Mostrando entradas con la etiqueta naturaleza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta naturaleza. Mostrar todas las entradas

lunes, 29 de abril de 2013

Lecciones de agua

 
La naturaleza nos empequeñece para devolvernos nuestra verdadera dimensión. Es una lección gratuita que imparte el agua, trazando una cascada del cielo a la tierra y abriendo una boca en la roca, desde donde emana su sabiduría.
En esa caída libre elabora un imaginario manual de obligada lectura, que no todos alcanzan a comprender en su totalidad y contextualidad. Cada gota de agua es una palabra, una grafía que da forma al antiguo relato de la vida, aquel en el que el hombre, consciente de sus limitaciones, no soñaba siquiera con someter a la naturaleza y tan solo aspiraba a una convivencia en armonía con un entorno que le superaba y guardaba el secreto de su esencia.
Desde entonces la naturaleza habla; y en ocasiones, grita y hasta ruge. Sin renunciar a la belleza. Pero desoímos la llamada e incluso hacemos oídos sordos a esa melodía que agua, aire y animales interpretan en un tono que reclama silencio y que desde la consciencia o la ignorancia desvirtuamos con nuestros propios gritos.
Nuestra condición de urbanitas, con excepciones, nos sirve de coartada para arrollar espacios naturales que debíamos contribuir a preservar. Apenas unas horas en uno de esos rincones sirven para reflejar la soberbia, alardes de una sabiduría de la que se carece y que afianza la convicción de superioridad frente a elementos naturales como esa cascada, denominada La Cimbarra, que nace en el río Guarrizas para descender hasta nuestros pies en el Parque natural de Despeñaperros.
A pesar del tiempo vivido no hemos aprendido las lecciones de la naturaleza. Desatendemos sus señales y nos privamos de escuchar el rumor del agua que muta en susurro y arrastra frases sabias para aquellos que no renuncian a comprender.
 
 
Foto: Cascada de La Cimbarra, en Aldeaquemada (Jaén), Parque natural de Despeñaperros.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Fuera del tiesto

Toda la vida afinando la puntería, evitando mojar la tapa y acordándome de bajarla cuando he terminado. Toda la vida saliendo de la bañera o del plato de la ducha a la carrera, empapado, liándome de mala manera en la toalla para medio secarme y desaguar.
Ahora, una temporada transmitiendo a mis peques lo aprendido y practicado y la necesidad de utilizar un trozo de papel para capturar la última gota y que no olviden nunca tirar de la cadena. Riéndome, junto a mi santa, de la habitual muestra de orgullo infantil “como mi papá”. También haciéndoles padecer alguna vez la salida atropellada de la bañera, incluido el numerito de la toalla.
Y después de tantos años y de tantos esfuerzos, una ONG brasileña me dice que soy un derrochador y que en lugar de hacerlo en el váter y gastar 12 litros de agua cada vez que tiro de la cadena, mejor lo hago en la ducha y mato dos pájaros de un tiro (no quiero herir sensibilidad alguna con lo de matar pájaros y mucho menos que se me entienda mal o se me malinterprete y alguien piense que estamos poniendo el apéndice en riesgo por desaguar en la bañera).
Es cierto que todos alguna vez hemos meado fuera del tiesto; es más, hay personas que se pasan la vida meando fuera del tiesto, pero de la maceta a la bañera hay un trecho. Y ya me explicarán qué les digo a mis peques cuando me pillen en la bañera en esa situación: apéndice en mano, sacando brillo al esmalte. Ni puntería, ni tapa, ni última gota, ni cadena… “como mi papá”. Lo que sea por la madre naturaleza.