Se
fue Enrique Meneses. Igual que se marchó Saramago. Igual que se marcharán
otros. A ciertas edades hay normalidad en la partida, tanto para quien se va
como para los que se quedan. La cuestión es quién toma el relevo.
El
oficio de escribir siempre está necesitado de nuevas incorporaciones, porque hay
exceso de escribientes y son rara avis los que tienen algo que decir. Y porque
cada vez son menos los que en una disciplina u otra, literaria, periodística,
científica, filosófica… impregnan el oficio o la profesión con su compromiso
vital.
El
testigo de Meneses queda en manos de aventajados alumnos como Gervasio Sánchez,
Fran Sevilla, Ramón Lobo o Mikel Ayestarán. Otros nos conformamos con la
admiración, aún siendo consciente de que ésta es preámbulo de la idolatría y por
ello hay que administrar la dosis correcta, para contemplar a la persona
admirada sin traspasar el recibidor y evitar un deslumbramiento que haga perder
la perspectiva. Y es difícil no deslumbrarse con quien nos contó el brillo del
sol en Sierra Maestra; algo incomprensible para quienes habitan bajo
nubarrones.
Ayer
abrí su blog para ver si había escrito algo nuevo durante estos días navideños,
pero seguía parado en el mes de noviembre. Esta mañana he amanecido con la
noticia de su muerte. Seguiré intentando aprender de lo escrito, a la espera
de otros relatores y de que vuelva a brillar el sol.
Hubo
un tiempo en que los alumnos se levantaban cuando el maestro entraba en el
aula. Era una muestra de respeto, no de sumisión. Hoy toca ponerse en pie para
la despedida.
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