Mostrando entradas con la etiqueta Manuel Lombardo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Manuel Lombardo. Mostrar todas las entradas

jueves, 22 de octubre de 2015

Un poemario de 20 años

Podría decirse que es un recién nacido. Fue parido hace casi 20 años, pero ve la luz ahora. Según su autor, el poeta Manuel Lombardo, no hubo quien quisiera publicarlo hace dos décadas. Así que durmió en el hueco de las maderas del cajón; por un lado, los poemas de Lombardo y por otro, el prólogo de José Viñals. Pero el largo letargo ha sido interrumpido, casi como un juego infantil. Piedra, papel... libros.
Me cuenta un amigo, un viejo y querido amigo, de fina ironía, aguda inteligencia y un profundo bagaje vital, que para él Manuel Lombardo es el poeta de las 4 enes: no, nadie, nada y nunca. Y puede que no esté exento de razón, porque en el propio título de libro se asoman dos de esas enes, “Nadie de nada”. Aunque a veces la nada parezca el todo y el todo no llegue a nada.
Esa misma nada en la que resiste el ser del filósofo negándose a desaparecer. Y esa nada donde se refugian ira y rabia para brotar en los versos del poeta y desde allí golpear al lector distraído, al pusilánime, al eterno degustador de merengues.
No voy a descubrir la poesía de Manuel Lombardo a quien haya tenido la fortuna de saborearla. Pero si me tomaré la libertad de invitar a su lectura a aquellos que la desconozcan. Por nada y por nadie.
Acaba de terminar la presentación del libro y espero a que apenas queden un par de personas en la larga fila que se ha formado para solicitarle una dedicatoria. Aguardo impaciente mi turno y me siento junto a él. Le veo bien, pero con los evidentes signos del paso del tiempo. Me explica que ha hablado con Rakel Rodríguez, de Ediciones RaRo, por teléfono. No ha podido venir, pero ambos sabemos de su aprecio por él y su obra. Desde que le conoció, le leyó y le editó “Miserable poesía”.
No pretendo ser malaje, pero especulo con la posibilidad de que este poemario sea el último. El poeta me dice que sigue escribiendo. No lo ves, reta a mi mirada mientras agita su poemario en el aire. Yo no miro al libro, le miro a él. Y callo. No le digo que este poemario no cuenta porque ya tiene 20 años. Y no puedo evitar pensar que bien pudiera ser que haya poetas del nunca y poetas del siempre. Y que entre ambos están los poetas del todavía. 

"Nadie de nada" ha sido editado por Piedra Papel Libros. Fue presentado por su editor, Juan Cruz López, y por su autor, Manuel Lombardo Duro, el 8 de octubre. 

sábado, 14 de febrero de 2015

Elogio de la locura

No hay cura para la ensoñación más allá de darse de bruces con la realidad. Y aún así, en ocasiones, la realidad no es más que otra ensoñación. Hay un lugar en el cual no hay línea divisoria apreciable que separe ese mundo irreal del real, aunque es posible que haya un espacio para la intersección, donde ambos mundos confluyen en un territorio que indiscutiblemente podría ser de lucidez.
En todo elogio a la locura hay sin duda una evocación a Erasmo, pero en lo referente a la poesía yo hallo la referencia en Panero. Ahora de nuevo me sumerjo en unos versos de Elogio de la locura, en el poemario “Amorexia”, de Miguel Agudo Orozco, y alzo la vista sin esperanza de ver, pero buscando esa manada de penas paciendo en el preámbulo del abismo.
Conocí a Panero en un psiquiátrico de Las Palmas sin saber que era Panero. Tuve con él una breve conversación en la que él preguntaba y respondía, hasta que el alboroto causado por dos hermanos hospedados en el mismo centro nos interrumpió, provocó su marcha y la ruptura abrupta de aquel monólogo disfrazado de conversación.
Una enfermera me rescató de mi ensimismamiento. Me contó la historia de aquellos dos hermanos, pero me mantuvo en la oscuridad respecto al poeta. Tiempo más tarde, ya en Madrid, las páginas de un diario me revelaron la identidad de aquel locuaz compañero de pasillo.
Es curioso, porque pensé que Panero estaba allí de visita como yo. Y sin embargo, años más tarde, en Jaén, al conocer en la parada del autobús a otro poeta, Manuel Lombardo, creí que era un loco del centro hospitalario de enfrente. En este caso la conversación fue diálogo y durante la misma se presentó y quedó aclarado el equívoco y evidenciado mi ojo clínico en la materia.
Así que desde entonces evito hacer diagnóstico alguno y si alguien se interesa por mi estado mental, siempre tengo la excusa de que nací en febrero. 

"Cuando ya nada puede hacerse,/ se puede/ perder la cabeza,/ la esperanza,/ encontrarla,/ esconderla y contar hasta cien,/ mirar hacia otro lado/ del abismo,/...". Elogio de la locura, "Amorexia" (2014), Miguel Agudo Orozco. 

martes, 30 de septiembre de 2014

Entretiempo

Deben ser esos días difíciles de definir entre septiembre y octubre, en el tránsito del verano al otoño. O quizás sea la factura del exceso de trabajo, esa carga invisible que pesa más de lo deseable y de lo previsible. El caso es que en los últimos tiempos no logro escribir lo que quisiera. Aunque la realidad es que si escribo, pero no lo plasmo en el papel. La necesidad sigue apretando y las palabras bullen en  mi cabeza, se ordenan en frases, forman párrafos y completan escritos condenados al olvido. Textos nonatos, destinados a no ver la luz y a desvanecerse de igual modo que fueron creados. Y aún así no renuncio a las palabras. Me sumerjo entre ellas, me refugio en las páginas escritas por otros. En prosa o en verso. Descubro a Papadiamandis y a Mirivilis. Hallo cobijo en la poesía de José Hierro y Manuel Lombardo. Y escucho los silencios de Leonard Cohen.

miércoles, 19 de marzo de 2014

La Rabia de Rakel


Frente a los tiempos de alegría que jaleaba El Cigala, ahora corren tiempos de rabia. En algunos casos, contenida; en otros, mal disimulada, y en los menos, pese a las apariencias, a flor de piel.
Hay quien manifiesta esa rabia a gritos y también quien lo hace a golpes. Y hay quien recurre a la palabra, construyendo poemas para dar forma a aquella arma de futuro preconizada por el poeta.
Rakel Rodríguez opta por gritar y golpear recurriendo a la palabra. Construye una rabiosa poesía y una poesía de la rabia, la que le genera la realidad más cercana, pero también aquella distante por los kilómetros pero próxima por la conciencia. Y como el maestro Manuel Lombardo, lejos de esconder esa ira, que nace dentro fruto de lo externo, le da forma y la conduce por las líneas paralelas de las estrofas, para que no nos perdamos en los erróneos paralelismos de los lerdos.
Groenlandia, revista y editorial, ha apostado por Rakel y su rabia en versos y le ha editado ese poemario, Rabia, que navega por la Red para las cabezas inquietas y enrabietadas. También para el resto.

sábado, 11 de enero de 2014

Inventario de nieve

Le pedí una absolución sin penitencia. Y me rubricó una dedicatoria en su último poemario, “Inventario de nieve”, que acababa de presentar.  
Conocí a Manuel Lombardo en 1992, en la parada de un autobús; un mediodía de verano. Estábamos solos en aquella parada. Había terminado una mañana de trabajo en Diario Jaén y me senté en esa superficie dura e incómoda, propia de cualquier parada de autobús, que llaman asiento. Él, que ya estaba allí sentado cuando yo llegué, comenzó a hablarme. Pensé que era un zumbado que se había escapado de Los Prados. Pero cuanto más hablaba, zarandeando la vida, me di cuenta de que lo que decía tenía sentido. Y comprendí que el tarado era yo. Siguió hablando, comenzó a mencionar nombres de personas que yo conocía y al final se presentó. Sabía quién era por mi padre, pero nunca le había visto hasta ese día.   
Unos meses más tarde leí por primera vez un libro suyo de poemas. Y desde entonces sigo leyendo esos versos en los que no sabe o no quiere esconder su ira contra esa gran mentira universal que es la existencia.
Desnuda y viste, para volver a desnudar, el lenguaje. En busca de la palabra precisa; a la que desposee de ornamentos para arrojarla desde la profundidad del poema a la cara y al cerebro de aquellos que se aventuran a sumergirse en sus versos.
Hace algunos años, en la presentación de otro de sus poemarios, “Noemas y nademas” creo recordar, ya advertía de que su poesía no era apta para “degustadores de merengues”.
Yo me atrevería a añadir que los versos de Manuel Lombardo son para gourmets con un enorme aprecio por la vida. Con la excepción, obvia, de este tarado gato de callejón, que frente a los que esperan el fin de la nevada para inventariar la nieve caída midiendo el grosor del manto que cubre el suelo, prefiere contemplar el cielo y hallar palabras en copos que envuelven la nada.

Foto: Manuel Lombardo (a la dcha.), antes de rubricar su dedicatoria. Cortesía de Pepe Heredia.

martes, 11 de diciembre de 2012

El retrete del poeta

Andaba a vueltas con los poetas. Sin saber bien porqué, pero consciente de una sensación de profunda y momentánea orfandad. Entre los versos de Álvaro Salvador y de Manuel Lombardo, apenas esbozado un párrafo de lo que me rondaba en la sesera, surgió el poeta de la mirada digna, Juan Gelman, en la doble página del suplemento de un diario.
Y  a pesar de las palabras volcadas, aquí sigo a medio vaciar, sin lograr esquivar las estrofas y buscando lo que no logro hallar. Deambulando sin dar un solo paso. Cuando en forma de presente llega a mis manos “El Retrete del poeta”, de José Luis Escobar. Y de nuevo me sumerjo en las aguas de la poesía, aunque sea a través de la cisterna de un váter que anuncia marejada y nos convierte en los restos del naufragio. Navegantes de zozobras.
Soy un tipo fácil, me embelesan con un libro o con un disco. Y no es difícil lograr el acierto. No soy crítico musical, ni literario, así que mi opinión no pontifica. Ni lo busca, ni lo intenta. Pero me gusta la mezcla de la música con las letras de quien tiene algo que decir. Y disfruto de un cuaderno de canciones en el que distingo algunas voces de quienes lo hacen sonoro sin apagar las palabras.
Además, a la música y a las letras se suma la ilustración de Belin, un artista callejero internacional de esos que convierten los muros en lienzos y crean peldaños para escapar, cuyas pinceladas arrancan una sonrisa e invitan a viajar.
Versos, notas y colores no evitan los giros de peonza de mi cabeza, pero contribuyen a que el sentimiento de orfandad solo sea una estación de paso entre un punto de salida y un destino pendientes de trazar. Aunque el viaje acabe en naufragio.

Imagen: Ilustración para El Retrete del poeta, de Belin.

viernes, 12 de octubre de 2012

Degustadores de merengues

Cuando el poeta Manuel Lombardo presentó uno de sus poemarios, no recuerdo si fue “Miserable poesía”, editado en RaRo (2004) por mi amiga Rakel Rodríguez, o el que siguió a éste, afirmó que su poesía no era para degustadores de merengues. De modo que quién acudiera a su obra en busca de merengues, sucedáneos o similares perdía el tiempo.
Como hay de todo, imagino que habrá escritores y escribientes entregados a merengues y bambas de nata e incluso a alguna milhoja, pero supongo que la mayoría está entregada a las letras y alejada del obrador de la pastelería.
Del mismo modo, será inevitable la existencia de lectores ávidos de hallar un merengue que degustar, y que sin duda colma su apetito literario e intelectual. Bien por la carencia de paladar o bien por un limitado conocimiento gastronómico, a pesar de que muchos de ellos se considerarán auténticos gourmets y a otros haya que aclararles que la gastronomía no tiene que ver con las estrellas. Sin embargo, quiero creer también que éstos son minoría.
Un amigo asevera que somos lo que escribimos. Por lo que podríamos asegurar también que somos lo que leemos. Pero no lo creo. Aún admitiendo que hay una parte nuestra, mucha o poca, en lo que escribimos y que una parte de lo que somos es la que nos empuja a una determinada lectura.
Es complejo determinar qué lleva a alguien a escribir y qué escribe, porque salvo aclaración del autor, el folio es un lienzo y las palabras son los óleos cuyo resultado está sujeto a la interpretación de aquellos que contemplan la obra. Y en esa interpretación intervienen gusto, conocimiento, percepción…, que se resumen en un me gusta o no, pasando por un no lo entiendo o un no me dice nada y alcanzando la loa e incluso la excelencia.
Es decir, que podemos admitir que además de los degustadores de merengues existen degustadores de caviar, y que ambos conviven con aquellos habituados a saborear un suflé. Lo que no implica que los autores al crear piensen en los posibles grados de degustación y mucho menos que puedan prever cómo influirán sus letras en un lector y cuál será su interpretación de lo escrito; aunque es innegable que éste siempre estará más cerca del suflé que del caviar o el merengue.
 
De vez en cuando,/ algo asoma debajo de mi lápiz/ que a mí mismo/ me aterra y me sorprende./ Algo escrito por mí,/ y, sin embargo, tan extraño/ que ni yo mismo sé/ de qué alma brota,/ de qué mano procede. Procedencia. “Miserable Poesía”, Manuel Lombardo (2004).