Cuando
el poeta Manuel Lombardo presentó uno de sus poemarios, no recuerdo si fue
“Miserable poesía”, editado en RaRo (2004) por mi amiga Rakel Rodríguez, o el
que siguió a éste, afirmó que su poesía no era para degustadores de merengues.
De modo que quién acudiera a su obra en busca de merengues, sucedáneos o
similares perdía el tiempo.
Como
hay de todo, imagino que habrá escritores y escribientes entregados a merengues
y bambas de nata e incluso a alguna milhoja, pero supongo que la mayoría está
entregada a las letras y alejada del obrador de la pastelería.
Del
mismo modo, será inevitable la existencia de lectores ávidos de hallar un
merengue que degustar, y que sin duda colma su apetito literario e intelectual.
Bien por la carencia de paladar o bien por un limitado conocimiento gastronómico,
a pesar de que muchos de ellos se considerarán auténticos gourmets y a otros
haya que aclararles que la gastronomía no tiene que ver con las estrellas. Sin
embargo, quiero creer también que éstos son minoría.
Un
amigo asevera que somos lo que escribimos. Por lo que podríamos asegurar también
que somos lo que leemos. Pero no lo creo. Aún admitiendo que hay una parte
nuestra, mucha o poca, en lo que escribimos y que una parte de lo que somos es
la que nos empuja a una determinada lectura.
Es
complejo determinar qué lleva a alguien a escribir y qué escribe, porque salvo
aclaración del autor, el folio es un lienzo y las palabras son los óleos cuyo
resultado está sujeto a la interpretación de aquellos que contemplan la obra. Y
en esa interpretación intervienen gusto, conocimiento, percepción…, que se
resumen en un me gusta o no, pasando por un no lo entiendo o un no me dice nada
y alcanzando la loa e incluso la excelencia.
Es
decir, que podemos admitir que además de los degustadores de merengues existen
degustadores de caviar, y que ambos conviven con aquellos habituados a saborear
un suflé. Lo que no implica que los autores al crear piensen en los posibles grados
de degustación y mucho menos que puedan prever cómo influirán sus letras en un
lector y cuál será su interpretación de lo escrito; aunque es innegable que éste
siempre estará más cerca del suflé que del caviar o el merengue.
De
vez en cuando,/ algo asoma debajo de mi lápiz/ que a mí mismo/ me aterra y me
sorprende./ Algo escrito por mí,/ y, sin embargo, tan extraño/ que ni yo mismo
sé/ de qué alma brota,/ de qué mano procede. Procedencia. “Miserable Poesía”, Manuel Lombardo (2004).
Touché. Un beso.
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