viernes, 17 de julio de 2009

De lo efímero


Dónde estabas en los malos tiempos. Cuando la vida se rompe y apenas se puede sobrevivir. Cuando decrece la esperanza y no se alcanza a ver el final del camino. Cuando se intuye que sólo nos espera el abismo.
El jaramago ya está seco, frente a la promesa de otros brotes. Y sin embargo, en el jardín, junto al busto de Machado, florecen las rosas. Y el tiempo, si existió alguna vez, aquí se para. Poco o nada importan los aires de fuera, las buenas o las malas nuevas. En este jardín, con el silencio apenas interrumpido por fugaces pasos y ecos de alguna pasajera y ligera conversación, habita el sosiego.
Sosiego y tranquilidad conviven con la soledad. Una soledad, aquí a solas en el jardín, que no dista de mucho de otras soledades, en otros lugares, entre otras personas. Y en ese espacio en el que el tiempo no importa o parece no importar sólo se puede o se debe permanecer un momento, un instante; el suficiente para que la financiación autonómica, la corrupción del PP y sus casos Camps, Bárcenas… y la tragedia de Dalila y Rayan se conviertan en un llanto lejano, que convive con las serpientes de verano en el papel y en las ondas y que probablemente se ha convertido en una de esas serpientes; reptando día a día entre nosotros, entre la miseria individual y colectiva, sin que nadie sea capaz de darle caza. Noticias de papel y aire, con el cuerpo partido en dos como sirenas, sin que seamos capaces de vislumbrar donde dibuja el mar la línea divisoria entre lo humano y lo animal, entre lo que parece y lo que es.
En este jardín, durante un breve momento, puedes renunciar a esa realidad, a esa cotidianeidad, aún a sabiendas de que esa renuncia es ficticia. Merece la pena, aunque en ese instante uno se de cuenta de que se ha quedado solo.
Miro el busto del poeta y recuerdo sus versos:

“En mi soledad/ he visto cosas muy claras,/ que no son verdad”.

Proverbios y cantares (A José Ortega y Gasset). Antonio Machado

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