Soy consciente de que mis mejores deseos para el prójimo
en el tiempo venidero sólo hallarán sitio en el catálogo de las buenas
intenciones. Y aún así espero que seamos capaces de no virar el rumbo y
mantener la esperanza; al menos en la medida en que ésta contribuye a seguir
ese rumbo.
Carezco de bola de cristal para
contemplar el futuro. Tampoco soy adivino, ni interpreto el vuelo de las aves o
vislumbro certezas en sus entrañas. Y soy poco crédulo, salvo excepciones que
confirman reglas, con las profecías de aquellos que sientan cátedra o aspiran a
ello.
Dicen que no hay que ser muy
listo para aventurar que 2013 será un pésimo año. E imagino que los
supersticiosos sonreirán al escuchar las premoniciones; caricaturas de sus
propias convicciones.
Pero tampoco hay que ser muy
listo para saber que nada está escrito, excepto para los devotos del destino. Y
aunque parezca aconsejable no fijar la mirada más allá de la hoja del
calendario, es saludable levantar la vista y buscar más allá del horizonte,
cuya línea dibujan doce nuevos meses.
Habrá que escarbar en el baúl de
las palabras y elegir las correctas para dar forma a lo no escrito. Esperar que
la felicidad, aunque transitoria, supere cualitativamente al pesar y que la
balanza del 2013 no se incline en demasía hacia la izquierda o la derecha,
porque su equilibrio será el mejor aliado de los andariegos sobre el alambre.
Mis mejores deseos para los caminantes sin red.
Mis mejores deseos para los caminantes sin red.
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