lunes, 3 de junio de 2013

Caraduras

Hay que tenerla de cemento. De tamaño superior a un piano. Y por supuesto, más que espalda. Con estas credenciales se declararía persona non grata al poseedor de semejante jeta.  Salvo en Españistán.
Por estos lares comienzan a ser multitud los caraduras. Siempre hubo pícaros, incluso algunos con estilo y talento parejos a su desvergüenza y desparpajo; bandoleros que aligeraban la bolsa de los viajeros escasamente precavidos y piratas que a hierro y fuego arrasaban pueblos y comarcas para volver al mar con su botín. Y sí, también hubo monarcas, gobernadores, comendadores, clérigos o militares que llenaban sus arcas e incrementaban sus privilegios con usos torticeros de la ley y el poder.
Todos ellos han contribuido a la historia de este país y han conformado parte de sus tradiciones. Para lo bueno y para lo malo.
Así que no ha de extrañarnos que en estos albores del siglo XXI asistamos en las instituciones públicas a una representación chusca de aquellos antepasados. Desde el Palacio de la Zarzuela al Parlamento de Andalucía o a la Presidencia de la Comunidad Valenciana.
Con la obligada presunción, que no se sostiene pero que actúa como salvaguarda para que además de ser expoliados no seamos demandados, elijan calificativo para denominar a quien adelgaza las arcas públicas para engordar su bolsa. Y busquen calificativos para quienes próximos al delincuente, presunto, han sufrido de repentina ceguera o sordera.
El grosor de la faz es tal que actúa como protector frente a la asunción de responsabilidad y naturalmente, inmuniza contra el cese o la dimisión. Y qué decir de verse ante el juez.
De modo que se excusa a la hija de un rey cogida en un renuncio, al presidente de una comunidad que con cargo al presupuesto abona clases particulares de “coaching” por el bien de sus ciudadanos y a la mesa de un parlamento, con representantes del PSOE, PP e IU, incluido su presidente, que a escondidas (sic) aprueban subidas de dietas y complementos salariales para sus ya de por sí generosos sueldos.
Ante semejante rostro el feldespato parece mantequilla.

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