No
andamos escasos de poetas. Y tampoco cortos de versos. Pero tengo la sensación
de que los poetas se vuelven invisibles y los versos han sido secuestrados. Y
huérfanos de ambos, poetas y versos, somos más vulnerables.
Dice
Juan Gelman, otro ilustre de las letras argentinas que como Borges y Cortázar
no tiene pinta de recibir el Nobel, que “con la poesía no vas a poder comer, ni
vas a hacer la revolución, pero enriquece interiormente a aquel que alguna vez
se le acerca” (El País, Babelia, 8 de diciembre de 2012).
Nunca
tuve la mirada del poeta, si acaso una superficial capa en la piel de la que el
agua y el jabón no logran borrar las palabras. Y a veces, ni eso. Pero miro
entre las estrofas y en alguna ocasión me descubro en versos de lo
cotidiano. Y cuando alcanzo a vislumbrar la luz más allá de las páginas de un
poemario hallo la esencia de nuestra verticalidad.
Los
poetas nunca abren la marcha. Empuñan la pluma. Con sus versos dan aliento a quienes
han de agitar las ideas y causan temor a aquellos otros a quienes empequeñecen
las palabras.
Hoy
es necesario liberar los versos, para hacer posible la visibilidad de los
poetas y la propia. Porque en tiempos de utopía, resistir es garantía de
supervivencia.
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