La
sierra no es el hábitat natural de un gato de callejón. Deambular casi 3 horas
por senderos, algunos reales, otros intuidos y los menos, inexistentes, y por
tanto, argumento para la imaginación, es un esfuerzo considerable; no diría que
titánico, pero exigente para quien halla uno de los mayores placeres en
sentarse en un velador junto a un ventanal, con una taza de café humeante y
oloroso y un periódico. Máxime si esos senderos se empeñan en subir, bajar,
dibujar diagonales imposibles y serpentear, de una manera espasmódica que
asustaría a las propias serpientes, y acompañar esos trazos de piedras y ramas
colocados en lugares y a alturas propicios para el golpe, cuya ubicación solo
puede ser idea de una mente a medio camino entre la broma y la perversidad.
Y
aun así, el espectáculo ofrecido por la naturaleza en el corazón de Mágina es
de tal belleza, que hasta un gato de callejón es capaz de arrumbar la nostalgia
por la ausencia de su asfalto y sus paredes y seguir con los ojos abiertos cada
pincelada que dota de luz y color al lugar.
Hay
en cada primavera un despertar. Un desperezarse que sacude el entorno; agua,
roca, tierra, árbol, tronco, tallo…. vida. El mismo despertar que agita las aguas del
río. Esa misma agua que desalojada de las nubes durante un invierno que no
parecía tener fin provoca ahora el florecimiento de la primavera. Aquella
primavera cantada por los poetas, que hoy muta las palabras en imágenes.
Cabalga
el agua sobre el lecho del río. Casi con furia. Como si abriera las venas de la
tierra, para salir y volver a entrar en ella. Se abre paso el río Cuadros por
Mágina, desechando cualquier artificio, sin necesidad de molduras que lo
encorseten y propicien la distracción de aquellos capaces de contemplarlo y
aprehender ese despertar al que acompaña un murmullo, que bien pudiera ser el
llanto de las rocas.
Foto: Río Cuadros, en el corazón de Mágina (Jaén).
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