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domingo, 12 de julio de 2015

Náufragos destetados

Algo sé de naufragios. Contados, leídos, vistos e incluso vividos. En tierra firme y en el océano. En noches de tormenta y en mañanas de tempestad. Cuando los pies no están firmes en el suelo y no hay ancla capaz de fijarlos a él. Cuando miras al cielo y te devuelve la mirada rota, resquebrajada como un cristal que igual que el agua embravecida te niega el reflejo. Cuando sientes que la suerte sonríe al que no sobrevive y tú eres un superviviente.
Abres los ojos y te descubres solo. La soledad que te acompaña en la búsqueda de las palabras. La misma que te hace comprender lo efímero de la escritura en la arena. La compañera que no te abandona nunca. Soledad, tristeza y silencio. Y “la jodida conciencia” susurrándote. 
Y aun sin oído para la música sucumbes al canto de las sirenas. Anhelando no ser amarrado para zambullirte entre las olas y surcar el abismo. En el mar de olivos o en el Mediterráneo. 
Escucho el “Rock con embudo para mamíferos destetados”, de José Luis Escobar. Obsequio de su autor. Anterior a “El retrete del poeta”, sus versos me conducen como aquel a los restos del naufragio. Los tangibles y los intangibles. El producto de la zozobra exterior e interior. 
Dicen que siempre anda el diablo enredado en las cuerdas de la guitarra cuando suena el rock. Pero la verdad es que ese diablo es un duende juguetón, que aparece cuando sus hermanos ya se han marchado. Esos demonios con los que convivimos. Los que siempre vuelven y nos agitan; tanto que hasta desperezan a las palabras. 
No sucumbas, amigo. Vendrán nuevos naufragios para poner a prueba la memoria. El mar borrará las palabras en la arena, pero bien sabes que también las hay escritas en el corazón. Ignoro cuánto tiempo permanecen legibles, pero sé que merece la pena releerlas. Y tú sabrás ponerles música. 
De vez en cuando hay que dejar salir a los demonios, aunque solo sea una excusa para enredar en las cuerdas al diablo del rock.

martes, 11 de diciembre de 2012

El retrete del poeta

Andaba a vueltas con los poetas. Sin saber bien porqué, pero consciente de una sensación de profunda y momentánea orfandad. Entre los versos de Álvaro Salvador y de Manuel Lombardo, apenas esbozado un párrafo de lo que me rondaba en la sesera, surgió el poeta de la mirada digna, Juan Gelman, en la doble página del suplemento de un diario.
Y  a pesar de las palabras volcadas, aquí sigo a medio vaciar, sin lograr esquivar las estrofas y buscando lo que no logro hallar. Deambulando sin dar un solo paso. Cuando en forma de presente llega a mis manos “El Retrete del poeta”, de José Luis Escobar. Y de nuevo me sumerjo en las aguas de la poesía, aunque sea a través de la cisterna de un váter que anuncia marejada y nos convierte en los restos del naufragio. Navegantes de zozobras.
Soy un tipo fácil, me embelesan con un libro o con un disco. Y no es difícil lograr el acierto. No soy crítico musical, ni literario, así que mi opinión no pontifica. Ni lo busca, ni lo intenta. Pero me gusta la mezcla de la música con las letras de quien tiene algo que decir. Y disfruto de un cuaderno de canciones en el que distingo algunas voces de quienes lo hacen sonoro sin apagar las palabras.
Además, a la música y a las letras se suma la ilustración de Belin, un artista callejero internacional de esos que convierten los muros en lienzos y crean peldaños para escapar, cuyas pinceladas arrancan una sonrisa e invitan a viajar.
Versos, notas y colores no evitan los giros de peonza de mi cabeza, pero contribuyen a que el sentimiento de orfandad solo sea una estación de paso entre un punto de salida y un destino pendientes de trazar. Aunque el viaje acabe en naufragio.

Imagen: Ilustración para El Retrete del poeta, de Belin.