Acabo
de terminar de leer “Memorias líquidas” (Jot Down Books, enero de 2013), de
Enric González. Me gustó el título cuando conocí la existencia del libro,
porque pienso que la memoria de la mayoría de los periodistas tiene mucho de
líquida y también porque me evocó a Dalí; aunque esto último es algo surgido en
mi cabeza que imagino materia sensible y de interés para el psicoanalista.
Y
por supuesto, me interesaba porque lo había escrito Enric González, del que me
gustaban hasta esas “columnitas de 35 líneas” en El País, ‘heredadas’ de Haro
Tecglen, que hasta sin leer este libro sabía que no eran de su agrado.
Coincide
el final de mi lectura con la defensa de otro gran periodista, también
damnificado de El País, Ramón Lobo, realizada hoy en Twitter por Gervasio
Sánchez, otro de los grandes; y con una doble página sobre la crisis o la
muerte lenta de la novela, publicada hoy, como no también en El País (“Los ‘The
End no le van a la novela”, de Winston Manrique Sabogal. Cultura. El País,
miércoles 8 de mayo de 2013).
Mi
bagaje periodístico es el que es. Me hubiera gustado trabajar al lado o cerca
de algún periodista como los mencionados y sobre todo hacerlo el tiempo
necesario (lo más cerca que estuve fue en TVE y duró muy poco). Así que he
tratado de suplirlo intentando aprender desde la distancia, leyendo sus
trabajos y algunos de sus libros, escuchando sus intervenciones en programas de
radio fundamentalmente y asistiendo a alguna conferencia o mesa redonda cuando
he tenido oportunidad. Y con la irrupción de las nuevas tecnologías, siguiendo
sus blogs y páginas web.
Aunque
sólo sea por los años, algo he aprendido, y junto a la experiencia, conservo
algo de intuición, que guste o no, se tiene o se carece de ella. No es algo que
se aprenda.
La
lectura del libro, que recomiendo a periodistas y a aspirantes a serlo, me ha
dejado en momentos a las puertas de la depresión; en otros, me ha sumergido en
las aguas de la ironía y me ha dibujado una media sonrisa, y en no pocos, me ha
reafirmado en lo maravillosa y jodida que es esta profesión, con sus sinsabores
y con los hijos de mala baba que la pueblan, tanto en el interior como en las
afueras.
La
coincidencia del fin de mi lectura de “Memorias líquidas” con la publicación de
la mencionada doble página sobre la muerte lenta de la novela ha activado esa intuición
respecto al periodismo. Y será también materia a tratar por el psicoanalista,
pero como en aquella novela, me temo que están todos muertos, que en realidad
estamos todos muertos, y no lo sabemos.
Lobo,
Gervasio, Mikel Ayestarán, Fran Sevilla… el propio Enric y tantos otros, a
pesar de gozar de buena salud (dentro de un orden) y de regalarnos periodismo
de calidad, tienen los días contados. Y no hay relevos a la vista, me temo;
aunque a la vez, e ignoro si es más deseo que convicción, afirme que
aparecerán.
Desaparecido
el aspecto emocional que ligaba a un periodista con su medio de comunicación y
aquella premisa de dudar de todo y por encima de todo, del poder, incluido el
de los propios jefes y el del medio, contemplo a los jóvenes periodistas
preocupados por las nuevas tecnologías, ansiosos de dominar el uso de las
herramientas digitales pero ignorantes sobre los contenidos y naturalmente,
faltos de recorrido.
“Las
redacciones no son de los periodistas”, dice González. Ahí perdimos la batalla.
Y la conquista parece lejana, quimérica. Así que apenas queda hacer de cada
mesa de redacción “un Vietnam” y comprar las flores para el entierro.
Afirma
el escritor colombiano, Juan Gabriel Vásquez, refiriéndose a los apocalípticos
presagios sobre la novela (y puede ser extrapolado al periodismo) que “decir
que (la novela seria) está en vías de extinción sólo puede ser ignorancia,
pereza o narcisismo… El grito sobre su muerte suele ser más bien referirse a la
muerte creativa del que lo profiere”. Será eso, más materia sensible para el
psicoanalista.
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