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martes, 21 de marzo de 2017

21 de marzo

Los jaramagos me anunciaban en los días previos que como cada año se acerca un 21 de marzo. No hay nada que celebrar. Y aunque la tristeza se asoma por la esquina, no es un día triste. Pero tampoco es un día sin más en la hoja del calendario. 
Es uno de esos días en los que se ganan unos palmos de tierra a la parcela del olvido. Uno de esos en los que la memoria reverdece como el tallo del jaramago. Uno de esos en los que la cabeza y el corazón se agitan. 
Es el mismo 21 de marzo en que como en años anteriores no descolgaré el teléfono, no habrá llamada, no habrá voz al otro lado. Solo la ausencia. La presencia de la pérdida. El silencio. 
También es el día en que llega la primavera. El día en que de repente recordamos que existen los poetas. El día en que despertamos a los versos y los soltamos al aire como si fueran el hilo que ata la cometa. 
Es el día que anuncia días más largos, cuando ya no queda tiempo; días de luz, cuando ya se hizo la noche, y días de sol, cuando ya ni el frío calienta. 
Y a pesar de eso o por eso sigue siendo uno de los días más hermosos del año. El día que florece el jaramago.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Entre poetas

Nunca he compartido ese gusto por ser fotografiado que causa fascinación en tantos otros y que intuyo tiene mucho que ver con el narcisismo y con una extraña querencia por la exhibición. Pero es inevitable en algunas circunstancias, incluso por voluntad propia, no caer en la tentación y más en estos tiempos de móviles con cámara fotográfica y esos álbumes de fotografías que son las redes sociales.
Muchas fotos tienen una pequeña o gran historia, que en la mayoría de los casos carece de interés salvo para el protagonista o los protagonistas de la foto. Y muchas de ellas nunca llegan a realizarse, en ocasiones por el destino o el azar. 
Esta foto era de esas condenadas a no realizarse, no porque no hubiera ocasión de hacerla, como queda demostrado, sino porque su tiempo ya había pasado. 
En 2013 se cumplían 30 años de “La otra sentimentalidad”, el manifiesto poético de 1983 publicado por Luis García Montero, Álvaro Salvador y el desaparecido Javier Egea. Y quiso la vida juntar a Álvaro y a Luis en Baeza (Jaén) y convertirme a mí, junto a muchos otros, en testigo de este encuentro. De igual manera que en 1916 acogió la ciudad renacentista jiennense aquel otro encuentro de poetas entre el viejo Antonio Machado y el joven Federico García Lorca. 
Puedo atestiguar que hay foto del encuentro; una foto de dos, Álvaro Salvador y Luis García Montero, que siempre será de tres porque está presente la ausencia de Javier Egea. 
Ahora esta foto llega con dos años de retraso y ve la luz a partes iguales por capricho y oportunidad del gato. En 2013 renuncié a ella por no molestar y quedó como una de esas espinas clavadas que está ahí y podría permanecer siempre clavada sin que hagamos nada por extraerla; pero en este verano de 2015, juntos de nuevo Álvaro y Luis en Baeza, surgió la oportunidad de quedar atrapado por un instante junto a ambos poetas. No por una cuestión de narcisismo o querencia a la exhibición sino por algo tan simple como la admiración en lo personal y lo poético. 
Habrá quien en circunstancias parejas piense en la posibilidad de que se pegue algo del buen hacer de ambos poetas. Sobre todo porque eso de juntar letras siempre parece fácil a los ojos de los demás y más cuando se habla de poesía, de la que algunos todavía hoy hacen gala de no leer. 
Y claro que me gustaría a mí y a muchos otros que fuera tan fácil adquirir el conocimiento de un maestro, más teniendo dos maestros de las letras a tu alcance. Pero la realidad es que se aprende leyendo, escuchando y viviendo. Y que el alumno debe estar dispuesto para el aprendizaje no con el afán de superar al maestro, ni siquiera con la esperanza de igualarlo, sino con el fin de aprovechar esa sabiduría y experiencia para recorrer su propio camino.

 Foto.- Álvaro Salvador (centro) y Luis García Montero (dcha.). Agosto de 2015. Por Piedad Bejarano.

lunes, 16 de febrero de 2015

El poeta del Norte

El hombre del Norte mira a los hombres del Sur. El poeta del Norte escribe de los hombres del Sur. Versos que nacen donde penan los hombres presos de sus ideas. El hombre del Norte, agua salada y viento; los hombres del Sur, tierra y sol en la piel.
Aquellos hombres son la semilla de los hombres de hoy. Los que no preguntan, los que no se quejan, los que no se rebelan. Hombres de luz que no dejan sombra. Frágiles. Sin odio y sin perdón. Indiferentes.
Y aún así hallan refugio en las estrofas. Rescatados de la muerte y el olvido por el poeta del Norte; lejos del calor, los campos de trigo y olivar son huéspedes de sus versos. Habitantes eternos del “Libro de las Alucinaciones”.
La poesía como arma cargada de futuro. El refugio del rebelde. La memoria de los pueblos. Y el poeta, férreo.
También el Sur tiene y tuvo sus poetas. Góngora, Cernuda, Aleixandre, Juan Ramón, los Machado, Lorca, Alberti, Caballero Bonald, García Montero, Álvaro Salvador, Manuel Lombardo, Ruiz Amezcua, Javier Egea… Y los que procedentes de otras tierras como Valente y Miguel Hernández fueron y se sintieron sureños. Y todos, como el poeta del Norte, quisieron despertarnos “del pasado de frío, de los cerrojos del futuro”.

 "‹‹Las cosas son como son,/ como siempre han sido, como/ han de ser mañana... Ojú,/ que frío...›› Los andaluces...". Los andaluces, "El Libro de las Alucinaciones", José Hierro.

viernes, 15 de agosto de 2014

Los malos poetas

Dicen que los malos poetas son incapaces de lograr una rima. Y puede que sus versos estén escritos con lágrimas, que hacen brotar palabras invisibles pero indelebles.  Ahogados por el pasado y el presente son incapaces de hallar la pausa que les permita afrontar el futuro.
Atrapados en esas líneas del tiempo giran su cabeza y vuelven la mirada atrás con un gesto infantil que no puede borrar el mañana. Ni siquiera desdibujarlo. A pesar de ello anhelan encontrar la senda por la que avanzaron tantos otros en distintos destinos y latitudes para alcanzar el poema.
La bajada a los infiernos. El paraíso perdido. Cualquier ruta es válida. Se acepta cualquier camino como un laberinto de sueños si al final esconde la llave que gira en la cerradura. Y se obvia que tras la puerta pueden esperar cielos y abismos e incluso la nada.
Casi febriles agitan la pluma esperando que broten las palabras; y éstas, agazapadas, se emboscan en algún recodo inexpugnable para no acabar encorsetadas en una estrofa. A medio camino de ese triángulo formado por la cabeza, el estómago y el corazón.
Falta el oxígeno. Hierve la sangre. Y una expresión de súplica se apodera del rostro, reclamando la presencia de la inspiración. Aquella misma que algunos grandes afirmaban que si se presenta debe encontrarte laborando.
Ante la ausencia de la musa, la súplica se convierte en mueca. Para algunos de dolor y para otros, los supervivientes, en una mezcla de ironía y hastío. Y sin embargo, unos y otros continúan aferrándose a la pluma, buscando en su interior o mirando a través del cristal para hallar las palabras precisas y enhebrarlas; sin comprender que para ello es necesario extraer primero la aguja, clavada donde más dolió y conservando su condición punzante. Como una fina pluma.
Es tarde cuando descubren que tras la puerta esperaba el abismo. Aquel del que solo los acróbatas son capaces de escapar, aunque sea encajando el pie en un verso.

martes, 15 de abril de 2014

Reos de las palabras

Somos reos de lo que decimos y de lo que escribimos. Para bien o para mal. Si bien cuando hablamos puede existir una excusa para haber dicho algo que desde la reflexión y la templanza nunca o rara vez afirmaríamos, en el caso de la escritura no hay tal, escribimos lo que queremos decir. Y aunque lo escrito forme parte de un contexto, éste no varía por lo general su sentido.
Viene esto a cuento de que hace unos días leía la siguiente afirmación: “Los malos poetas y los malos periodistas abusan de las metáforas”. No soy poeta, pero no pude menos que pensar en la literatura española desde Cervantes hasta el Siglo de Oro y por supuesto en generaciones como la del 27. Pensé como ejemplo en Góngora y García Lorca, maestros en el uso de la metáfora en su poesía. Y no me atrevería a afirmar que ambos o uno solo de ellos son malos poetas; aunque exista quien crea que se exceden en el uso de la metáfora y la simbología.
Y también recordé otra aseveración similar respecto a la calidad de lo escrito, en esa ocasión con una alusión al uso de los adjetivos calificativos. Obviando la obra de autores como Azorín, Pío Baroja o Sánchez Ferlosio, cuya prosa tampoco creo sea desdeñable.
Los autores frecuentan los géneros literarios de su agrado y utilizan los elementos que les brinda el lenguaje para crear su propio estilo, aquel que dota a su obra de una impronta propia, y que es evidente no ha de ser del gusto de todos, una apreciación personal que no resta o añade calidad a lo escrito.
Respecto al periodismo, cualquier periodista con formación periodística es conocedor de que las licencias literarias están reservadas a poco géneros periodísticos y que en su quehacer prima la información y los datos contrastados que la sustentan. Aun así hay prestigiosos periodistas, considerados por algunos maestros, que han sabido conjugar ambos aspectos como Mariano José de Larra, Manuel Chaves Nogales, Tom Wolfe o Gay Talese, por citar a algunos.
Lo que me lleva a concluir que la baja o escasa calidad en la escritura tiene más que ver con el uso de tópicos, lugares comunes y frases hechas que con el uso consciente, y por tanto intencionado, de los recursos que la lengua ofrece.
 
“Los malos poetas y los malos periodistas abusan de las metáforas. Como la noche, el corazón de las tinieblas y otros lugares comunes, tan desgastados que apestan. Las palabras gastadas reducen la capacidad de entender la realidad”.
Blog de Alfonso Armada.
 

lunes, 10 de diciembre de 2012

Los versos secuestrados

No andamos escasos de poetas. Y tampoco cortos de versos. Pero tengo la sensación de que los poetas se vuelven invisibles y los versos han sido secuestrados. Y huérfanos de ambos, poetas y versos, somos más vulnerables.
Dice Juan Gelman, otro ilustre de las letras argentinas que como Borges y Cortázar no tiene pinta de recibir el Nobel, que “con la poesía no vas a poder comer, ni vas a hacer la revolución, pero enriquece interiormente a aquel que alguna vez se le acerca” (El País, Babelia, 8 de diciembre de 2012).
Nunca tuve la mirada del poeta, si acaso una superficial capa en la piel de la que el agua y el jabón no logran borrar las palabras. Y a veces, ni eso. Pero miro entre las estrofas y en alguna ocasión me descubro en versos de lo cotidiano. Y cuando alcanzo a vislumbrar la luz más allá de las páginas de un poemario hallo la esencia de nuestra verticalidad.
Los poetas nunca abren la marcha. Empuñan la pluma. Con sus versos dan aliento a quienes han de agitar las ideas y causan temor a aquellos otros a quienes empequeñecen las palabras.
Hoy es necesario liberar los versos, para hacer posible la visibilidad de los poetas y la propia. Porque en tiempos de utopía, resistir es garantía de supervivencia.

sábado, 25 de agosto de 2012

Poetas de vigilia

Hay quien cuando le abandona el sueño o cuando conciliarlo es una lucha desecha contar ovejas o dar vueltas en la cama y busca palabras para hilar versos. Inventa rimas de vigilia o asonancias en duermevela, cuya vigencia no va más allá del capricho del sueño a tornar.
Poemas esbozados en mitad de la noche cuando el tiempo parece detenido, que no serán recordados, como muchos sueños, porque no subsisten al alba. Hijos del desvelo, apenas les sobrevivirá una estrofa o un verso. Quizás ni eso. Y aún así, al ser concebidos emborronan el espacio y manchan intangibles cuartillas.
Los poetas de la vigilia buscan las palabras en la oscuridad, de modo que al hallarlas es como si vieran la luz; hurtada al iniciar una nueva búsqueda que les devuelve a las tinieblas. Avanzan y retroceden, de la oscuridad a la luz, reconociéndose en un claroscuro que les revela su naturaleza efímera.
A veces, a través de la ventana entreabierta se filtra el resplandor de la luna y eso les basta para postergar el sueño y continuar enhebrando pluma y palabras en el papel.
El despertador les trae las cenizas del poema y les devuelve al quehacer diario. Y es durante el día, cuando despiertos sueñan con escribir. Imaginan los versos de un poema rasgando la noche, que no esté condenado a morir.

jueves, 26 de noviembre de 2009

La dignidad de Gelman

Andaba yo leyendo a Gelman, ignorando que a su vez el poeta argentino andaba por nuestro país para presentar un nuevo libro (“De atrásalante en su porfía”, Visor) y para participar como jurado del Premio Cervantes.
Me enteré en las páginas del periódico (El País, 24 de noviembre de 2009), cuya información se acompañaba de una hermosa foto del poeta, realizada por Cristóbal Manuel. En esa foto, Gelman descansa la barbilla en sus manos y mira de frente al fotógrafo con unos ojos que a mí me parecen una clara e inequívoca expresión de dignidad.
Descubrí a Gelman hace muchos años por casualidad. Por aquella época rebuscaba en los estantes de la biblioteca de la facultad y de la de Noviciado y leía sin patrón libros de autores que conocía de oídas o incluso de autores como Gelman desconocidos para mí.
Más tarde conocí su historia. La misma historia que aún hoy me sigue produciendo escalofríos y revuelve algo en mi interior.
Javier Rodríguez Marcos cuenta esa historia en su artículo de El País; lo hace en apenas 8 líneas. Muy breve y sucintamente. Provocándome los mismos escalofríos y revolviéndome el interior.
En la tarde del pasado lunes, ¡qué ironía de la vida!, comentaba esa historia con mi santa y continuaba con los escalofríos. Es una de esas monstruosas historias de la dictadura argentina y de la profesionalidad y del compromiso con la patria de sus militares.
El hijo y la nuera de Juan Gelman fueron detenidos, torturados y asesinados por los militares represores argentinos. Sólo que la nuera estaba embarazada, y sus asesinos tuvieron la bondad y la caballerosidad de esperar a que alumbrara una niña, antes de asesinarla, como previamente habían hecho con su marido; el padre de esa niña que fue entregada a un policía uruguayo. La niña, la nieta de Gelman, creció en una familia que creía la suya. Hasta el año 2000, cuando su abuelo la encontró, transcurridos 23 años de su nacimiento y del asesinato de sus padres.
Gelman reconoce que en el año 1977 ya conoció “la suerte que habían corrido mi hijo y mi nuera”. Imagino, a pesar de ese conocimiento, la angustia, el dolor y el sufrimiento vividos durante más de dos décadas.
En estos tiempos estamos huérfanos de poetas o al menos eso podríamos pensar, pero voces como la de Juan Gelman nos traen la dignidad, igual que su mirada, y sus palabras, la certeza de la memoria.

La dispersión del jazmín/ llena el cuarto/ cercado por la mañana./ Han desaparecido los barcos/ que navegó mi juventud en/ un vacío incesante. Ahí se hunden,/ rozan el luto sucio/ de una lengua cortada./ La memoria es una cajita/ que revuelvo sin solución. No encuentro/ umbrales. ¿Es/ una forma de la emoción?/ A medias sola, odiada,/ prospera su ira de fuego.

“Desaparecidos”, Juan Gelman. “País que fue será (México 2001-2004)”. Visor de Poesía, 2004.

Foto: Juan Gelman, de Cristóbal Manuel (El País, 24 de noviembre de 2009).