca. Para no aceptar que ese tren ya pasó y no hubo consciencia de su paso y menos de que era el último.
No hay medida posible del tiempo y además, se pierde la noción de su transcurrir, así que lo más parecido a un reloj son los propios pasos a izquierda y derecha en ese andén. Pasos que tampoco llevan a lugar alguno, pero cuya suma sería un sorprendente número de kilómetros. Pasos incapaces de perturbar al oído en su única misión de oír el sonido de ese tren. Pasos inútiles.
En esa estación, no perder la esperanza significa creer en la existencia de la llegada de ese último tren, a pesar de ser sólo una posibilidad. Aferrarse a esa última oportunidad, sin plantear o preguntar sobre el merecimiento de la misma, pero con el convencimiento de que la vida ha de pagar su deuda a los desheredados.
La espera, toda espera, es incertidumbre. Ausencia de certeza. Pero la espera en un andén solitario, sin saber si ese último tren vendrá, es una invitación a la perturbación y a perder el rumbo. La antesala del abismo.
Ignoro si hay alguna sesuda explicación onírica o de cualquier otra índole sobre los pensamientos relativos a los trenes, estaciones, andenes y apeaderos y su posible simbolismo. Pero puedo afirmar que no hace mucho yo estaba de pie en ese andén, esperando uno de esos trenes; llegó, y subí a él, y espero que no sea el último. Y sin embargo, aún hoy, me veo en aquel apeadero solitario, con la mirada siguiendo los raíles y paseando a izquierda y derecha de ese andén sin llegar a lugar alguno.
Pudiera ser que dejará allí una de mis vidas de gato y tan sólo sean vestigios de melancolía.
Foto: Estación de Espeluy (Jaén). Juan Fra. Tomada de http://www.panoramio.com/photo/7224789.
miércoles, 19 de mayo de 2010
La fortuna del laboro
Este abandono, espero que esta vez más duradero, podría parecer una deserción, pero en realidad es el deseo de cualquiera de los que ocupan lugar en esta fila, que por desgracia no todos pueden alcanzar. Y es eso precisamente lo que me hace no perder de vista a aquellos desheredados que permanecerán en la fila.
Comprendo su angustia, esa sensación que te atenaza por momentos y de forma muy especial en la soledad consciente de la noche. Esa misma angustia que ahora siento lejos, como si se hubiera exilado instantáneamente de mi vida.
Recuerdo lo que se siente cuando las dudas derrotan a las certezas, incluso a costa del propio conocimiento. Aún ahora podría dibujar los límites del territorio de la esperanza. Y tampoco he olvidado cómo se abre la puerta de la desesperación, sin necesidad de llave y con apenas un suave empujón.
Hoy gozo de privilegio por tener laboro, un privilegio que debía compartirse con cualquier persona con ganas trabajar y que sin embargo hoy se distancia del derecho para convertirse casi en quimera. Sin término medio paso de la nada al todo. Y esa fortuna es completa porque he regresado a Baeza.
Cada mañana, de nuevo, me permito disfrutar de mi capricho, de esos dos paseos a primera hora de la mañana y al mediodía. Llego caminando a la plaza del Pópulo, acaricio con la mirada la Fuente de los Leones, subo con un inusitado trote juvenil los escalones de la calle Escalerillas, enfilo la cuesta de San Gil para girar a la izquierda y flanqueado por los cipreses alcanzar la plaza de Santa María para buscar por encima de la copa de los árboles frente a la fuente la torre de la Catedral. Contemplo las piedras y siento las piedras como testigos y depositarias del legado del tiempo. Pienso en Machado, profesor y poeta en este vergel de luna y olivos, caminando por estas mismas calles. Atravieso las puertas de cristal del Antiguo Seminario y bajo hasta la cafetería donde esperan las samaritanas para darme esa primera conversación del día y una taza de café caliente.
He abandonado la fila y ésta es mi heredad.
lunes, 22 de marzo de 2010
Estatuas
A mí las estatuas me parecen el paradigma de la soledad. De sal, mármol, bronce o elementos reciclados. Soledad, al margen de material o textura. Testigos mudos y en ocasiones desconocidos del paso del tiempo, hasta que son engullidas por el propio tiempo. Condenadas en primera instancia al olvido en un almacén, para posteriormente ser destruidas.
Algunas estatuas no merecen siquiera una lágrima, albergar nuestra mirada o permanecer en el recuerdo. Mientras que otras merecen un soneto, contemplar un primer beso o el indulto eterno. Pero esos merecimientos o la ausencia de ellos no evitan su desamparada existencia en plazas, calles, parques o jardines. Presas de su inmovilidad. Solitarias.
Hasta que llegaron los mimos. Y liberaron a las estatuas de su encierro. Su parálisis se volvió pasajera y el desamparo tornó en soledad compartida. Los anclajes adquirieron provisionalidad y las efigies adquirieron vida, ante el temor y el asombro de infantiles ojos.
Sólo que los mimos nunca fueron, ni serán estatuas; tan sólo una apariencia de la realidad. La misma apariencia de realidad que algunos se empeñan en hacernos ver, como un truco de ilusionismo o una hipnosis colectiva. Para que no volvamos la vista atrás y prevalezca el temor a convertirnos en estatuas.
viernes, 19 de febrero de 2010
Islas
Quizás exista el anhelo de la conversión en continentes o simplemente en istmos, la necesidad de renunciar a la insularidad. Puede que incluso se emitan señales con desesperación, columnas de humos que dibujan gritos ascendentes en el cielo o llantos desconsolados con destino al corazón.
Pero convertimos las islas en paraísos o infiernos. Algunas son auténticas fortalezas, donde casi es imposible el desembarco de una pequeña barca y en caso de que éste se produzca, de que la nave alcance la arena, es destruida sin piedad, igual que sus tripulantes. Otras sueñan con ser descubiertas, conquistadas, ubicadas en el mapa.
A veces las islas establecen comunicación, sin contacto físico, se agrupan y se convierten en archipiélagos; pero las lenguas de agua siguen prevaleciendo sobre las de carne encerradas en nuestras bocas. Y no hay mayor logro, ni se aspira a más, que las soledades compartidas.
En ese archipiélago se confunde la isla con el islote y al solitario con el que está solo. La falta de aspiración lleva al conformismo y modela la posibilidad de desaparecer bajo las aguas. Triste destino para una isla.
viernes, 17 de julio de 2009
De lo efímero
Dónde estabas en los malos tiempos. Cuando la vida se rompe y apenas se puede sobrevivir. Cuando decrece la esperanza y no se alcanza a ver el final del camino. Cuando se intuye que sólo nos espera el abismo.
El jaramago ya está seco, frente a la promesa de otros brotes. Y sin embargo, en el jardín, junto al busto de Machado, florecen las rosas. Y el tiempo, si existió alguna vez, aquí se para. Poco o nada importan los aires de fuera, las buenas o las malas nuevas. En este jardín, con el silencio apenas interrumpido por fugaces pasos y ecos de alguna pasajera y ligera conversación, habita el sosiego.
Sosiego y tranquilidad conviven con la soledad. Una soledad, aquí a solas en el jardín, que no dista de mucho de otras soledades, en otros lugares, entre otras personas. Y en ese espacio en el que el tiempo no importa o parece no importar sólo se puede o se debe permanecer un momento, un instante; el suficiente para que la financiación autonómica, la corrupción del PP y sus casos Camps, Bárcenas… y la tragedia de Dalila y Rayan se conviertan en un llanto lejano, que convive con las serpientes de verano en el papel y en las ondas y que probablemente se ha convertido en una de esas serpientes; reptando día a día entre nosotros, entre la miseria individual y colectiva, sin que nadie sea capaz de darle caza. Noticias de papel y aire, con el cuerpo partido en dos como sirenas, sin que seamos capaces de vislumbrar donde dibuja el mar la línea divisoria entre lo humano y lo animal, entre lo que parece y lo que es.
En este jardín, durante un breve momento, puedes renunciar a esa realidad, a esa cotidianeidad, aún a sabiendas de que esa renuncia es ficticia. Merece la pena, aunque en ese instante uno se de cuenta de que se ha quedado solo.
Miro el busto del poeta y recuerdo sus versos:
“En mi soledad/ he visto cosas muy claras,/ que no son verdad”.
Proverbios y cantares (A José Ortega y Gasset). Antonio Machado