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martes, 1 de octubre de 2024

La ciudad invisible

Quizás haya llegado el momento de alcanzar mi ciudad invisible. He conocido algunas de esas ciudades, pero es probable que no pasara el tiempo necesario en ellas o que la realidad pudiera más que el deseo. 
Es posible que ese paso no fuera otra cosa que el tránsito natural en la vida de un estado de consciencia a otro difícil de calificar. O que en ese equilibrio entre lo visible y lo invisible se impusiera lo contemplado provocando un desequilibrio. 
Ahora recibo de nuevo señales, esas que todos percibimos en algún momento de nuestras vidas, y a las que salvo excepciones no hacemos caso. Recuerdo que una vez sí las escuché y me rebelé contra lo que creía que era el fin. No quería aceptarlo o quizás no estaba preparado para ello. Como si jugara con las bolas del ábaco, con la consciencia de que es una operación cuyo resultado no puedo resolver. 
Las señales son persistentes, pero, dejando a un lado las sensaciones, carezco del manual para descifrarlas. Sólo sé que la ciudad invisible se erige sobre la visible y que lo intangible adquiere la certeza de lo irrealizable. Las incertidumbres siguen ahí, la ausencia de respuestas permanece, y, sin embargo, ahora se impone dejar las cosas en orden antes de que se gaste el tiempo a una velocidad no deseada. Y establecer el orden de las cosas es una tarea compleja. 
Termino la lectura de “El día que murió Kapuscinsky”, de Ramón Lobo. Mi deuda está saldada. Leo su último capítulo escuchando “Land”, de Patti Smith; y no puedo evitar que algo de humedad bañe mis ojos, sin que la tristeza o el dolor sea la causa, sin que esté claro que sea la lectura o la música quien la provoca; tal vez, sólo sea mi estado de ánimo a las puertas de mi ciudad invisible.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Memorias líquidas


Acabo de terminar de leer “Memorias líquidas” (Jot Down Books, enero de 2013), de Enric González. Me gustó el título cuando conocí la existencia del libro, porque pienso que la memoria de la mayoría de los periodistas tiene mucho de líquida y también porque me evocó a Dalí; aunque esto último es algo surgido en mi cabeza que imagino materia sensible y de interés para el psicoanalista.
Y por supuesto, me interesaba porque lo había escrito Enric González, del que me gustaban hasta esas “columnitas de 35 líneas” en El País, ‘heredadas’ de Haro Tecglen, que hasta sin leer este libro sabía que no eran de su agrado.
Coincide el final de mi lectura con la defensa de otro gran periodista, también damnificado de El País, Ramón Lobo, realizada hoy en Twitter por Gervasio Sánchez, otro de los grandes; y con una doble página sobre la crisis o la muerte lenta de la novela, publicada hoy, como no también en El País (“Los ‘The End no le van a la novela”, de Winston Manrique Sabogal. Cultura. El País, miércoles 8 de mayo de 2013).
Mi bagaje periodístico es el que es. Me hubiera gustado trabajar al lado o cerca de algún periodista como los mencionados y sobre todo hacerlo el tiempo necesario (lo más cerca que estuve fue en TVE y duró muy poco). Así que he tratado de suplirlo intentando aprender desde la distancia, leyendo sus trabajos y algunos de sus libros, escuchando sus intervenciones en programas de radio fundamentalmente y asistiendo a alguna conferencia o mesa redonda cuando he tenido oportunidad. Y con la irrupción de las nuevas tecnologías, siguiendo sus blogs y páginas web.
Aunque sólo sea por los años, algo he aprendido, y junto a la experiencia, conservo algo de intuición, que guste o no, se tiene o se carece de ella. No es algo que se aprenda.
La lectura del libro, que recomiendo a periodistas y a aspirantes a serlo, me ha dejado en momentos a las puertas de la depresión; en otros, me ha sumergido en las aguas de la ironía y me ha dibujado una media sonrisa, y en no pocos, me ha reafirmado en lo maravillosa y jodida que es esta profesión, con sus sinsabores y con los hijos de mala baba que la pueblan, tanto en el interior como en las afueras.
La coincidencia del fin de mi lectura de “Memorias líquidas” con la publicación de la mencionada doble página sobre la muerte lenta de la novela ha activado esa intuición respecto al periodismo. Y será también materia a tratar por el psicoanalista, pero como en aquella novela, me temo que están todos muertos, que en realidad estamos todos muertos, y no lo sabemos.
Lobo, Gervasio, Mikel Ayestarán, Fran Sevilla… el propio Enric y tantos otros, a pesar de gozar de buena salud (dentro de un orden) y de regalarnos periodismo de calidad, tienen los días contados. Y no hay relevos a la vista, me temo; aunque a la vez, e ignoro si es más deseo que convicción, afirme que aparecerán.
Desaparecido el aspecto emocional que ligaba a un periodista con su medio de comunicación y aquella premisa de dudar de todo y por encima de todo, del poder, incluido el de los propios jefes y el del medio, contemplo a los jóvenes periodistas preocupados por las nuevas tecnologías, ansiosos de dominar el uso de las herramientas digitales pero ignorantes sobre los contenidos y naturalmente, faltos de recorrido.
“Las redacciones no son de los periodistas”, dice González. Ahí perdimos la batalla. Y la conquista parece lejana, quimérica. Así que apenas queda hacer de cada mesa de redacción “un Vietnam” y comprar las flores para el entierro.
Afirma el escritor colombiano, Juan Gabriel Vásquez, refiriéndose a los apocalípticos presagios sobre la novela (y puede ser extrapolado al periodismo) que “decir que (la novela seria) está en vías de extinción sólo puede ser ignorancia, pereza o narcisismo… El grito sobre su muerte suele ser más bien referirse a la muerte creativa del que lo profiere”. Será eso, más materia sensible para el psicoanalista.

lunes, 7 de enero de 2013

La marcha de Meneses

Se fue Enrique Meneses. Igual que se marchó Saramago. Igual que se marcharán otros. A ciertas edades hay normalidad en la partida, tanto para quien se va como para los que se quedan. La cuestión es quién toma el relevo.
El oficio de escribir siempre está necesitado de nuevas incorporaciones, porque hay exceso de escribientes y son rara avis los que tienen algo que decir. Y porque cada vez son menos los que en una disciplina u otra, literaria, periodística, científica, filosófica… impregnan el oficio o la profesión con su compromiso vital.
El testigo de Meneses queda en manos de aventajados alumnos como Gervasio Sánchez, Fran Sevilla, Ramón Lobo o Mikel Ayestarán. Otros nos conformamos con la admiración, aún siendo consciente de que ésta es preámbulo de la idolatría y por ello hay que administrar la dosis correcta, para contemplar a la persona admirada sin traspasar el recibidor y evitar un deslumbramiento que haga perder la perspectiva. Y es difícil no deslumbrarse con quien nos contó el brillo del sol en Sierra Maestra; algo incomprensible para quienes habitan bajo nubarrones.
Ayer abrí su blog para ver si había escrito algo nuevo durante estos días navideños, pero seguía parado en el mes de noviembre. Esta mañana he amanecido con la noticia de su muerte. Seguiré intentando aprender de lo escrito, a la espera de otros relatores y de que vuelva a brillar el sol.
Hubo un tiempo en que los alumnos se levantaban cuando el maestro entraba en el aula. Era una muestra de respeto, no de sumisión. Hoy toca ponerse en pie para la despedida.

lunes, 9 de agosto de 2010

Náuticos, avarcas y Kapuscinsky

Hemos comprado unos náuticos del pariente USA del Dr. Zhivago, por una cantidad razonable; unas avarcas, cuyo precio apunta hacia unas chanclas de diseño que por mucho diseño no dejan de ser chanclas, y un libro de Kapuscinsky, “Un día más con vida”, a mitad de su coste habitual. Los euros desembolsados en el calzado podrían haber sufragado hasta 11 libros como el adquirido; pero no es fácil andar con libros en los pies, aunque haya quien anda sin ellos en la cabeza.
El libro pertenece a una nueva colección de Anagrama, “Compactos”, y es a juicio de muchos la mejor obra del periodista polaco y según el propio autor, la que más le gustaba.
No hay periodista que se precie hoy en España capaz de no citar a Kapuscinsky, incluso aunque no haya leído algo de él; pero como todo el mundo sabe que escribía básicamente de África, que como todo el mundo sabe es un continente de negros, para mayor discriminación de los rifeños (y no va con segundas, amigo Rif), y que como todo el mundo sabe tiene una cita que por mor de repetirla ya se desconoce literalmente, pues se ha convertido en eso que algunos denominan un referente.
La cita universal de Kapuscinsky entre los plumillas viene a decir que las malas personas no tienen cabida en esta profesión, porque son malos periodistas. Algunos sustituyen lo de malas personas por cínicos y otros señalan que sólo las buenas personas son capaces de hacer una buena crónica.
Nunca he creído que esta profesión “goce” de más malos hijos de buena madre que otras. Tampoco creo que un cínico sea necesariamente una mala persona. Pero al evocar a África siempre tengo un recuerdo para las hienas. Y cuando pienso en las hienas me vienen a la memoria las palabras que oí hace años, procedentes de una reunión de viejas glorias con la que coincidía en una cafetería. Una de las voces de esa reunión siempre se elevaba sobre las demás y en aquella ocasión aseveró que “los rojos son como las hienas, comen mierda (carroña) y se ríen”. A mí me gusta pensar que las hienas tienen un desmesurado sentido del humor y un escaso paladar. Y también quiero pensar que quienes convierten en despectivo el término de hiena son animales que caminan sin libros en la cabeza.
La adicción al engaño me podría llevar a creer que Kapuscinsky es un referente del actual periodismo español. Sin embargo, como un más que probable resultado del cruce entre hiena y gato, se que sólo unos pocos son los herederos de este periodista polaco; los Ramón Lobo, Gervasio Sánchez, Mikel Ayestarán, Fran Sevilla…e imagino que más de uno se frotará las manos al leer la biografía del mismo, “Kapuscinsky, non-fiction”, escrita por su discípulo y amigo Domoslawski; en la que se le acusa de fabulador.
La fabulación es un ensueño. En ocasiones cercana al género periodístico o merecedora de tal distinción. Y el embaucamiento, bien puede estar presente en una biografía.
Algunos son capaces de abarcar kilómetros con la cabeza y otros, son incapaces de avanzar un paso con los pies. Hay quien calza náuticos porque nunca podrá pisar una cubierta y quien deslizándose en unas avarcas cree pasear por Menorca. Y sólo un fabulador sería capaz de renunciar a visitar África en compañía de Kapuscinsky y preferiría contemplar las cumbres nevadas del Kilimanjaro.

viernes, 23 de abril de 2010

Un hombre del deporte

Llevo dos días manoseando lo políticamente correcto o incorrecto. Reconozco mis dudas entre ser cómplice en silenciar el pasado o ser incorrecto y recordar que no es oro todo lo que reluce y que no vale aquello de hablar bien porque uno ha muerto.
Optaba por el respeto al fallecimiento de Samaranch, un hombre del deporte a decir de todos, aunque para mí, los hombres y mujeres del deporte son los deportistas. Quizás porque me gusta el deporte en las canchas y no en los despachos.
Pero el periodista Ramón Lobo en su blog (http://www.ramonlobo.com/) reflexiona hoy sobre el particular “No dudo de los méritos olímpicos de Juan Antonio Samaranch ni de su contribución para que Barcelona celebrara sus Juegos. Pero casi nadie ha recordado su pasado franquista y algunas de las declaraciones pintorescas. La derecha calla por que muchos de sus miembros más que pasado tienen un sólido presente franquista y la izquierda guarda silencio por respeto. Me gusta ese respeto, parece más constructivo e inteligente. Pero ¿por qué siempre respetamos los mismos?”.
Y su reflexión me ha traído la luz. Desde ese respeto a Samaranch y a sus familiares, que lamento no se tenga no voy a decir ya con algunos vivos, sino con otros muertos.
Vivimos en una democracia y se honra a aquellos que abrazaron y se comprometieron con ideales contrarios a ella y a aquellos que han tenido mando en plaza en organismos nacionales o internacionales escasamente democráticos, como el Comité Olímpico Internacional (COI).
Prefiero no ahondar en este asunto, para tratar de ser ‘constructivo e inteligente’. Pero me gustaría, ahora que la Falange vuelve a “estar de moda”, que aquellos cuyo compromiso era inequívoco con un sistema de libertades y unos ideales democráticos, los ausentes y desaparecidos, habitantes de fosas, cunetas y pozos, y sus familiares recuperasen la dignidad y tuvieran el mismo derecho al descanso y al respeto que se ha otorgado a este hombre del deporte.
Foto (para recuperar la memoria): Samaranch, en el Palacio de El Pardo, en 1967, tras ser nombrado presidente del COI. EFE. Publicada ayer en el diario "El País".

miércoles, 24 de febrero de 2010

El destello de la mirada

Me consta que Iñaki Gabilondo cuenta con una pléyade de críticos y detractores. Y a pesar de que puedo compartir algunas de las opiniones o de las críticas de éstos hacia él, nunca he ocultado la admiración que siento por este periodista y su forma de ejercer la profesión; en particular, sus entrevistas.
Pese a su condición, a mi entender, de primera víctima del desembarco de Berlusconi en PRISA y su destierro a CNN+, para mí es un placer asomarme a esa ventana llamada “Hoy”, abierta en ese exilio de CNN+; donde habita la pausa frente a otros “vértigos” nocturnos, donde se ha desterrado al grito para favorecer el entendimiento, donde se renuncia al adoctrinamiento para abrir camino a la explicación y donde se imparte magisterio sobre cómo entrevistar.
Anoche ese placer me llevo a disfrutar de la presencia del fotoperiodista Gervasio Sánchez. Un profesional que como Ramón Lobo, Fran Sevilla, Rosa María Calaf y tantos otros me hace ser consciente de lo pequeño que soy, de lo que me falta por aprender y que quizás no consiga aprender nunca y del privilegio que resulta leerlos, escucharlos o como en el caso de Gervasio, leerlo y ver sus fotografías, aunque anoche me deleitara escucharlo.
Se ha hablado y escrito mucho sobre la neutralidad del periodista, la necesidad de alejarse, de tomar cierta distancia con los sucesos, para no contaminar su mirada. Es otro de los viejos debates del periodismo. Gervasio no es neutral. Exhibe sin pudor su implicación, su compromiso con los protagonistas de sus historias (las víctimas de las minas antipersona, los niños soldado, los desaparecidos de Irak, Chile, Argentina…) pero eso no le impide mostrar la realidad con rigor y con veracidad. Conserva claros la mirada y el verbo. Y no duda en utilizarlos para denunciar al poder, cualquier tipo de poder, económico, político, militar o civil; para señalar con el dedo de la imagen y la palabra a los mercaderes y a los fariseos y para alejarnos de nuestra propia complacencia.
Yo creo que Gervasio Sánchez lo consigue, aunque sólo sea por unos minutos como anoche, cuando al magisterio de Gabilondo le acompaña la sinceridad y el destello de su mirada.

martes, 10 de noviembre de 2009

El fotógrafo inusual


No es usual, pero de vez en cuando las buenas personas, que además son buenos profesionales, reciben el reconocimiento público en forma de premio. En esta ocasión se han juntado lo inusual de este hecho con lo tampoco nada habitual de que el premiado en la categoría de Premio Nacional de Fotografía sea un fotoperiodista, Gervasio Sánchez.
Yo no conozco a Gervasio, pero tenemos una amiga común, Carmen Quesada, que me ha hablado en muchas ocasiones de él, curiosamente el jueves y el viernes pasados, el día que le dieron el premio, hablábamos de él por cosas de Facebook, sin saber entonces de su galardón.
Otros que le conocen hablan tan bien de Gervasio como Carmen, así que no debe haber dudas de su bonhomía. Cuando Ramón Lobo participó en el Foro de Etnosur en Alcalá la Real junto a Rosa María Calaf y a Fran Sevilla (qué lujo de trío) contó algo sobre Gervasio cuando ambos coincidieron en Sarajevo; era una historia sencilla, la de un fotoperiodista cordobés afincado en Zaragoza que en una ciudad castigada por una estúpida y cruel guerra (como todas las guerras) acudía todos los días al hospital para visitar a los niños allí ingresados y llevarles caramelos y una sonrisa.
Ese mismo fotoperiodista es el que se desplazó a Sierra Leona para convivir con un misionero español dedicado a rescatar de las garras de otra guerra estúpida y cruel a niños soldado. Gervasio los acogió en su cámara de fotos y los trasladó a las páginas de un libro, donde además contaba la labor de ese misionero y de paso trataba de abrir nuestros ojos.
Con anterioridad a estos niños soldado, Gervasio había fotografiado a víctimas de las minas antipersona en guerras estúpidas y crueles en África y Asia. Sus “Vidas minadas”.Y junto a sus fotos, denunciaba la doble moral de países como el nuestro, cuyos sucesivos gobiernos democráticos venden armas y minas antipersona a los países donde hay estúpidas y crueles guerras.
Gervasio Sánchez no es un tipo cómodo para el poder político y económico, porque con sus fotografías y sus palabras dibuja los excesos de esos poderes y su resultado entre los más desfavorecidos de cualquier esquina del mundo en África, en Asia, en América o en Europa.
Ahora anuncia que su próxima parada en 2011 es España y que su ojo y su pluma se pondrán al servicio de la dignidad y de la justicia para aquellos que desaparecieron y aún hoy permanecen desaparecidos; los ausentes a los que la memoria histórica no logra hacer retornar. “Quiero hablar de otros desaparecidos, los nuestros, porque siento vergüenza de la instrumentalización de la memoria histórica en este país, dividida entre los que no quieren sabe nada y los que quieren ganar audiencia” (Gervasio Sánchez, “Disparos en el frente de la verdad”, El País, sábado, 7 de Noviembre de 2009).
Eso será en 2011, ahora al recibir la noticia de que había sido galardonado con el Premio Nacional de Fotografía 2009 ha querido recordar a otros desaparecidos que sí tienen nombre, Juantxu Rodríguez, Ricardo Ortega, Miguel Gil o Julio Fuentes, fotógrafos y periodistas fallecidos en países en conflicto cuando trataban de que viéramos a través de sus objetivos y de sus palabras. Unos desaparecidos a los que él dignifica con su trabajo desde hace 25 años.


Foto: Gervasio Sánchez, junto a su fotografía "Sofía y Alía", de la serie "Vidas minadas"; de la web http://dombenito.files.wordpress.com/2008/09/gervasio.jpg.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Corresponsales de guerra

Conocí a Julio Anguita Parrado en la Universidad. Era más joven que yo y estaba unos cursos, no recuerdo si uno o dos, por debajo de mí. Me lo presentó una chica de Valencia, compañera suya de clase, que era a quien realmente yo conocía. Así que durante una época nos vimos con relativa frecuencia, tanto en la facultad como en mi propia casa.
Años más tarde, en la década de los noventa y por motivos de trabajo, conocí a su padre, Julio Anguita. Ya había perdido contacto con Julio A. Parrado, porque terminé antes que él los estudios y entre otras cosas, abandoné mi ciudad, Madrid, y vine al Sur. Es cierto que sabía que Julio estaba trabajando en El Mundo, porque alguien me lo había comentado y porque había visto su firma, y su propio padre me lo corroboró.
Me alegré por él cuando supe que cubriría la guerra de Irak para el periódico. Leí sus crónicas, como las de tantos otros como Julio Fuentes, que ya tampoco escribirá. Lamento que muriera en una de esas malditas guerras de los canallas que las hacen.
Nunca lo volví a ver. El Miércoles Santo de 2003 asistí a su funeral, multitudinario, en Alcolea (Córdoba). Demasiado joven para morir.
También recuerdo el asesinato de Juantxu Rodríguez en Panamá. Yo ya había inoculado el veneno de Don Mariano y me atreví a enviarle una carta con Otra crónica de navidad a Maruja Torres a la redacción de El País. Era diciembre de 1989. No es que importe mucho, pero casi 20 años más tarde no sé si le habrá llegado. Y como no, recuerdo a José Couso.
De los 8 fallecidos (periodistas, cámaras, fotógrafos) en el exterior sólo conocía a Julio Anguita Parrado. Así que ante cada noticia de una nueva desgracia en el exterior inevitablemente pienso en él. El otro día cuando me enteré de lo del fotógrafo Morenatti en Afganistán también. Ha perdido un pie, pero conserva su mirada para que podamos seguir viendo a través de ella. Me alegro de que siga entre nosotros.
Dice Ramón Lobo (por cierto, no dejen de leer sus Cuadernos de Kabul en elpais.com) que un corresponsal de guerra sólo tiene 3 maneras de hacer su trabajo: por libre, empotrado con un ejército combatiente (generalmente el estadounidense o el británico) o desde la habitación del hotel, con un whisky on the rock en la mano y viendo varios canales de televisión.
Lobo, hay una cuarta; la del periodista en la redacción, leyendo teletipos, titulando noticias de otros y cortando el texto para ajustarlo al espacio asignado en la página. Sí, ya sé que ese periodista no es un corresponsal de guerra. Probablemente sea un joven periodista que sueña con serlo. Uno de tantos con esa idea romántica y aventurera del periodista desplazado a la zona del conflicto, tan estereotipada y edulcorada por el cine y la literatura.
Pero también hay otros periodistas que no sueñan con ser corresponsales de guerra. Y sin embargo, reconocen el periodismo puro, el buen periodismo, en esas crónicas (como las de los Cuadernos de Kabul) y ven a través de los ojos y de las palabras de esos periodistas en zonas de riesgo. Ven y leen crónicas en las que no priman declaraciones vacías de responsables políticos y en las que aparentemente hay libertad para contar lo que se cuenta. Crónicas en las que lo cotidiano es noticia.
Ese periodismo, aparentemente sin peajes, servidumbres y presiones, es una rara avis, por la que a veces se paga un precio muy alto y del que sólo nos acordamos cuando las balas o la metralla alcanzan a uno de los nuestros. Entonces, algunos caen en la tentación de confundirlos con héroes y olvidan que sólo son personas que hacen su trabajo de la mejor manera posible. Aún así, cuando los matan o los hieren, a mí me provocan las lágrimas del corazón, lágrimas que no se ven ni se secan, porque son el llanto de una vida. De modo que Lobo, Gervasio, Ayestarán y el resto, cuidaos, que tenéis que volver para seguir contándolo.