martes, 2 de junio de 2015

El territorio de la ilusión

Hay quien sueña con construir su castillo en el aire. Inabordable molino convertido en gigante ante el que solo cabe sucumbir tras un braceo y unos inútiles golpes. Y aún así prevalece el deseo de reinar y someter, que abre paso al triunfo del espejismo: el poder y la gloria.
Como una prueba envenenada que apela a la fortaleza con el único fin de mostrar la debilidad. En ese juego tramposo reside el enredo que habilita la confusión. Señor y lacayo recorren ese camino donde se pierde la identidad y se enmascara la jerarquía. Y en ese territorio de la ilusión, de desdibujadas líneas e inexistentes latitudes, el rey y el siervo son incapaces de discernir entre la aceptación y el sometimiento.
Alejados de la realidad o inmersos en ella, Quijote y Sancho son reflejo de nuestro fracaso. Solo la intensidad del espejismo logra difuminarlo y mantiene la persistencia en el error. La ínsula en las nubes.
La torre se hunde por la base. La falta de solidez en sus cimientos la condena. Y solo aquel que señala la luna para ver el dedo es incapaz de admitir esa falla. El mismo que eleva la mirada para no bajarla y continúa añadiendo imaginariamente altura a la torre convencido de que más pronto que tarde alcanzará el cielo. Ajeno a que igual que la torre su fragilidad reside en la base.
La caída es por tanto inevitable. Y el impacto y sus consecuencias son apenas mitigados por el nivel donde se produce el despertar. Pero el destino siempre es el suelo. Y aunque hay quien tiene la capacidad de levantarse, apretar los dientes y mantenerse en pie; los hay también condenados a vivir en ese castillo en el aire, donde se es señor sin feudo; donde sin ancla y cimientos solo se habita el vacío.

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