Me
he resistido durante algún tiempo a abrir una cuenta en Twitter. No compartía
el entusiasmo de muchos y me agarraba a esa idea de Facebook=amigos;
Linkedin=profesional y Twitter, la barra del bar.
No
estoy en contra de las nuevas tecnologías, pero tampoco me hacen perder la
cabeza. Las utilizo, sin pasión, y a la distancia aconsejable que evita la
adicción, quizás porque mis adicciones son más terrenales, porque puestos a
engancharme entre susto o muerte siempre elijo la “o” o porque doy más importancia
a la palabra que a su albergue.
Tampoco
me atraía algo cuyo símbolo es un pájaro que no es el pájaro loco, al que un
gato sólo piensa en engullir; y éste, a priori, parecía mucho pajarraco. Aún así
y sin atisbo de claudicación hace una semana abrí cuenta en el invento (@carserranoti), con la
premisa irrenunciable de mi disposición a oír el canto o tuiteo del ave y de
responder con bufidos a cualquier intento de picoteo.
Acostumbrado
a deambular por calles y plazas no me ha sido extraño ni difícil hacerlo por
unas vías virtuales. Como siempre, sin prisa, observando y tratando de
aprender. Reconozco que ni me ha sorprendido, ni me ha decepcionado. Eso sí, he
visto que un número alto de usuarios son periodistas y que a la mayoría el
encabezado les resulta escaso por la cantidad de venturas sobre su persona de
la que quieren hacernos partícipes.
Pensaba,
de hecho sigo pensándolo, que no es necesario. De hecho, creí que con dejar
claro lo que uno es, el resto es accesorio. Pero como siempre y como con tantas
cosas yerro. No somos futbolistas, ni estrellas del rock y por supuesto, no
somos políticos, ni siquiera “famosillos” de nuevo cuño, aunque algunos den la
imagen, real o ficticia, de querer serlo o al menos alcanzar un estatus
similar. No obstante, como somos legión, hay de todo y ha sido satisfactorio
encontrar a algunos compañeros y algunos sitios a los que seguir.
Transcurrida
una semana, tengo claro que hay calles y plazas por recorrer y que un gato sabe
maullar pero lo tiene crudo para piar. Sin embargo, el balance es positivo; gracias
al invento he sabido de un nuevo proyecto periodístico prometedor, infoLibre, y he disfrutado con el ingenio
de anónimos y conocidos. Aunque también es cierto que de vez en cuando se
escapa algún graznido.
Consciente
de ello, pondré oído al canto del ave más parecido al ruiseñor. Y aún manteniendo
el compromiso de maullar en el callejón, intentaré no desafinar cuando imite al pájaro. Aunque no esperen demasiado, no tengo ni pico, ni alas.
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