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martes, 2 de junio de 2015

El territorio de la ilusión

Hay quien sueña con construir su castillo en el aire. Inabordable molino convertido en gigante ante el que solo cabe sucumbir tras un braceo y unos inútiles golpes. Y aún así prevalece el deseo de reinar y someter, que abre paso al triunfo del espejismo: el poder y la gloria.
Como una prueba envenenada que apela a la fortaleza con el único fin de mostrar la debilidad. En ese juego tramposo reside el enredo que habilita la confusión. Señor y lacayo recorren ese camino donde se pierde la identidad y se enmascara la jerarquía. Y en ese territorio de la ilusión, de desdibujadas líneas e inexistentes latitudes, el rey y el siervo son incapaces de discernir entre la aceptación y el sometimiento.
Alejados de la realidad o inmersos en ella, Quijote y Sancho son reflejo de nuestro fracaso. Solo la intensidad del espejismo logra difuminarlo y mantiene la persistencia en el error. La ínsula en las nubes.
La torre se hunde por la base. La falta de solidez en sus cimientos la condena. Y solo aquel que señala la luna para ver el dedo es incapaz de admitir esa falla. El mismo que eleva la mirada para no bajarla y continúa añadiendo imaginariamente altura a la torre convencido de que más pronto que tarde alcanzará el cielo. Ajeno a que igual que la torre su fragilidad reside en la base.
La caída es por tanto inevitable. Y el impacto y sus consecuencias son apenas mitigados por el nivel donde se produce el despertar. Pero el destino siempre es el suelo. Y aunque hay quien tiene la capacidad de levantarse, apretar los dientes y mantenerse en pie; los hay también condenados a vivir en ese castillo en el aire, donde se es señor sin feudo; donde sin ancla y cimientos solo se habita el vacío.

sábado, 13 de abril de 2013

El despertar de las aguas

La sierra no es el hábitat natural de un gato de callejón. Deambular casi 3 horas por senderos, algunos reales, otros intuidos y los menos, inexistentes, y por tanto, argumento para la imaginación, es un esfuerzo considerable; no diría que titánico, pero exigente para quien halla uno de los mayores placeres en sentarse en un velador junto a un ventanal, con una taza de café humeante y oloroso y un periódico. Máxime si esos senderos se empeñan en subir, bajar, dibujar diagonales imposibles y serpentear, de una manera espasmódica que asustaría a las propias serpientes, y acompañar esos trazos de piedras y ramas colocados en lugares y a alturas propicios para el golpe, cuya ubicación solo puede ser idea de una mente a medio camino entre la broma y la perversidad.
Y aun así, el espectáculo ofrecido por la naturaleza en el corazón de Mágina es de tal belleza, que hasta un gato de callejón es capaz de arrumbar la nostalgia por la ausencia de su asfalto y sus paredes y seguir con los ojos abiertos cada pincelada que dota de luz y color al lugar.
Hay en cada primavera un despertar. Un desperezarse que sacude el entorno; agua, roca, tierra, árbol, tronco, tallo…. vida. El mismo despertar que agita las aguas del río. Esa misma agua que desalojada de las nubes durante un invierno que no parecía tener fin provoca ahora el florecimiento de la primavera. Aquella primavera cantada por los poetas, que hoy muta las palabras en imágenes.
Cabalga el agua sobre el lecho del río. Casi con furia. Como si abriera las venas de la tierra, para salir y volver a entrar en ella. Se abre paso el río Cuadros por Mágina, desechando cualquier artificio, sin necesidad de molduras que lo encorseten y propicien la distracción de aquellos capaces de contemplarlo y aprehender ese despertar al que acompaña un murmullo, que bien pudiera ser el llanto de las rocas.


Foto: Río Cuadros, en el corazón de Mágina (Jaén).