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sábado, 13 de octubre de 2018

El vuelo de la vida

Podrás vivir muchas vidas, algo fácil si eres un gato, pero siempre tendrás que pagar un precio. No saldrás indemne de ellas. Jirones en la piel, cicatrices en el corazón, el fuego en el estómago y los recuerdos, algunos suavizados por el paso del tiempo pero todavía hoy imborrables. Y siempre al frente el abismo. 
Así que de alguna manera cabe pensar que todo se limita a una cuestión de supervivencia en ese espacio temporal que separa vida y muerte. Y en sobrevivir, como en todo o en casi todo, hay verdaderos expertos. Funámbulos capaces de fascinar a los que miran desde abajo, incluso a aquellos que no pueden disimular en su mirada la excitación que les produce la mera posibilidad de verlos caer. Que sean capaces de incorporarse después carece de interés, es algo secundario, pese a que en esa capacidad resida la verdadera fortaleza y maestría del superviviente. 
Caminar por el alambre no entraña más dificultad que hacerlo por sendas o avenidas. El riesgo es siempre la caída. Puedes caminar con los brazos abiertos, guardando el equilibrio con ayuda de algún bastón, pero dará igual, sí has de caer lo harás. De forma estrepitosa, de manera absurda, con elegancia o torpemente. Y no siempre habrá red, pero tampoco la altura tiene que ser insalvable. También sabes que hay caídas que duelen más en el interior que en las magulladuras de la piel y que los huesos rotos se recomponen pero el dolor grabado en la memoria es longevo. 
Vivir muchas vidas te brinda la oportunidad de disponer de más tiempo para sanar, aunque no te garantiza la ausencia de errores, ni siquiera puedes evitar repetir los que ya cometiste en otra vida. Y siempre acechará la presencia de la incertidumbre. 
Admitamos que no siempre podemos elegir, por eso cuando tenemos opciones debemos aprovecharlas. Desde la coherencia y aunque conduzcan a un nuevo fracaso. Porque abandonar es sinónimo de no retornar. Y porque nadie va a convencerte de que entre la perserverancia y la cabezonería hay una línea divisoria. Tampoco busques alas en tu espalda, ni agites los brazos para huir del sol, solo podrás levantar el vuelo con la mente.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Los versos secuestrados

No andamos escasos de poetas. Y tampoco cortos de versos. Pero tengo la sensación de que los poetas se vuelven invisibles y los versos han sido secuestrados. Y huérfanos de ambos, poetas y versos, somos más vulnerables.
Dice Juan Gelman, otro ilustre de las letras argentinas que como Borges y Cortázar no tiene pinta de recibir el Nobel, que “con la poesía no vas a poder comer, ni vas a hacer la revolución, pero enriquece interiormente a aquel que alguna vez se le acerca” (El País, Babelia, 8 de diciembre de 2012).
Nunca tuve la mirada del poeta, si acaso una superficial capa en la piel de la que el agua y el jabón no logran borrar las palabras. Y a veces, ni eso. Pero miro entre las estrofas y en alguna ocasión me descubro en versos de lo cotidiano. Y cuando alcanzo a vislumbrar la luz más allá de las páginas de un poemario hallo la esencia de nuestra verticalidad.
Los poetas nunca abren la marcha. Empuñan la pluma. Con sus versos dan aliento a quienes han de agitar las ideas y causan temor a aquellos otros a quienes empequeñecen las palabras.
Hoy es necesario liberar los versos, para hacer posible la visibilidad de los poetas y la propia. Porque en tiempos de utopía, resistir es garantía de supervivencia.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Éxito o fracaso

Hoy es el día en que todos se obsesionan con medir el éxito o el fracaso. Cómo si pudiera medirse objetivamente. Cómo si no hubiéramos fracasado ya, como país, como sociedad e incluso individualmente.

Y si todo fuera mentira. Esta huelga que no se parece a una huelga, convocada como si fuera unas nupcias, con mucha antelación y casi con petición de confirmación a los padres de la criatura. Una huelga general que parece una huelga particular. Una pantomima en la que gobierno, sindicatos de clase y oposición, una vez más y ya he perdido la cuenta de cuántas, no saben ni pueden estar a la altura de lo que demandan los ciudadanos. Cultivan y alimentan la desafección y luego se lamentan, pero ninguno de ellos engrosa la lista del desempleo o guarda turno en la fila de los desheredados, ninguno padece la angustia de la incertidumbre económica, ninguno tendrá que abandonar la casa por embargo o por no poder afrontar el alquiler como tantos jóvenes obligados ahora a regresar al domicilio familiar y gracias.

Dicen que se acabó la fiesta y ahora toca pagar. Algunos lo hacen a desgana, y sin problema; pero la mayoría entre subsidios, recortes del salario a tanto por ciento, subida de impuestos y falta de laboro dudan de aquello del que aprieta y no ahoga. Se vive con el miedo en el cuerpo por la amenaza de perder empleo, vivienda… aquello que se consideraba un derecho y que de repente descubrimos un privilegio. Trabajar para pagar. Y en el horizonte, una reforma laboral que se asemeja a una lapida.

Todos somos culpables. Pero unos más que otros. Abrazamos el sueño de El Dorado, en su versión dinero fácil y barato. Consuma y sea feliz. Nos entregamos al capitalismo y éste, disfrazado de gallina de huevos de oro, ha dejado de poner y nos ha devorado como Saturno a sus hijos. Explotó la burbuja, descubrimos que las hipotecas además de usura también eran basura y ni siquiera hemos sido capaces de matar a la gallina para hacer pepitoria; y en lugar de sacrificarla, vamos en su auxilio con el dinero público. Al rescate de la gallina, sin pensar en los polluelos.

Y aún así la preocupación es medir el éxito o el fracaso. Se pueden contar las veces que uno cae y aquellas en que logra levantarse. Se puede recordar el dolor al apretar los dientes y las uñas clavándose en las palmas de la mano. Pero más allá de ese pretendido éxito o fracaso y de su improbable medición, me parece una cuestión de supervivencia.

Hoy me he borrado. No me cuenten que no estoy. No me midan en términos de éxito o fracaso. No me busquen como cómplice del apoyo o del rechazo. Soy un hombre sin fe; el gato que labra su propia esperanza.

sábado, 6 de febrero de 2010

Y supervivencia

Hay instantes en que todo parece perdido, lo vivido y lo que queda por vivir. Y ese intervalo parece inmutable, imperecedero, casi eterno, aunque no es más que un grano en un reloj de arena y sólo se necesita abrir ojos y espíritu para adquirir la consciencia que lleva al entendimiento.
En el Norte soplan fríos vientos y la lluvia pinta de rayas el cielo gris. Y ese paisaje invernal cala en el ánimo y alimenta la inquietud. Son tiempos de aguacero, y hay que aguantar el chaparrón, incluso a cielo abierto y sintiendo como el agua moja el rostro y no logra borrar el dibujo de la piel.
En el Sur sale el sol. Casi siempre brilla el sol. Sus rayos llegan al corazón y dan luz a la mente. El mar de olivos y la mar bañan los límites de nuestra memoria, y a partir de ella se puede esbozar el futuro. Ahí habita la esperanza, ajena a los predicadores del desastre negados para convencer e ilusionar e incapaces pese a su empeño de robar el mañana.
No existe un tratado de supervivencia. Habrá que escribirlo cada día, a sabiendas de que siempre se ha de pagar un precio con monedas de dos caras: el sosiego y la angustia, el aguacero y el sol. Y entendiendo que con o sin espejos en la palabra nítida y transparente tiene cabida nuestra plena desnudez.