La
crisis deja al descubierto las miserias. Las económicas y las humanas. Y
desgraciadamente y salvo excepciones vamos sobrados de ambas. En un país en el
que no se lee proliferan los bachilleres y licenciados en la escuela de la
vida, que no tienen reparos para acudir a la literatura y recuperar la figura
del pícaro (desde el anónimo Lazarillo al Buscón de Quevedo, con una leve
estancia en los cervantinos Rinconete y Cortadillo) para justificar el pillaje.
Se
aplaude a quien, tirando de castizo, se lo lleva crudo y se le jalea a la
puerta de un juzgado en plaza pública, A la par que se hace escarnio de quien
no cede a la tentación de llenar la buchaca con lo ajeno y además se gana lo
suyo, escaso, de forma honrada y con el sudor de su frente.
Afirmamos
y admitimos que somos un país de pícaros, de modo que es picaresca aligerar las
arcas públicas para engordar las propias y las de familiares y amigos. Y en
caso de ser cogido con las manos en la pasta, se tira de manual para negar la
mayor y obviar la menor, se proclama la inocencia ante el primero que pase y en
el hipotético supuesto de que no prescriba el delito por la demora de la cosa
judicial y acabe uno con los huesos en el trullo, se pena entre rejas con
paciencia de santo bíblico y no se devuelve un céntimo de lo sustraído.
Si
el trincón es señoría se escuda sin sonrojo en su condición de aforado y si
fuera menester su partido le hace hueco de nuevo en la lista electoral para
vender la especie de que el respaldo de los votos es sinónimo de inocencia. Si
es de otro partido, se le atiza sin piedad, pero si es del propio se atribuye
el delito, cuando ya no hay manera de disimularlo, a cuatro sinvergüenzas y se
evita mirar a lo más alto; borrando del diccionario el verbo dimitir.
Políticos,
folclóricas, banqueros, futbolistas, músicos y artistas, curas, jueces,
abogados, policías, médicos, deportistas, chóferes y hasta el yerno real no
escapan a esa picaresca con que se rebautiza hoy en España a lo que siempre se
conoció como robar.
El
pícaro era un buscavidas y estos de ahora son delincuentes, a los que precede
el presunto para que no sea el narrador quien haya de vérselas ante un juez, demandado
por poner en entredicho el honor de aquellos que no tuvieron reparos en
renunciar a él para incrementar su cuenta corriente.
¿Picaresca? A las cosas por su nombre. En la lengua de Cervantes: latrocinio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario