La
naturaleza nos empequeñece para devolvernos nuestra verdadera dimensión. Es una
lección gratuita que imparte el agua, trazando una cascada del cielo a la
tierra y abriendo una boca en la roca, desde donde emana su sabiduría.
En
esa caída libre elabora un imaginario manual de obligada lectura, que no todos
alcanzan a comprender en su totalidad y contextualidad. Cada gota de agua es
una palabra, una grafía que da forma al antiguo relato de la vida, aquel en el
que el hombre, consciente de sus limitaciones, no soñaba siquiera con someter a
la naturaleza y tan solo aspiraba a una convivencia en armonía con un entorno
que le superaba y guardaba el secreto de su esencia.
Desde
entonces la naturaleza habla; y en ocasiones, grita y hasta ruge. Sin renunciar
a la belleza. Pero desoímos la llamada e incluso hacemos oídos sordos a esa
melodía que agua, aire y animales interpretan en un tono que reclama silencio y
que desde la consciencia o la ignorancia desvirtuamos con nuestros propios
gritos.
Nuestra
condición de urbanitas, con excepciones, nos sirve de coartada para arrollar
espacios naturales que debíamos contribuir a preservar. Apenas unas horas en
uno de esos rincones sirven para reflejar la soberbia, alardes de una sabiduría
de la que se carece y que afianza la convicción de superioridad frente a
elementos naturales como esa cascada, denominada La Cimbarra, que nace en el
río Guarrizas para descender hasta nuestros pies en el Parque natural de
Despeñaperros.
A
pesar del tiempo vivido no hemos
aprendido las lecciones de la naturaleza. Desatendemos sus señales y nos
privamos de escuchar el rumor del agua que muta en susurro y arrastra frases
sabias para aquellos que no renuncian a comprender.
Foto: Cascada de La Cimbarra, en Aldeaquemada (Jaén), Parque natural de Despeñaperros.
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