El
río traza su propia senda. Sin que la tierra, la vegetación y la propia roca
puedan impedirlo. Cada gota es capaz de abandonar el lecho, recreando una
efímera ausencia que emula la libertad, para retornar al caudal de agua.
En
su zigzag impredecible el principio y el final son inabarcables. Y la vista no
alcanza más allá de la floresta y la línea del cielo. Queda pues lo insondable
a merced de la mente, de la capacidad de adivinar e imaginar cuál es el camino
del agua, cuál es el origen y dónde le espera la muerte.
Foto: El río Cerezuelo, en Cazorla (Jaén).
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