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jueves, 23 de octubre de 2014

Crónica del Loco


Pasamos de largo los cuarenta. Ya no hay rubias ni morenas probando el asiento de atrás; como mucho algún elevador para peques o el rostro en el retrovisor de un adolescente contestón. O ni eso. Nos queda algo de aquella arrogancia de juventud y otro poco del espíritu burlón del rock. Adscritos a una generación airada, dejamos la rebeldía olvidada en algún momento del camino y ahora, dóciles, levantamos la voz para protestar ante el televisor o impartir doctrina barata en la barra del bar.
Y aún así, aquí seguimos. Supervivientes de una época de excesos, necesitamos, al menos de vez en cuando, que nos traigan de la memoria una parte de lo que fuimos y de aquello que sentimos. Revivir las noches que no parecían tener fin, el alcohol mezclándose con la sangre, la euforia al descargar la adrenalina en pogos colectivos y el guitarreo resonando en nuestras cabezas.
Y eso o una parte de eso es lo que nos devolvió el Loco en un concierto memorable de la gira de "El creyente", en una noche de la feria de San Lucas en Jaén.
Ya caneamos los cabellos y pagamos al día siguiente el precio con una voz rota en una garganta irritada y la sobrecarga en los gemelos, que establecen con crueldad el paso del tiempo. Pero también perduraba el brillo en los ojos y la media sonrisa.
La mayoría éramos unos puretas, a excepción de algunos jóvenes que han descubierto a Loquillo por sus hermanos mayores o por sus padres y de mis piratas, que mamaron en primera fila lo esencial de un concierto de rock. Porque no basta con sembrar la semilla; y la teoría sin práctica siempre fue muy aburrida.
Ante un público entregado, el Loco se volcó. Y si muchos pensaban que vendría a cubrir el expediente y llevárselo crudo, se equivocaron. No vayas, me dijeron, ya no es lo que era. ¿Y quién lo es? ¿Un tipo dentro del escenario y otro fuera de él? Siempre fue así. Me topé con él por primera vez hace más de 30 años en Rock-Ola, casi de bruces. No recuerdo si en el concierto de Nick Cave o en uno de los aniversarios de la sala, pero si me acuerdo de que más tarde en La Carrusel tocaron Desechables. Tampoco he olvidado que rondaba por allí Kike Turmix, babeando como siempre, con unos boogies negros con pespuntes rojos. Yo tuve los mismos, pero con los pespuntes también en negro. Me pareció inmenso. Y no dudo de que lo perdido por el baloncesto, lo ganó el rock. Ahora es una rock and roll star; mis amigos siguen sin tragarlo, y eso que a ellos ya entonces les gustaba el rock.
No sé exactamente cuánto duró el concierto. Creo que más de dos horas. Sonido y voz, irreprochables. Y dos salidas extras, como respuesta a la petición del público. La última, inesperada. Repertorio de temas clásicos y el núcleo principal del concierto en directo grabado en febrero en Granada. El que da nombre al disco y a la gira, "El creyente". Eso sí con la propina del homenaje a Burning, con Pepe Risi siempre en el recuerdo, "¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?". Me alegra que haya recuperado temas como "Carne para Linda", mis peques alucinaron cuando se plantó en la valla junto a ellos cantándola, y "La mataré", tan políticamente incorrecta como espectacular en directo. Espero que en esa labor de rescate se acuerde alguna vez de "El molino", uno de mis temas favoritos, del disco "Mis problemas con las mujeres", de lo mejor del Loco junto a "Balmoral".
Logró su banda de rock and roll. Y la comparte con nosotros. Entre ellos, a la guitarra, desde Gijón, el gran Igor Paskual; un buen tipo que sabe que 'no fui allí a hacer amigos, pero siempre podrá contar conmigo'.
Nos deja para el recuerdo noches memorables como la de este concierto. Esas en las que sentimos la sangre hervir al ritmo de la música. Las que nos hacen conscientes de ignorar cómo y hasta cuando se mide el tiempo y del paso de éste, pero no nos impiden viajar en él o a través de él. A lomos del rock. Aún militando en el descreimiento y en la búsqueda de la fe, no hay duda de que bien puedo haber resucitado.
Foto.- Loquillo, en el concierto de Jaén. 17 de octubre de 2014. Por Antonia Merino.

lunes, 3 de junio de 2013

Caraduras

Hay que tenerla de cemento. De tamaño superior a un piano. Y por supuesto, más que espalda. Con estas credenciales se declararía persona non grata al poseedor de semejante jeta.  Salvo en Españistán.
Por estos lares comienzan a ser multitud los caraduras. Siempre hubo pícaros, incluso algunos con estilo y talento parejos a su desvergüenza y desparpajo; bandoleros que aligeraban la bolsa de los viajeros escasamente precavidos y piratas que a hierro y fuego arrasaban pueblos y comarcas para volver al mar con su botín. Y sí, también hubo monarcas, gobernadores, comendadores, clérigos o militares que llenaban sus arcas e incrementaban sus privilegios con usos torticeros de la ley y el poder.
Todos ellos han contribuido a la historia de este país y han conformado parte de sus tradiciones. Para lo bueno y para lo malo.
Así que no ha de extrañarnos que en estos albores del siglo XXI asistamos en las instituciones públicas a una representación chusca de aquellos antepasados. Desde el Palacio de la Zarzuela al Parlamento de Andalucía o a la Presidencia de la Comunidad Valenciana.
Con la obligada presunción, que no se sostiene pero que actúa como salvaguarda para que además de ser expoliados no seamos demandados, elijan calificativo para denominar a quien adelgaza las arcas públicas para engordar su bolsa. Y busquen calificativos para quienes próximos al delincuente, presunto, han sufrido de repentina ceguera o sordera.
El grosor de la faz es tal que actúa como protector frente a la asunción de responsabilidad y naturalmente, inmuniza contra el cese o la dimisión. Y qué decir de verse ante el juez.
De modo que se excusa a la hija de un rey cogida en un renuncio, al presidente de una comunidad que con cargo al presupuesto abona clases particulares de “coaching” por el bien de sus ciudadanos y a la mesa de un parlamento, con representantes del PSOE, PP e IU, incluido su presidente, que a escondidas (sic) aprueban subidas de dietas y complementos salariales para sus ya de por sí generosos sueldos.
Ante semejante rostro el feldespato parece mantequilla.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El retorno de los piratas

Piratas de pantalón corto. Regresan tras las vacaciones para reencontrarse con sus compañeros de correrías; camaradas de escasos palmos con los que atravesar mares y océanos y navegar en barcos con la bandera negra de la calavera y los huesos cruzados.
Ajenos a virreyes y virreinas que ordenan, al margen de lo que dicta la corona, levantar patíbulos en sus dominios para escarmiento de dómines, sólo piensan en retornar a Tortuga, donde juego y aprendizaje se mezclan con la capacidad de soñar y la pericia de sus mentores.
Poco importan también los miedos de los progenitores, aquellos que un día fueron piratas y hoy en su mayoría se asemejan a los gobernadores de los imperios. Temerosos ante lo que deparará el mañana, prisioneros del presente y protectores por exceso de los pequeños bucaneros.
Su nave zarpa de Infantil a Primaria. Y lejos de las dudas de los padres, pasean arrogantes por cubierta, dispuestos para el abordaje. Convencidos de que ya son mayores y de que el mundo está a sus pies, porque saben leer, juntar un puñado de letras y resolver elementales sumas y restas.
Sus armas son lápices de colores, ceras y rotuladores. Y lo más parecido a un sable es una tijera de puntas redondas. La mochila es su cofre del tesoro. Y los libros, mapas que dibujar.
Los miras, y no hay espejo que refleje con igual certeza el paso del tiempo. Y es entonces cuando aparcas los miedos, para recordar aquellos días en que fuiste un pirata y navegabas por lejanos mares en barcos con la bandera negra de la calavera y los huesos cruzados. Cuando desconocíamos la existencia de Ítaca y el sueño era el País de Nunca Jamás.