jueves, 6 de diciembre de 2012

Escapatoria

Laberintos sin principio y fin, en cuyos senderos prende un fuego eterno que dura un instante. Camino de tentación para quien ve purificación en la entrega al fuego, para quien anhela las llamas de la pasión o para aquellos que se abrasan en ese instante sin escatimar en la renuncia.
Mazmorras de puertas inaccesibles, ventanas ciegas y cerraduras cuyas llaves parecen inalcanzables salvo para guardianes obedientes a la voz del amo.
Prebostes de nuevo cuño y miras pretéritas, emboscados en peñascos de ira y sinrazón, desde donde trazan la ruta de la involución al grito de ¡Muera el infiel!, mientras disimulan las astas en tocados y coronas.
El color cambia al blanco y negro, sin lugar para el gris o el sepia. Y la sangre se torna tinta y alcohol a borbotones, para expulsar palabras sin dueño, desbocadas entre el teclado y la pantalla.
Se levantan muros infranqueables sobre los que es inútil brincar, tras los que se esconden nuevos y más altos muros. Dispuestos como fichas sobre el tablero, dibujando un bosque impenetrable de piedra. Sin gateras.
Y cuando correr no sirve para moverse del sitio y al saltar no se despegan los pies del suelo, surge el espejismo de que esos muros se conviertan en lienzos sobre los que arte y rebeldía nos devuelven el color y esbozan escalas para encaramarse a ellos y dejarlos atrás, abandonando el tablero con la intención de comenzar otra partida con nuevas reglas de juego.
Y aún presos de los matices, respiramos porque vemos escapatoria.

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